Octubre, para los estudiantes, que en las últimas semanas comenzaban un nuevo curso académico, significa la vuelta al hacer cotidiano que marcará su rutina durante el resto del curso. A fecha de redacción de esta columna, se han presentado ya los planes docentes de las asignaturas matriculadas e incluso entregado las primeras prácticas, y pasar entre una y tres horas diarias en el tren o el autobús se ha hecho costumbre. Pudiera este parecer un curso como cualquier otro, si no fuera porque no lo es: En Cantabria, el pasado dos de octubre el estudiantado se manifestó frente al Rectorado de la universidad por haber sido varios estudiantes identificados y retenidos la semana anterior durante un acto de protesta. En la Politécnica de Madrid varios estudiantes fueron agredidos por la autoridad universitaria mientras organizaban acciones de apoyo a la plantilla de las cafeterías que lleva varios meses sin cobrar. En la Universidad de Burgos cientos de estudiantes de enfermería organizaban movilizaciones contra la calidad de sus prácticas. En Granada, tras un curso académico (el 2022-2023) de revitalización del movimiento estudiantil, este salía a las calles para protestar, en el marco de la cumbre de la UE, contra la guerra en Ucrania y el imperialismo. Los recién enumerados no son focos localizados. En las principales universidades del país el estudiantado ha tomado contacto con una propuesta militante. El movimiento estudiantil organizado ha comenzado el curso convocando mesas informativas, pasaclases y asambleas: espacios en los que los estudiantes debaten, discuten, planifican y organizan su acción; pero también con actividades culturales y de ocio que se integran en una propuesta general de dinamización de la vida estudiantil en los centros.
Hay veces, las menos en estos tiempos, en que es suficiente un esbozo de la situación, y dentro de ella, de cómo actuamos las fuerzas del campo obrero y popular, para señalar el camino que se debe seguir recorriendo. Hay veces que la realidad misma se entiende y comprende mejor que cualquier tesis política que parta de ella para condensar una propuesta. Hace tres años que la pandemia cercenó los canales de socialización del movimiento estudiantil, y no está de más recordar qué modelos y propuestas organizativas fueron barridas en el camino. Y recordar también las que no lo fueron: las que pudieron seguir luchando en muy duras condiciones y hoy lo siguen haciendo. Curso a curso, las nuevas generaciones de estudiantes han tenido que volver a aprender, y el movimiento estudiantil trabajar duro por volver a ser parte de la vida en la universidad, por volver a ser una realidad necesariamente reconocida por cualquier estudiante. Y serlo, además, habiendo aprendido de todo lo que fue antes.
Octubre, decíamos, significa la vuelta al hacer cotidiano que marca la pauta del resto del curso: que en el 2023-2024 sea este un hacer militante y de lucha.