Los niños hacen prismáticos con las manos en el escaparate. Zapas destrozadas y los coches sin radio. La luz se filtra entre toallas y ropa de mercadillo, creando dibujos de sombras en los adoquines. Estamos a las puertas del boom inmobiliario. Ladrillos y nubes de polvo conviven con calles estrechas y casitas bajas. La década anterior fue complicada y no es raro encontrar papel de plata quemado o alguna jeringuilla en los parques. Al bajar a la charcutería, Loli te da unas pocas aceitunas y te sonríe por ir a verla. Mi vecino debió de ser una buena persona, o al menos eso parece en la foto. Ojalá haberlo conocido, pero la vida por aquí no es de las que se presumen. Dos montones de chaquetas y un bote aplastado de Sunny recrean cada tarde el partido más importante hasta la fecha. Hay un grupo que canta algo sobre un vals de obreros. No entiendo muy bien el rollo, pero algo dentro de nosotros prende por primera vez y nos hace sentir parte de algo que desconocemos. También tienen una canción sobre el equipo de fútbol local, ese que está en todos lados, ya sea en camisetas o pegatinas. Los gatos duermen entre las flores y el sol pega grácil. Nunca he vuelto a disfrutar la primavera como cuando era niño.
Estos son algunos recuerdos que me vienen a la mente cuando hablamos del barrio. Porque ha cambiado, al igual que cambió de los ochenta a los noventa, y volverá a cambiar. Y si bien sabemos algo los comunistas es que la historia es cambiante, y que está en nuestra mano si ser agentes activos de ese cambio o sujetos pasivos que observan el porvenir.
Hace unos meses, InsideAirbnb recogía el dato de que el barrio de fuera de la M-30 con más alojamientos turísticos es San Diego (Vallecas), siendo el tercero más pobre de Madrid. Esto es algo que las asociaciones de vecinos llevan denunciando desde hace mucho, el cómo fondos de inversión compran bloques enteros como si fuese una lonja y echan a vecinos de toda la vida para poner alquileres abusivos buscando la máxima rentabilidad. A los vallecanos se les está expulsando de Vallecas desde hace 15 o 20 años, pero es ahora cuando se empieza a «sospechar», para dentro de otros diez decir que ya es tarde y que el barrio ha cambiado.
En un mundo, siendo Madrid un buen ejemplo, donde los planes urbanísticos responden a un proceso de gentrificación y acumulación de capital de acuerdo con modelos de negocio basados en el sector turístico principalmente y a la eliminación de aquellos oficios que tienen un mayor grado de sindicalización, vemos cómo los barrios históricamente obreros que anillan la M-30 han cambiado su morfología y cómo paulatinamente se expulsa a las familias, para dar paso a diferentes formas sociales donde premian la fluidez de rentas o la compra-venta de bienes y servicios. Tu vecino ya no es el panadero, es un anglosajón distinto cada semana o son tres personas en un piso de 60 m2 por 1.100 €.
Todo este proceso y este modelo urbanístico llevan, en su máxima expresión, a mover el Estadio. Si bien es cierto que se ha quedado pequeño y que está en unas condiciones deplorables, vuelve a resonar en las plazas, los mercados, los portales y las bocas la duda de a dónde llevarlo. Porque el Estadio, te guste o no el fútbol, es el Sol alrededor del cual todo gira, es el libro sagrado que recoge los valores del valle del Kas. El estadio es una tarde de domingo con tu bufanda y tus colegas, pero también es estar protestando a las puertas del Centro de Salud Ángela Uriarte por la falta de medios o retirar nieve de las puertas de la Residencia Nuestra Señora de Valverde cuando nos enterró la Filomena. Moverlo responde, más bien, al interés de una élite enriquecida que tiene una visión diametralmente opuesta a la nuestra. Para ellos, se trata de la oportunidad de pegar otro pelotazo urbanístico y lucrarse con turbios contratos. Para nosotros, nuestro hogar.
Por eso, aunque en el capitalismo se nos muestre la realidad como inmutable y predefinida, las y los comunistas decimos alto y claro que hay que romper con los márgenes que nos imponen, y que allí donde su sistema ejerza la violencia nos encontrarán firmes y decididos, de pie sobre la tierra como un árbol. Que si hay que reconstruirlo o moverlo sea con base en la necesidad e identidad de un barrio que apuesta por la inclusión y la solidaridad, no por el beneficio económico de una minoría.
Tal vez desde fuera se vea como mover toneladas de cemento, pero para nosotros es el enclave para abrir los brazos a todo aquel que quiera construir un proyecto de vida en comunidad.