El imperialismo es el capitalismo de nuestra época. ¡Ahora toca luchar por la revolución socialista y contra su mundo en guerra!

Decía Esopo, el viejo fabulista griego, que “las palabras que no van seguidas de hechos no sirven de nada” y cuánta razón se ha encargado la historia de darle. Desgraciadamente, muchos prefieren guiarse por la más cómoda cita de Maquiavelo, aquella que rezaba: “de vez en cuando, las palabras deben servir para ocultar los hechos”.

Y ninguna palabra sirve mejor para ilustrar lo dicho que “imperialismo”. Uno diría que, para desentrañar su significado, no hace falta más que acudir al diccionario de la RAE y buscar en la letra ‘I’, pero un rápido vistazo a su definición descarta inmediatamente la ilusión.

Lejos de ser de definición simple, la palabra “imperialismo” carga consigo un enorme contenido político, pero con ello también la responsabilidad histórica de delimitar con claridad meridiana el campo de los que hoy, en pleno siglo XXI, se sitúan en el terreno de los capitalistas, de su horror y de su barbarie, y de los que, parapetados enfrente, nos disponemos a luchar contra ese horror, contra esa barbarie.

Lenin le dedicó mucha tinta a definir el imperialismo, como fase superior del capitalismo. La consecuencia inevitable de la tendencia del capital hacia el monopolio, el predominio del capital financiero, la exportación de capitales, la pugna por la repartición de los mercados, la asociación de los monopolios en ‘clubs’ de gigantes para pugnar entre sí en mejores condiciones. Pero también sus enemigos se entregaron en cuerpo y alma al intento de desmontar la definición leninista de imperialismo.

La cuestión es, en realidad, más sencilla de lo que parece. El capitalismo se basa en la competencia y en el máximo beneficio; la competencia en la búsqueda constante del máximo beneficio engendra la ruina de algunos capitalistas y la riqueza creciente de otros, que se alimentan de los primeros. En un determinado momento de la Historia, en el último tercio del siglo XIX, ello da pie a la transición del capitalismo de libre concurrencia del que hablaba Adam Smith al capitalismo monopolista. La economía, aunque sigue estando caracterizada por la competencia, se halla bajo la influencia decisiva de un puñado de empresas gigantescas que abarcan ramas enteras de la producción, detrás de las cuales se sitúa de manera omnipresente el capital financiero.

La burguesía, ya en el siglo XIX, en su búsqueda insaciable por aumentar los beneficios de forma constante, requiere traspasar las fronteras nacionales, colocar sus mercancías fuera de los estrechos marcos locales cercanos a los centros de producción. Este pequeño paso, que en realidad es trascendental para el desarrollo del capitalismo, da pie más tarde a la recolocación de los centros de producción en países donde el precio de la fuerza de trabajo es menor y a la exportación de capitales.

El capitalismo contemporáneo es el capitalismo de los monopolios. A pesar de la libertad de empresa que propugnan los sistemas liberales, el capitalismo está controlado por unos centenares de empresas monopolísticas gigantescas que manejan unidades de producción, medios de transporte, centros de distribución, que hacen sus propias campañas de marketing, que están en contacto directo o poseen los centros de distribución, etcétera. Estas empresas colocan y recolocan de manera constante su capital en los distintos países del mundo en función de los precios fluctuantes de la fuerza de trabajo, de los recursos naturales, del transporte.

La exportación de capitales se produce desde todos los países hacia todos los países, en distinto grado. Un puñado de naciones, de entre las más de 200 que existen a día de hoy en el mundo, concentran la mayor parte de la exportación de capital, pero ello no cambia un hecho incontestable: todo el mundo está interconectado por los hilos de la producción capitalista. Es con este argumento que los marxistas afirmamos que cualquier Estado, desde la fallida Somalia hasta los todopoderosos Estados Unidos, forman parte del sistema mundial imperialista, en distintas posiciones pero como actores cualitativamente iguales en el sentido de que, dentro de ellos, rige el modo de producción capitalistas y unos u otros monopolios controlan el poder del Estado.

En la concepción, errónea, que tiene una parte de la “izquierda radical” postmarxista de que hay países capitalistas mejores y países capitalistas peores influyen diversos errores teóricos que se han dado a lo largo de los últimos cien años de desarrollo del acerbo teórico del marxismo-leninismo. No entraremos en ello, pero se mezclan aquí las erróneas ideas pretéritas sobre las tareas que había que llevar a cabo en los países coloniales y qué fuerzas sociales tenían que dirigirlas; la clasificación de los países capitalistas que hizo en su momento la Internacional Comunista en función de su grado de desarrollo; e incluso coletean las teorías del “ultraimperialismo” de Kautsky o la “coexistencia pacífica” jruschoviana.

Hoy, que el mundo imperialista se realinea rápidamente en dos grandes bloques, las conclusiones teóricas que se saquen de todo lo anteriormente expuesto son de crucial importancia para la práctica política. Quiénes creemos que el imperialismo es un sistema mundial y que los monopolios de todos los países son hienas que se aprestan a devorar a sus competidores, trabajamos por la Revolución Socialista. Por acabar con este mundo de explotación y de miseria.

Pero también hay quien sostiene que, entre los dos grandes bloques imperialistas que se están conformando a nivel mundial, es decir el bloque Estados Unidos-Unión Europea y el bloque China-Rusia, hay uno que es más bueno y otro que lo es menos. Y ello les hace caer inevitablemente en el blanqueo del imperialismo en nombre del mal menor.

Quienes defienden estas tesis argumentan que, como alternativa al mundo unipolar dominado por Estados Unidos, el surgimiento de nuevas grandes potencias “equilibrará” la disposición de fuerzas y nos alejará de los conflictos. En el fondo, y aunque para ello transiten por otros argumentos, llegan a las mismas conclusiones prácticas que Kautsky.

Pero, como rebatía Lenin al propio Kautsky en su momento, el desarrollo del capitalismo monopolista no lleva a la paz, sino a conflictos más duros, más duraderos y más devastadores.

Dicen los defensores de China que el modelo chino es más justo, más equitativo y más humano que el mal llamado modelo occidental. Argumentan, por ejemplo, que China ha arrancado a millones de vidas de la pobreza, trasladándolas del campo a la ciudad, como si no hubiese hecho exactamente lo mismo el capitalismo europeo en el siglo XIX (¿no es, acaso, la concentración y centralización de la producción en grandes núcleos urbanos una de las tendencias absolutas del capitalismo?).

Se escudan los apologetas del modelo chino en que “China no invade países, sólo ayuda a desarrollar infraestructuras” pero, ¿no “ayudó a desarrollar infraestructuras” el colonialismo también, como lo hacen hoy todavía los países occidentales a través de múltiples empresas, plataformas y ONG? ¿No es acaso una necesidad imperiosa del capital, cuando traslada sus centros de extracción de recursos o sus fábricas a África, a Asia, a América Latina, el construir las infraestructuras necesarias para hacer llegar sus mercancías a los mercados europeos y norteamericanos?

Hablan de los millones que ha invertido China en África, por ejemplo, pero se olvidan de que los países africanos han adquirido una deuda con Pekín, entre el 2000 y el 2019, de 154.000 millones de dólares, que tendrán que pagar en base al saqueo de sus propios trabajadores.

Aseguran que China no recurre a la fuerza pero, ¿cómo podemos explicar entonces los movimientos militares en el “Mar de la China Meridional”, como arrogantemente los bautizan los mismos chinos? ¿Y las bases o destacamentos militares en Camboya, en Djibouti, en Tajikistan o en Pakistán?

Más de 10.000 empresas chinas parasitan hoy los recursos de África, continente en el que Pekín está intentando poner su bota militar. Quizá no a través del traslado de tropas, pero sí a través del Foro de Cooperación China-África (FOCAC, por sus siglas en inglés), que en 2016 aprobó una inversión china de 60.000 millones de dólares en infraestructuras militares de países africanos y que está trabajando decididamente en la dirección de crear un centro de mando militar en África en el que el dragón asiático tenga un peso decisivo.

Los 73 grandes monopolios privados chinos que se abren hueco entre las 500 mayores empresas del mundo, que amasan grandes cantidades de dinero y controlan de manera efectiva un Partido Comunista, el chino, que en 2001 aceptó oficialmente la entrada de capitalistas entre sus filas, ensombrecen y ridiculizan el discurso de quienes intentan pintar de rojo a una de las mayores potencias imperialistas del mundo.

Pero está claro que, en el centro del debate de los últimos tiempos, se sitúa en posición protagónica Rusia. Esa Rusia que invadió Ucrania alegando su desnazificación mientras su Presidente, Vladimir Putin, salía en la televisión criticando a Lenin y a la Unión Soviética. Los prorrusos de nuestro país, esos de la hoz y el martillo bordada en la mochila, se dedican a difundir imágenes de los integrantes de Azov con esvásticas tatuadas, pero guardan en el cajón las fotografías del número 2 del grupo Wagner, Dimitri Utkin, y la de tantos mercenarios de este grupo con la misma esvástica tatuada.

Hay quién dice que Rusia no es capitalista, e incluso tienen la osadía de compararla con la Unión Soviética, pero, ¿se puede decir que no es capitalista un país en el que el 3 % de la población posee el 89 % de los activos financieros y del ahorro, en el que 12 bancos controlan el 76 % de los activos de su sector, un país que cuenta con algunos de los mayores monopolios privados del mundo como Gazprom, Sberbank, Lukoil, Rosneft, Nornickel o Yandex?

A continuación cantan los embellecedores de la pobre Rusia capitalista del siglo XXI que, bueno, quizá sí es un poco capitalista, pero en todo caso no es imperialista. Y aquí cabe preguntarse: incluso desde la lógica, equivocada, de que sólo “los grandes” países capitalistas son imperialistas, ¿qué hace falta para que podamos decir que el 13º exportador mundial de capital, y uno de los mayores exportadores de armas, es imperialista?

Estaríamos hablando de Rusia, claro que sí, integrante de la OMC, del FMI, de los BRICS, de la OCS. Un país que tiene sus propias organizaciones imperialistas: la UEE, la OTSC.

Si no les convencieran los datos macroeconómicos, siempre podemos recordar a nuestros entrañables amnésicos la presencia del Grupo Wagner, brazo armado de Rusia en el extranjero, en la República Centroafricana, en Libia, en Sudán, en el Congo, en Madagascar, en Angola, en Guinea, en Guinesa- Bissau, en Mozambique, en Zimbabue.

No lleguen a conclusiones precipitadas, no están desnazificando también en África, están defendiendo los intereses de los monopolios rusos en el continente. No es de extrañar que el presidente de la República Centroafricana gratificara la ayuda de Wagner para mantenerse en el poder, allá por el 2018, con la concesión de la licencia de explotación de las lucrativas minas de oro de Ndassima a una empresa rusa.

Resulta difícil defender a China y a Rusia, incluso con los escasos datos que se han podido proporcionar en estas escasas líneas, aunque ya saben lo que decía aquel proverbio chino: “cuando el sabio apunta a la luna, el necio mira al dedo”. Posiblemente haya quien diga que, en nuestra lucha sin cuartel contra el imperialismo, “nos situamos en el campo de la OTAN”. Nosotros tenemos claro que donde nos situamos es en el campo de la clase obrera, de la defensa de su vida, de su dignidad, y de la lucha contra la barbarie de todos los países imperialistas sin distinciones. Nuestra postura, lejos de ser ambigua o complaciente, es hoy la posición más consecuente con los intereses de nuestra clase.

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