En el siglo V, antes de nuestra era, Sun Tzu escribía en El arte de la guerra lo siguiente: «Cuando el enemigo te lleva a luchar contra él con las armas que él ha elegido, a utilizar el lenguaje que él ha inventado, a hacerte buscar soluciones entre las reglas que él ha impuesto, ya has perdido todas las batallas, incluida la que podrías haber ganado».
Por desgracia, en la lucha de clases, se olvida con demasiada frecuencia esta enseñanza. Especialmente, al entender como neutros determinados conceptos y categorías económicas, como sucede con el asunto de la productividad. En general, en el debate político y sindical sobre la productividad, esta suele entenderse como la relación entre la cantidad de productos obtenida por un sistema productivo y los recursos utilizados para obtener dicha producción. Y esos recursos, cuando hablamos de productividad del trabajo, no son otros que la fuerza de trabajo empleada en cada empresa capitalista.
Ante cualquier exigencia obrera o debate económico general, la patronal sitúa como premisa la necesidad de aumentar la productividad del trabajo. Partiendo de los intereses capitalistas, es una posición coherente. El problema viene, precisamente, cuando son las organizaciones obreras quienes interiorizan la cuestión, tratando de buscar soluciones, como señalaba Sun Tzu, con las reglas que la clase antagónica ha impuesto, con las armas que ha elegido y con el lenguaje por ellos inventado.
No hay espacios para la neutralidad en la lucha de clases
En el día a día del mundo del trabajo podemos encontrar multitud de ejemplos en los que se manifiesta este debate. Es imposible negociar una subida salarial en la que no se sitúe el asunto de la productividad. Otro tanto sucede con el asunto de moda: la reducción de la jornada laboral, bien sea diaria o semanal (la famosa jornada semanal de cuatro días). El debate, al fin y al cabo, aunque sea de forma velada, pivota sobre la tasa de plusvalía, que sirve de indicador del grado de explotación del trabajador por parte del capitalista.
Cuando determinadas fuerzas políticas o sindicales utilizan de forma neutra la concepción burguesa de la productividad del trabajo, reproducen en el seno de la clase obrera la ideología capitalista; se supeditan y nos supeditan, conscientemente en unos casos y de forma inconsciente en otros, a los intereses de la burguesía. De ahí la importancia que en la lucha diaria adquiere la independencia ideológica, que se forja en cada debate, en cada negociación, en cada aspecto de la lucha de clases.
El trabajo que el obrero invierte en la empresa capitalista se divide en dos partes. Durante una parte de la jornada laboral, los trabajadores y las trabajadoras producen el equivalente al valor de su fuerza de trabajo; es lo que llamamos tiempo de trabajo necesario. Sin embargo, durante el resto de la jornada, la clase obrera produce un valor del que se apropia gratuitamente el capitalista; es lo que denominamos plustrabajo, y al valor creado durante esa parte de la jornada de trabajo, plusvalor. El valor creado por el plustrabajo del obrero es precisamente la plusvalía, o lo que es lo mismo, el resultado de un trabajo no retribuido.
Capital constante, capital variable y productividad
Como señalaba Leontiev, en la producción de plusvalía, las distintas partes de las que se compone el capital no desempeñan el mismo papel. El capitalista convierte una parte de su capital en medios de producción (edificios, máquinas, equipos, materias primas, combustibles…). El valor de todos estos recursos consumidos en la producción de mercancías se transfiere sin modificación en el valor de la producción acabada. En la medida en que la magnitud del valor de esta parte del capital no cambia, se denomina capital constante.
La otra parte de su capital la emplean los capitalistas en la compra de otro tipo de mercancía: la fuerza de trabajo. La clase obrera crea con su trabajo un nuevo valor. Ese valor, como ya se ha visto, resulta ser mayor que el de la fuerza de trabajo. Por tanto, la magnitud del valor de la parte del capital que los empresarios desembolsan para contratar mano de obra cambia en el proceso de producción y aumenta. Precisamente por eso, la parte del capital que se invierte en la compra de fuerza de trabajo se denomina capital variable. A su vez, la jornada de trabajo se divide en tiempo de trabajo necesario (retribuido al trabajador) y tiempo de trabajo adicional (plustrabajo, no retribuido).
Cuando el tiempo adicional crece y disminuye el necesario, se eleva el grado de explotación del trabajo por el capital. A esto es, precisamente, a lo que se refiere la burguesía, y todos aquellos que reproducen la ideología burguesa, cuando hablan de aumentar la productividad del trabajo. Por tanto, caben diferentes maneras de intensificar la explotación. Pueden aumentar la jornada de trabajo, como sucede con el caso de las horas extraordinarias (¡no digamos con las no pagadas!), pero pueden también intensificar los ritmos de trabajo y eliminar o presionar a la baja sobre otros derechos laborales, en nombre de la cacareada flexibilidad interna, manteniendo o incluso disminuyendo la jornada laboral. Porque de lo que en realidad se trata, como hemos tratado de explicar, es de aumentar el tiempo adicional de trabajo y no necesariamente la jornada laboral. Y a esto es a lo que se refieren con incrementar la productividad, porque de ello depende la tasa de plusvalía y, en última instancia, la ganancia capitalista.
El debate es tramposo, muy especialmente cuando se discute sobre la jornada laboral. Porque sólo una disminución de jornada que reduzca el tiempo adicional de trabajo implica una disminución de la explotación. Como señalaba Carlos Marx, el capital acredita un hambre verdaderamente voraz de plustrabajo. Esa es la cuestión clave que tener en cuenta, sobre todo ante aquellos discursos trampa que, partiendo de la ideología capitalista, afirman gestionar el capitalismo en beneficio de la clase obrera e instrumentalizan sus necesidades y aspiraciones para maximizar la explotación.
En nuestro país se están modernizando las relaciones capitalistas de explotación. Para ello se han aprobado todas y cada una de las reformas laborales en las últimas décadas. Los debates que marcarán la legislatura que comienza, en el plazo de las relaciones laborales, apuntarán en el mismo sentido. Nuestra tarea, por tanto, es hacer los esfuerzos necesarios para elegir las armas con las que luchar, utilizando nuestro propio lenguaje y acumulando las fuerzas suficientes para imponer nuestras soluciones en las batallas que, sin duda, librará la clase obrera.