Siempre, pero quizás hoy más que nunca, la política burguesa va mucho de vender y comprar relatos. El anterior gobierno de coalición basó su legitimación ante amplios sectores obreros y populares en vender la narrativa de que protegían a los más débiles al mismo tiempo que garantizaban la recuperación macroeconómica, tras la crisis catalizada por la pandemia. También se vanagloriaban de haber contribuido a que, según ellos, la UE se percatase del error que cometió con sus recetas de austeridad en la gestión de la crisis de 2008 y en esta ocasión propusiera una salida diferente. A esa legitimidad del gobierno entre amplios sectores han contribuido unas cúpulas sindicales afanadas en alinearse con la socialdemocracia y defender las lógicas del pacto social, cercenando la independencia del movimiento obrero y popular, constriñendo las posiciones combativas que este necesita desarrollar con urgencia.
Con pericia, todo sea dicho, pero han podido vender ese relato mientras el viento soplaba a favor, mientras eran los principales organismos capitalistas los que llamaban, en una primera fase de la crisis, a movilizar enormes cantidades de recursos públicos para sostener el consumo y garantizar que el sistema no implosionase: la rueda del capital debía seguir girando. Este estímulo a la demanda –ejecutado por gobiernos de muy distinto pelaje– era defendido como un «escudo social» por el gobierno más progresista de la historia, y eso que los descuentos y los bonos sociales iban acompañados de constantes récords de beneficios de las empresas españolas del Ibex 35. Un poco raro, ¿quizás? Obviaban, en todo caso, el detalle «menor» de que financiar todas esas «ayudas» era posible gracias a la suspensión del Pacto de Estabilidad y Crecimiento y a un notable incremento de la deuda pública. Si esta suspensión finaliza en 2024 y la UE ya está exigiendo «reformas estructurales» para reducir el déficit, se impone una pregunta: ¿qué hará entonces el nuevo gobierno de coalición? ¿Qué humo intentará vender cuando recorte, privatice o retire las migajas que ha dado para sostener a amplios sectores populares gravemente empobrecidos y evitar así desgarros sociales y posibles protestas?
Llevamos tiempo escuchando aquello de «tax the rich»: pongamos impuestos a los ricos. Lo tuiteaban, entre otras, Mónica García y Yolanda Díaz. Esta propuesta tan socialdemócrata, tan de no cuestionar el origen y la legitimidad de la riqueza de los capitalistas, tan de evitar ese otro lema, «eat the rich», que llama a comerse a los ricos, esconde que proponer que estos paguen más impuestos va de la mano de asumir –y esta parte casualmente los socialdemócratas la omiten– que en el proceso ganarán mucho más, y que lo hagan (cómo, si no) a costa de su antagonista: la clase obrera. Las grandes fortunas no salen perdiendo en la ecuación, y prueba de ello es que sean incluso algunas de ellas quienes pidan pagar más impuestos ¿Repentina solidaridad y empatía de multimillonarios? Permítannos dudarlo.
En esa ecuación que sigue proponiendo de forma suicida el crecimiento económico para salir de la crisis encajan como anillo al dedo dos elementos: la flexibilidad laboral y la productividad. Elementos que todo el gobierno y muy especialmente Yolanda Díaz desde su ministerio intentarán vender como favorables tanto a la mayoría trabajadora como a las y los empresarios, ocultando que a quienes realmente sirven en última instancia es a estos. Hablar de un «Estatuto del Trabajo del siglo XXI» y de reducir la jornada laboral suena a modernidad y progreso, pero esconde trabajo a demanda (ajuste más preciso de la fuerza de trabajo a las necesidades productivas) y la desvinculación –suscrita en el acuerdo de gobierno– de las mejoras salariales del IPC para ligarlas a la «productividad» de las empresas. ¿Perdedora? La clase obrera.
Todo este bello relato se completa con el «logro» de integrar a los nacionalismos periféricos en la gestión del capitalismo español, en el marco de la legalidad estatal vigente. Marco que se demuestra flexible siempre y cuando sea para lograr la buena marcha del capitalismo, la «gobernabilidad». Marco flexible en el que el PSOE se mueve mejor que nadie, pero en el que también se ha movido sin problemas el PP cuando le ha hecho falta; recordemos la investidura de Aznar en 1996. ¿Y qué no le ofrecería Feijoo al PNV cuando buscó su apoyo para su investidura?
Tras no lograr su ansiado gobierno, la derecha y la extrema derecha agitan las calles y critican a la policía, mientras la socialdemocracia legitima y refuerza este instrumento represivo del estado capitalista. ¿Para frenar el avance de qué clase social están constituidas en última instancia las fuerzas represivas? Produce bochorno ver a la «izquierda» legitimar una herramienta de la burguesía que acaba tornándose siempre contra las y los trabajadores. Papeles invertidos, papeles intercambiables; ¿mundo al revés o evidencia del consenso de ambas patas en sostener el capitalismo? ¿Y los encausados y encarcelados por la ley mordaza? ¿Ahí no hay amnistía? En el acuerdo de gobierno nada se dice sobre el lamentable incumplimiento de la promesa del anterior gobierno de derogarla.
Mientras, a la izquierda del PSOE hay divorcio. Sumar ha completado su desahucio a Podemos, y estos, jóvenes quincemayeros que venían a cambiarlo todo y que, acostumbrados ya al traje institucional, han tratado a la desesperada de conservar algún asiento en el gobierno, se enfundan ahora el traje de víctima. Según ellos, han sido excluidos por ir demasiado lejos en su combate contra los poderosos. ¿Dónde estaba ese carácter combativo y contestatario cuando avalaban desde el Consejo de ministros la puesta a punto del capitalismo español y la participación de nuestro país en conflictos interimperialistas y contribuían a afianzar la sacrosanta paz social? Ahora serán los más críticos; más sencillo, claro, cuando no formas parte del gobierno (aunque también pretendieran hacerlo entonces, ejerciendo «presión desde dentro»). Y es que hay que vender relato para recuperar la hegemonía perdida. La mayor mimetización de Sumar con el PSOE podría terminar dejándoles una puerta entreabierta que querrán aprovechar para volver a engatusar a la mayoría trabajadora con cantos de sirena. No tropecemos de nuevo con la misma piedra. Ni con esa, ni con la de la reacción envalentonada, ni con la del nuevo gobierno de coalición. Empecemos a trazar nuestra propia senda evitando todas las piedras en el camino.