La socialdemocracia ha renunciado a la vía reformista, renuncia a la renuncia de la revolución, y este trabalenguas de doble negación podría parecer que se traduce en una afirmación revolucionaria, pero nada que ver, es todo lo contrario. Bop Pop, uno de los voceros de la nueva socialdemocracia, decía en la cadena SER a inicios del mes pasado que: «La izquierda ha fracasado: no haremos la revolución, como mucho, pondremos parches, pero es imposible cambiar el sistema». El fragmento generó cierto revuelo en redes sociales, cierta indignación: el rey reconocía que iba desnudo.
A lo que renunciaba Bop Pop, en el ingrato papel de cantar las verdades del barquero, no era a la revolución, a eso renunciaron ya hace muchas, muchas décadas, era a lo que ellos, los socialdemócratas, han vendido como revolución desde entonces. Ni si quiera a la vía democrática y pacifica hacia el socialismo, a la que también renunciaron hace tiempo. Renunciaba a la vía que les quedaba, a ese proyecto reformista que enterrase el paradigma del «neoliberalismo» y elevase los Estados del Bienestar como síntesis y acuerdo históricamente definitivo entre el capital y el trabajo.
La subjetividad pragmática de la nueva socialdemocracia es el reflejo del espíritu de época, del escepticismo característico de nuestros tiempos, que se recrudece en los momentos de crisis, alcanzando nuevas cotas de renuncia. Así, en el momento actual, donde los márgenes de posibilidad política del capitalismo son tan estrechos, la socialdemocracia «más a la izquierda» reconoce que su aspiración, como mucho, es parchear los efectos destructivos que ya están y que están por venir.
Hoy, que las economías europeas dan nuevos síntomas de ralentización, la socialdemocracia en su conjunto identifica como victoria pírrica, en un momento que exige de contrapesos a dicha ralentización (ninguno tan rentable como el de la guerra), la constatación de la función del Estado como «regulador», como necesario interventor en la economía para «corregir» su funcionamiento. ¿Pero regular y corregir para qué?
Pues para que las grandes empresas sigan teniendo grandes beneficios, ni más ni menos, aunque se adorne con otros elementos como la crisis ecológica, o se extorsione con la amenaza del auge reaccionario. Porque esa es la lógica del capital, y esa es la lógica a la que está subordinado el Estado levantado sobre dicho modo de producción, cuya función es además garantizar la paz social limitando parcialmente el impacto social que esto genera. Ahí se ubica hoy la insistencia en el «aumento de la productividad» (por esta consigna está todos, incluidas cúpulas sindicales, el rey y toda su corte desnuda, vaya), la inversión digital, la apuesta por el New Green Deal, etc.
Del Socialismo al Estado del Bienestar y de este al mero Estado interventor que ralentiza y parchea la destrucción y pobreza que generan las dinámicas capitalistas a las que sirve. Ya no hay «vías», hay «resistencias», y claro, dentro de esta lógica resulta bastante más fiable el hermano mayor, el PSOE, pues al fin y al cabo estos fueron casi siempre sus ropajes. A nadie debería sorprender demasiado lo que dicen las encuestas. La hipótesis de que tu función política es simplemente presionar al socio para asegurar que se parchea no resulta seductora por ningún lado, más aun teniendo en cuenta que les maniata para desplegar cualquier crítica diferenciadora: ni la anticorrupción, ni el pacifismo…
Todo lo que la socialdemocracia está dispuesta a renunciar, debería encontrar su correlato en una clase obrera que está dispuesta a asumir: asumir hacer su propia política no delegada, asumir que la única guía de sus luchas sean sus propios intereses, asumir generar sus propias instituciones y estructuras, en definitiva, asumir de nuevo la revolución.