Seguro que han leído alguno de los titulares que comparan el crecimiento del PIB español durante 2023 con el de otros países europeos. Si no, les informo rápido: mientras en España el crecimiento fue del 2,5%, en Alemania, Italia o Francia los datos fueron muy inferiores (-0,1 %, 0,7 % y 0,9 %, respectivamente). A raíz de esto, y contando además con las previsiones para 2024, no han faltado comentarios del estilo «España se ha convertido en la locomotora económica de Europa».
Aceptando ese símil tan viejo, la realidad es que la locomotora tira, pero va dopada. Es más, la locomotora tira, sí, pero tiene el motor a punto de gripar. Y la cosa se puede explicar bastante rápido si vemos cuáles son los factores que, según los «expertos», explican el porqué de los datos del PIB español.
En primer lugar, nos cuentan que las empresas españolas han ganado competitividad. Más competitividad se traduce en más exportaciones, más ventas de todo tipo al extranjero, principalmente a países como los anteriores. Lo que no nos cuentan tanto es que, generalmente, las ganancias en competitividad de las empresas de un país se explican por empeoramientos relativos en las condiciones laborales de ese país. Si las empresas españolas son hoy más competitivas que las de otros países es, en buena medida, porque venimos de un proceso de varios años en el que se ha producido una importante devaluación interna derivada de los recortes y las dos reformas laborales que siguieron a la crisis de 2007. Es decir, las empresas españolas compiten mejor en el extranjero porque les resulta más barata la fuerza de trabajo o, sobre todo después de la última reforma laboral de la socialdemocracia, porque la ampliación del trabajo a demanda y la extensión de la flexiseguridad les permite reducir costes.
Nos cuentan también que los datos del PIB se explican en parte porque hemos tenido cifras récord de turistas extranjeros, más de 85 millones de personas. Hace muchos años que se decidió que España debía centrarse en este sector y abandonar otros, y hoy el turismo supone el 13 % del PIB. Ahora bien, conviene preguntarse el efecto que esto está teniendo en materia de vivienda, por ejemplo, en muchas zonas del país. La locura por el turista, propio o foráneo, está haciendo imposible el acceso a la vivienda a una parte relevante de la población, que es incapaz de afrontar los incrementos brutales de los alquileres o del precio de compra derivados de la burbuja de los pisos turísticos o de las maniobras de los fondos de inversión en el mercado del alquiler.
Por último, nos dicen que el crecimiento notable del gasto público también tiene que ver con los datos del PIB. PSOE y Sumar quieren presentar esto como una muestra de que la austeridad de períodos anteriores se ha acabado, pero eso es falso. Primero, porque el chute de euros públicos es un espejismo temporal que viene de una coyuntura (sobre todo, los fondos europeos). Segundo, porque se está usando para financiar a las empresas mediante subvenciones directas e indirectas. Y tercero, porque el retorno del Plan de Estabilidad de la UE está a la vuelta de la esquina, y no falta mucho para que volvamos a los memorándums y los hombres de negro.
Los factores que explican la «buena marcha» de la economía española tienen los pies de barro y no son ajenos a los problemas políticos y económicos mundiales, que no auguran nada bueno. Cuando las subvenciones al consumo de las familias pasen a usarse para renovar el arsenal español, las cadenas de suministro vuelvan a alterarse o volvamos a escuchar a la Comisión Europea decir que vivimos por encima de nuestras posibilidades, recuerden que los palos se los va a llevar la mayoría trabajadora.