2024 está viniendo cargado a tierras gallegas. Acaban de tener lugar unas elecciones autonómicas cuanto menos interesantes, pero el año comenzó con una fuerte marejada contra las instituciones, seguida de un cruce de reproches entre comunidad autónoma y administración central y con el telón de fondo de un nuevo vertido contaminando sus costas.
Porque sí, ha pasado de nuevo; 21 años después de aquel «nunca máis» que inundó toda España de solidaridad, más de dos décadas desde que voluntarios de toda España se trasladasen a la Costa da Morte a retirar en 135 playas casi 77.000 toneladas de fuel ruso cargadas en un petrolero con escala en Gibraltar pero rumbo incierto. Aquello conmocionó a nuestro país, pero las consecuencias reales fueron prácticamente nulas. De la empresa, con sede oficialmente en Grecia, no se volvió a saber nada. A los responsables del barco –los que encontraron– no les cayó pena alguna por el vertido, al igual que al único responsable de la administración imputado. En cuanto a las consecuencias políticas, no hubo dimisiones ni asunción de responsabilidad alguna por parte de nadie; baste recordar que el máximo responsable de la desastrosa gestión de «los pequeños hilitos con aspecto de plastilina» fue M. Rajoy, quien, diez años después y lejos de haberse hundido su Prestigio, se convertiría en presidente del Gobierno.
Hoy no son regueros de fuel saliendo de un barco anticuado, pero sí más de mil sacos de pellets plásticos, perdidos a 80 kilómetros de las costas portuguesas, tras caer al mar varios contenedores. ¿El destino de la carga? El puerto de Rotterdam, el más grande de Europa, procedente de Algeciras. Desde ahí, los sacos, propiedad de la empresa Bedeko –con sede en Polonia–, son exportados a sus tres fábricas, localizadas respectivamente en China, India y Vietnam, donde los pellets se transforman en distintos productos plásticos que luego exportan a más de 50 países, principalmente de vuelta a Europa. Detengámonos un momento antes de volver a esto para hacernos una pregunta sencilla: ¿qué son los dichosos pellets plásticos y qué consecuencias ambientales tienen?
Pues muchas. Las más evidentes, las consecuencias directas: bolas de plástico, de tamaño pequeño, fácilmente mezclables con la arena de una playa, fácilmente engullibles y que fácilmente producen la muerte de distinta fauna marina, desde peces a aves. Según los informes –los que no son de una sola página con el logo de la Xunta de Galicia, me refiero–, además, pueden ser irritantes para la piel, los ojos y las vías respiratorias, en función del polímero plástico empleado. Retirarlas del entorno natural, además de resultar harto complicado, es una prioridad absoluta por sus repercusiones en los ecosistemas marinos, de los cuales por cierto depende buena parte de la economía local. No obstante, resultan bastante más interesantes los efectos ambientales colaterales, que dan pie a un sinfín de preguntas.
Volvamos al viaje de los pellets. El origen conocido es Algeciras, pero desconocemos de dónde viene la materia prima con la que se producen estos microplásticos, desde donde habrá tenido que transportarse, como mínimo, directamente a la localidad gaditana, y eso si no ha dado más vueltas por el mundo. Desde allí, viaje a Rotterdam, y desde Rotterdam a Asia, un viaje que desde luego se vuelve a hacer en barco –dado que la carga sobrepasa con creces lo que puede transportar un avión– y que habitualmente se hace… pasando por Algeciras de nuevo antes de adentrarse en el Mediterráneo rumbo al Mar Rojo (si las bombas en Yemen lo permiten, claro). ¿Por qué hacer el viaje hasta Países Bajos, entonces?
Pero continuemos con las preguntas. ¿Cómo funciona lo del transporte marítimo? ¿Cómo es posible que un barco que lleve una bandera de Liberia pertenezca a una empresa con sede en el paraíso fiscal de las Bermudas, que a su vez es propiedad de una segunda empresa con sede en Chipre, cuyo fundador sea el dueño de un holding alemán con decenas de empresas y nadie destaque lo increíblemente turbio que suena todo lo relacionado con la navegación?
Sigamos. La empresa productora, recordemos, es polaca, y según sus cuentas, la mayoría de su mercado está dentro de las fronteras de la UE. ¿Por qué sus fábricas están en India y también en China y Vietnam, a casi medio mundo de distancia tanto de la sede como de su principal mercado? Evidentemente porque les sale más rentable, lo cual nos obliga a preguntarnos también: ¿cuánto se están ahorrando al deslocalizar su producción fuera de Polonia? ¿Cuánto se está pagando realmente en derechos de emisión de desplazar barcos enormes a decenas de miles de kilómetros si aun así les compensa?
E incluso más allá: les sale más rentable llevar pellets a Asia, transformarlos allí en plásticos y reimportarlos a Europa. Tengamos en cuenta que el salario medio de Polonia es aproximadamente dos tercios del de España y el 18º más alto –de un total 27– en la UE; ¿en qué condiciones laborales están produciendo en Asia para que aun así les compense todo el proceso?
Y ya que hablamos de la Unión Europea, preguntémonos: ¿cómo es posible que la UE, adalid de la transición ecológica y la lucha contra el cambio climático, permita todo esto cuando suele mostrarse tremendamente intransigente en su normativa ambiental?
Nada de esto se puede explicar desde la racionalidad. Precisamente, porque todo el proceso productivo se desarrolla dentro de un sistema socioeconómico concreto, el capitalismo, basado en la búsqueda irracional del máximo beneficio. En este contexto, gobierna la anarquía de la producción y la explotación sin control de mano de obra y de recursos naturales. Tratar, entonces, de imponer cordura a este sistema es pretender ponerle puertas al campo, y los capitalistas lo saben perfectamente. Así pues, la normativa ambiental, lejos de ser útil y de aprobarse con el objetivo de impedir los impactos ambientales de la producción capitalista, sirve a los objetivos de los capitalistas, e igualmente los capitalistas se saltarán esa normativa si les conviene hacerlo, además con la protección de los gobiernos que los respaldan. Desde aquí solo podemos recomendar, para profundizar en el tema, la lectura de las contribuciones del PCTE y del resto de partidos de la Acción Comunista Europea a la Teleconferencia sobre capitalismo «verde» que se celebró el 14 de enero, además de la declaración conjunta emanada de dicha reunión.
Hay una tradicional cita del marxismo que viene a señalar que la historia ocurre por primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa. Una frase que aparentemente podría seguir teniendo plena vigencia, pero que en mi opinión se ha quedado del todo obsoleta. Las catástrofes ambientales son solo una de las innumerables facetas en las cuales el capitalismo demuestra que no repite su historia dos veces, sino que es un bucle continuo. Y seamos sinceros: lo de vivir en este sistema hace tiempo que a todos se nos hace bola.