La importancia de los “cuidados” o cómo reforzar estereotipos que esencializan a la mujer

El mes pasado, las dos patas gubernamentales de la socialdemocracia, PSOE y SUMAR, firmaron un acuerdo para “una nueva coalición de gobierno progresista”. En uno de sus puntos, específicamente en el punto 8 del artículo 6, exponen que van a impulsar una Ley de Cuidados en consonancia con la Estrategia Europea de Cuidados.

El artículo en cuestión se titula, nada más y nada menos, “España, un referente feminista”. Ya es casualidad que se hable de los cuidados en el punto en el que, supuestamente, presumen de avances para las mujeres.

Esto no resulta novedoso. De hecho, muchos sectores del feminismo prácticamente llegan a reivindicar, hoy en día, que las mujeres tienen algo especial para los cuidados. Que, por el simple hecho de ser mujeres, tenemos una capacidad por encima de lo normal para los cuidados de todo tipo. Más allá de la cuestión biológica del parto y la crianza en los primeros meses de vida de los hijos, es un grave error considerar como algo innato el papel de cuidadora de la mujer. Reivindicaciones como los permisos de paternidad transferibles no hacen más que perpetuar los roles de género, puesto que continúan responsabilizando y condenando a la mujer a las tareas reproductivas y de cuidados, al pretender traspasar el tiempo de permiso asignado al hombre a la mujer. La solución no son permisos transferibles, sino permisos de maternidad más largos, mínimo de un año, para la recuperación completa de la mujer y también permisos de paternidad más duraderos, para poder compartir la responsabilidad de la crianza.

El sistema capitalista juega con nuestras necesidades y nos da migajas. Es un hecho incuestionable que el capitalismo es incapaz de garantizarnos, en lo más mínimo, unas condiciones dignas para toda la población, tanto en la infancia como en la vejez o en situaciones de dependencia. No es casualidad que casi 8 millones de mujeres en Europa no trabajen por tener responsabilidades de cuidados en casa. Somos las mujeres las que pedimos más excedencias, jornadas parciales o dejamos de trabajar, directamente; son ellos quienes tienen mayores ingresos y ante la elección de quién debe dejar su vida laboral de lado para hacerse cargo de un nuevo miembro de la familia, la solución es sencilla: aquella persona que aporte menos en la economía doméstica (si se trata de depender de un solo salario, al menos, que sea el más alto). Y habitualmente es la mujer.

El feminismo, como movimiento interclasista, no ataca la raíz del problema al no proponer la superación del capitalismo. Pueden decir muy alto y muchas veces que lo único por lo que luchan es para mejorar la vida de las mujeres (así, en abstracto, porque para ellas lo mismo es la mujer que explota que la mujer explotada), pero sus propuestas no nos acercan a la única manera en que podría eliminarse este peso que lleva siglos cargado a los hombros de las mujeres: la socialización del trabajo reproductivo.

¿Qué podemos esperar de un movimiento parcial con reivindicaciones muy concretas a los problemas que trata y que asume la visión hegemónica de la sociedad y es incapaz de superar el capitalismo, aunque a veces pueda parecer que se oponen a algunos efectos nocivos de este? Su carácter de clase es burgués o pequeñoburgués, dependiendo de la corriente, y desplaza la raíz de la opresión de la propiedad privada a un sistema patriarcal que se ha dado a lo largo de la historia, dejando de lado el análisis de la propiedad de los medios de producción, y por lo tanto del capitalismo, en un segundo plano.

Entonces, esto de qué trata, ¿de una cuestión de género? Nosotras consideramos que no; es una cuestión de clase, puesto que las “empresarias”, las mujeres de la burguesía, no viven la misma situación que nosotras. En nuestro trabajo nos da igual si nuestro jefe es hombre o es mujer. No necesitamos cupos en las direcciones, necesitamos acabar con los contratos precarios, conquistar mayores derechos en nuestros permisos de maternidad, conseguir unos servicios sanitarios públicos que cubran nuestras necesidades sanitarias.

No basta con decir que se lucha por dignificar la vida de las mujeres, no basta con aprobar leyes, dentro del sistema burgués, que en lo inmediato no tienen ningún efecto. Si todo lo relacionado con los cuidados no va encaminado hacia la superación del sistema capitalista y hacia esa socialización del trabajo reproductivo y a la eliminación de todo vestigio de la ideología patriarcal, no sirve para nada.

Hubo un tiempo donde las trabajadoras podíamos disfrutar de una vida plena, cargadas de derechos y soluciones. No hace tanto que países socialistas como la URSS o la RDA emprendieron el camino hacia la emancipación real y efectiva de las mujeres de la clase obrera, un camino que se vio truncado por el triunfo temporal de la contrarrevolución.

La URSS proclamó la igualdad absoluta entre hombres y mujeres y no solo lo dejó escrito en papel, sino que lo plasmó en cada aspecto de la vida; derechos sexuales y reproductivos, la completa emancipación laboral, la concepción marxista de la familia, y, sobre todo, la socialización de las tareas reproductivas: comedores, guarderías y lavanderías públicas, que permitían a las mujeres no tener que dedicar parte de su tiempo libre a las tediosas labores del hogar o las de los cuidados. Gracias a ello, las mujeres pudieron disponer del tiempo necesario para su participación política, económica, cultural y educativa. La inmensa experiencia que supuso la revolución bolchevique y su política hacia los derechos de la mujer representan una valiosa herencia a la que no debemos renunciar. Lo mismo podemos decir de la RDA, donde la Constitución blindaba todos los derechos de las mujeres y el Estado velaba por que así fuera.

Alexandra Kollontai decía que “no existe ningún “problema de la mujer” especial. La fuerza de la sociedad burguesa que oprime a la mujer es una parte de la gran contradicción entre el capital y el trabajo. La contradicción entre la participación de la mujer en la producción, por un lado, y su general carencia de derechos, por el otro, condujo al nacimiento de un fenómeno hasta entonces completamente desconocido: la aparición de un movimiento femenino. Pero desde el principio ese movimiento se divide en dos direcciones diametralmente opuestas entre sí: una fracción se organiza bajo las banderas del movimiento femenino burgués, mientras la otra fracción es parte del movimiento obrero”. Y esas palabras de Alexandra hoy las tenemos más presentes que nunca. Porque, como ya venimos advirtiendo, las mujeres no tenemos un problema especial por el simple hecho de ser mujeres, sino que es parte de esa gran contradicción, es parte del sistema capitalista, es parte de una sociedad que debemos transformar radicalmente.

Nuestra lucha como mujeres trabajadoras debe empezar, como es lógico, por las reivindicaciones más inmediatas, que nos ayuden a conseguir unas condiciones de vida dignas, pero no se puede quedar solo ahí. Debe pretender acabar con el actual modelo de producción capitalista, que nos oprime, nos explota y nos maltrata.

Una de las claves del programa comunista es la incorporación masiva a la producción de las mujeres, puesto que supone una condición material para la emancipación de las trabajadoras. Sin independencia económica, la liberación es imposible. Por ello resulta indispensable la socialización de las tareas reproductivas y de cuidados. Si el trabajo reproductivo es socialmente necesario, debe ser cubierto de forma íntegra por la sociedad. Sin esta necesaria socialización, la incorporación masiva de las trabajadoras a la lucha revolucionaria, a la lucha por su emancipación, será imposible. Y frente a aquellas que piden que el trabajo doméstico sea retribuido, algo que lleva intrínseca la reproducción de roles dentro de la familia, las y los comunistas defendemos la socialización del trabajo reproductivo como condición para la liberación de las trabajadoras y para acabar con el concepto burgués de la familia.

¿Qué es necesario para alcanzar esto? En primer lugar, un empleo digno con salarios decentes para todas las mujeres en edad de trabajar, o un subsidio de desempleo igualmente digno hasta encontrarlo. En segundo lugar, que las administraciones públicas se hagan cargo plenamente de las tareas domésticas mediante servicios sociales públicos, de calidad y gratuitos: cafeterías y comedores, lavanderías, escuelas infantiles, hospitales y centros de salud, residencias de mayores, centros de atención a la dependencia… por supuesto, controlados por las y los usuarios, y por las trabajadoras y los trabajadores implicados en estos sectores.

Lo más importante de todo esto es no dejar de luchar por organizarnos con las nuestras. Porque si hay alguien que va a luchar por nuestras vidas y por nuestros derechos, somos las trabajadoras organizadas. No nos queda otra: o acabamos con el sistema o el sistema acabará con nosotras.

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