Dentro de las teorías sobre la Economía de la Educación podemos encontrar la Teoría del Capital Humano, que plantea que el conocimiento radica en los individuos y ve la educación como una inversión. Todo ello en un marco de análisis de la fuerza de trabajo, según el cual se podría elevar su productividad por la vía del conocimiento.
Esta teoría es claramente abrazada desde hace años por quienes definen actualmente el modelo educativo desde el Banco Mundial (BM) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE); instituciones que, desde los años 80 del siglo pasado, fueron sustituyendo paulatinamente a la institución que la propia ONU creó para el impulso y fomento de la educación: la UNESCO. Es, por tanto, toda una declaración de intenciones que las instituciones creadas para la planificación y el desarrollo económico acaben definiendo un determinado modelo educativo.
No nos extrañará, en consecuencia, que la cada vez más relevante participación de la OCDE en materia educativa se dirija desde entonces hacia la presión sobre los sistemas educativos de los estados para que incluyan los nuevos términos de empleabilidad, aunque en la necesidad de difundir una noción actualizada de capital humano, en lugar de referirse a actitudes, se refiera a competencias: «[…] el capital humano es el conocimiento, las competencias y otros atributos acuerpados en los individuos y que resultan relevantes a la actividad económica […]» (OCDE, 1998).
Si a esto le sumamos la aseveración de que la productividad es un atributo de los puestos de trabajo y no de la mano de obra, según el economista Lester Thurow, el entrenamiento y la educación no son factores importantes para determinar la productividad potencial de los trabajadores. El trabajador adquiere por tanto las destrezas cognitivas necesarias para elevar su productividad al nivel de la productividad del puesto después de contratado a través de programas de entrenamiento. Y de ahí se infiere el hecho de que el criterio que se use en la selección de personal sitúe el foco en la «entrenabilidad». La educación se puede convertir, así, en un mecanismo para seleccionar trabajadores deseables y no deseables (Teoría del filtro, Keneeth Arrow) según los certificados académicos que puedan mostrar un nivel general de habilidades de lectura, de responsabilidad, de actitudes hacia el trabajo, la habilidad de comunicarse bien y la habilidad para continuar aprendiendo. El «aprender a aprender» y el «aprendizaje a lo largo de la vida» se convierten en los nuevos mantras.
Y aquí entran los voceros del sector empresarial llorando, porque la capacitación les implica un doble costo; por un lado, los impuestos que pagan y que han de canalizarse a la escuela que debería otorgar esa capacitación; por otro lado, los gastos en la capacitación de los trabajadores de nuevo ingreso, así como la recualificación del personal ya contratado. Nada importa, en su discurso, que la realidad sea que la mayoría de los impuestos los paga la clase obrera a través de un sistema que grava sobre todo las rentas del trabajo sobre las del capital.
Y aquí entra en juego el concepto de empleabilidad, como el conjunto de aptitudes y actitudes que posibilitan a un individuo el ingreso en un puesto de trabajo además de facilitarle permanecer en él. Una responsabilidad, la de ser empleable, que se hace recaer en el individuo, independientemente de las tasas de paro estructural existentes. Ello, sin duda, tiene el claro objetivo de profundizar en el argumento de culpabilizar a las personas privadas de empleo de su situación, en esta ocasión por no ser suficientemente empleables. En otras ocasiones, por que los subsidios o prestaciones por desempleo desincentivan la búsqueda activa de un trabajo, supuestamente.
Volviendo a lo que nos ocupa, la escuela no puede convertirse en un vasallo silencioso de la estructura productiva. Por tanto, no puede abandonar ciertos objetivos de formación para satisfacer única y exclusivamente las necesidades del mercado.
La pelea se libra, pues, entre quienes están dispuestos a eliminar contenidos que no influyen directamente sobre la empleabilidad y otros que defendemos la necesidad de una formación integral no supeditada a los intereses económicos. Desgraciadamente, y con la entrada de la socialdemocracia en alianza con los primeros, el saldo en España es una legislación educativa cuyas reformas han ido dirigidas a reforzar los criterios más mercantilistas.
Y esto es tanto así como que el modelo de enseñanza se ha consolidado en saberes destinados a la producción sin el acompañamiento de un saber crítico, que forma trabajadores como contenedores de conocimientos, ultra especialistas en lo profesional y sumisos en lo social. Trabajadores y trabajadoras programables, que sólo necesitan un software básico que permita a sus «empleadores» proporcionarles las instrucciones en lenguaje sencillo que de forma fundamentalmente mecánica van a tener que desarrollar en su trabajo.
Se buscan la sumisión y la entrenabilidad. Sin una formación cultural sólida que debería ser proporcionada por la educación obligatoria, y al albur de cientos de estímulos de distracción de la realidad en formato de industria del entretenimiento, estos contenedores de conocimientos ultra especializados sin capacidad de análisis crítico son especialmente sumisos ante la relación laboral, y los momentos de explosión de sus insatisfacciones se reducen al ámbito de sus relaciones sociales y especialmente el ámbito doméstico.
Pero el modelo general va más allá. La Formación Profesional Dual permite con sus miles de horas de prácticas una oportunidad a las empresas de nutrirse de mano de obra gratuita o muy barata. Hay que tener en cuenta que las modalidades con contrato son subvencionadas para las empresas con fondos de las llamadas «medidas activas de empleo»; ingentes cantidades de dinero público que van directamente a sufragar costes laborales en las empresas privadas por el simple hecho de contratar.
Si aún esto es poco, durante el tiempo de prácticas las empresas pueden realizar una buena selección de los más «empleables» en caso de necesitarlos en un futuro, aunque en la inmensa mayoría de las ocasiones se producirá una rotación por mano de obra fresca en cada curso.
Y para el personal que ya está en la empresa tenemos otros conceptos como el upskilling y el reskilling, cómo no, también subvencionables por partidas de las medidas activas de empleo y con nombre en inglés, que siempre le da un plus. Con el upskilling se enseña a un trabajador nuevas competencias para optimizar su desempeño, y con el reskilling, también conocido como reciclaje profesional, se le forma para adaptarlo a un nuevo puesto en la empresa. Lógicamente, no debe olvidarse que del pastel de toda esa capacitación las empresas privadas de formación se llevan la parte del león.
Bonito pañuelo el bordado por la socialdemocracia para enjugar el llanto de una patronal siempre insaciable, y cuya preocupación era un supuesto doble pago en la capacitación de sus trabajadores y trabajadoras.
La formación la paga la clase obrera con sus impuestos y la repaga con trabajo gratuito. El aumento de la explotación individual y colectiva a la clase trabajadora se multiplica a la vez que se selecciona a los perfiles más sumisos sin renunciar a tener trabajadores con conocimientos actualizados y de calidad para los procesos productivos modernos en los sectores que los necesitan. En resumen: Todo para el Capital.