Sumar y el abandono del sorpasso: la subordinación de la nueva a la vieja socialdemocracia

Corrían los años 90 cuando Izquierda Unida, de la mano de Julio Anguita, lograba sus mejores resultados electorales y soñaba con el sorpasso. Unos veinte años después, tras un ascenso meteórico, Podemos acariciaba ese adelanto al PSOE y soñaba con convertirse en la fuerza hegemónica de la socialdemocracia, sobre todo cuando en las elecciones generales de 2015 se quedó a 300.000 votos del PSOE. Tras la crisis de 2008 y la gestión que realizaron los gobiernos tanto de Zapatero como de Rajoy, la frustración y la rabia daban paso a una fuerte respuesta obrera y popular, con tres huelgas generales entre 2010 y 2012 y numerosas movilizaciones y protestas masivas. En las plazas indignadas del 15M en 2011 se gritaba «PSOE y PP la misma mierda es», y el primer Podemos denunciaba el bipartidismo y la casta y pretendía acabar con “el régimen del 78”. Suena lejano, ¿verdad?

Y, sin embargo, no hace tanto de aquello. Hoy, tras varios virajes, sonados enfrentamientos políticos y personales –siempre justificados en nombre de la “táctica”– y diversas experiencias de gobiernos a nivel autonómico, municipal e incluso estatal, ya nadie sueña con el ansiado sorpasso: si en diciembre de 2015 Podemos e Izquierda Unida, por separado, superaban los seis millones de votos y obtenían más apoyos que el PSOE, Sumar alcanza apenas la mitad hoy, ocho años después, con un PSOE recuperado que los supera en casi cinco millones y un bipartidismo recompuesto –tras evitar el K.O. que algunos pronosticaron–, aunque ahora sea en bloques: PP y PSOE con sus correspondientes ‘muletas’. La caída en apoyo electoral ha sido prácticamente constante desde aquel no tan lejano 2015, aun pasando por algunos gobiernos autonómicos y los denominados ayuntamientos del cambio. ¿Alguien ha visto algún tipo de autocrítica real en ese espacio “a la izquierda del PSOE”?

Pero, claro, resulta que esta era «la primera vez» que Sumar se presentaba a las elecciones. El proceso de degradación que muestran desde hace años la política burguesa en nuestro país y sus actores protagonistas hace que hoy en día no necesariamente haya de darse una conexión entre lo dicho y lo hecho, entre las afirmaciones y la realidad. ¿De qué manera, si no, se sostiene que en Sumar afirmen que consiguen tres millones de votos la primera vez que se presentan a unas elecciones, como si esa formación no supusiera una evolución y recomposición del espacio a la izquierda del PSOE y Yolanda Díaz no se hubiese valido de su condición de ministra y vicepresidenta en el lanzamiento de su proyecto? ¿Partían de cero? ¿Cómo se sostiene que celebren como un éxito los tres millones de votos y los 31 diputados y quedar como cuarta fuerza cuando suponen menos votos y menos escaños que lo conseguido por el mismo espacio en noviembre de 2019 (Unidas Podemos y sus coaliciones y Más País y sus coaliciones) y cuando durante la campaña Yolanda Díaz se hartó de asegurar con rotundidad que iban a ser tercera fuerza, por encima de Vox? ¿Cómo es posible que afirmen que salen “a ganar las elecciones” cuando todas las encuestas dejan claro que lo que se están disputando es la tercera posición? Da la sensación de que se puede construir cualquier relato incluso aunque choque de frente con la realidad. Pero, realmente, esto no es del todo así, y tratar de vender un relato que a menudo pretende ir al margen de la realidad tiene su coste ante los ojos de muchos y muchas.

Hay quienes están verdaderamente convencidos de que el gobierno de coalición ha sido un firme defensor de los derechos de la mayoría trabajadora, ha gestionado esta crisis económica a favor de los desposeídos y les ha puesto coto a los capitalistas. Si uno cuenta con ese bagaje y además sirve para frenar a la ultraderecha, debe de extrañar mucho, efectivamente, darse un batacazo electoral como el del 28 de mayo. El análisis, exento de autocrítica, puede llevar entonces a pensar, como han manifestado algunos, que las campañas electorales y el voto de la gente ya apenas se mueven por la gestión de los gobiernos y por las mejoras o no en las condiciones de vida de la mayoría, y que tienen mucho más que ver con las emociones y las pasiones.

En las contiendas electorales y el enfrentamiento político en general existen en nuestros días, sin duda, un importante componente emocional, una polarización creciente y un preocupante y bochornoso uso de la mentira, las medidas verdades y las tergiversaciones; todo ello, desde luego, desempeña su papel. De ello, por cierto, se han encargado en buena medida los propios partidos burgueses durante décadas, por ejemplo, haciendo de las promesas electorales papel mojado. No obstante, y aunque la nueva socialdemocracia parezca incapaz de comprenderlo, claro que la gente sigue fijándose en qué hacen (no sólo qué dicen) unos y otros. Lo que ocurre es que mucha gente percibe hoy que con el gobierno de coalición su vida no ha mejorado nada en lo sustancial, si es que no ha empeorado incluso: precariedad, salarios que no suben, inflación, alquileres por las nubes, el ingreso mínimo vital que no llega, sanidad pública saturada y falta de medios, millones de euros destinados a una guerra imperialista donde el pueblo trabajador español nada tiene que ganar… Mientras, en 2022 las empresas del Ibex 35 batieron récord histórico de beneficios.

Pocas dudas podemos albergar sobre la gestión de la otra ala capitalista: un gobierno de PP y Vox atacaría más duramente las condiciones de vida y los derechos de la mayoría trabajadora, pero el relato de Yolanda Díaz por el que supuestamente han gobernado a favor de los de abajo y frente a los de arriba no resulta creíble para buena parte de la población a la luz de los hechos.

En estas páginas se han citado ya en alguna ocasión las famosas palabras de Karl Marx en El 18 de Brumario: «La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa». Son palabras que podrían venirle como anillo al dedo a lo ocurrido en la socialdemocracia española “a la izquierda del PSOE” en los últimos años, primero con Podemos y ahora con Sumar.

La tragedia la representa Podemos y la farsa, Sumar, en un proceso sostenido de degradación, desmovilización e infantilización de la mayoría social. El techo electoral que alcanzaba en 1996 con Anguita lo conseguía Izquierda Unida con una organización territorial asentada, con un papel de la militancia activo, no de mera comparsa para el candidato electoral de turno, y con una propuesta programática también relevante, con aquella famosa consigna del líder cordobés de «programa, programa, programa». Un programa que en los años 90 al menos cuestionaba, sin duda con contradicciones y limitaciones, el Tratado de Maastricht –uno de los tratados fundacionales de la Unión Europea–, y que pretendía ser la base sobre la que debatir y acordar cualquier pacto o coalición con otras fuerzas políticas. ¿Qué queda hoy de aquello en Sumar? Muy lejos quedan ya el sorpasso, el «programa, programa, programa», la casta y el régimen del 78. Hoy se vende como victoria y gran conquista lo que muchos en ese espacio siempre consideraron algo que se debía evitar: limitarse a ser la muleta del PSOE.

Por el camino, primero la tragedia la representa Podemos. Una fuerza electoralista, que contribuyó a la desmovilización para, supuestamente, cambiar las cosas desde las instituciones, con protagonismo de ‘inscritos’ en lugar de militantes, con los significantes vacíos y el centrismo por bandera, sin un compromiso ideológico, abandonando la lucha de clases. Algunos lo recordarán y otros no, pero apenas un año antes de sellar ‘el pacto de los botellines’ con IU para concurrir juntos a las elecciones de junio de 2016, Pablo Iglesias dedicaba a sus dirigentes aquellas amigables palabras de «Cuécete en tu salsa llena de estrellas rojas, pero no te acerques».

Sumar viene a ser la farsa, al hacerle a Podemos una jugada similar a lo que Podemos pretendió hacer con IU. Si Podemos pretendía en sus inicios impugnar el régimen del 78 y dentro del mismo incluía al PSOE, Sumar nace con la única misión de reeditar un gobierno a la sombra del PSOE. Si en las elecciones europeas de mayo de 2014 Podemos imprimió en sus papeletas la cara de Pablo Iglesias, un tertuliano que unos cuantos quizá aún no conocieran, Yolanda Díaz, en julio de 2023, tras tres años y medio como ministra y dos años como vicepresidenta segunda del Gobierno de España,

vio necesario poner su rostro en las papeletas. Pero no le gustan los «personalismos» ni los «egos». Si en Podemos han sido sonadas en los últimos años diversas disputas internas y Yolanda Díaz se marcharía si había mucho «ruido» en su espacio, hoy ya le pueden preguntar las veces que quieran qué ha ocurrido con Irene Montero, que ella rehuirá la pregunta una y otra vez porque, claro, «no interesa a los españoles». Pero la humillación a varios dirigentes de Podemos y al partido en general la ha ejecutado sin ningún tipo de rubor delante de todos, y todos hemos podido verla. Eso sí, con una sonrisa prácticamente perenne.

Aunque al último intento de renovación de la socialdemocracia a la izquierda del PSOE le cueste entenderlo, hay más gente de la que creen que no transige con una izquierda de sonrisa perenne, que nos vende que la solución a la evidente barbarie capitalista es sencilla y no pasa por enfrentar a quienes detentan el poder, que nos promete que nos va a solucionar la vida si le otorgamos un voto cada cuatro años, que pretende convencernos de que se puede gobernar al mismo tiempo a favor de empresarios y de trabajadores, que mantiene adormecida nuestra capacidad de lucha y movilización, en parte, maniatando la acción de los principales sindicatos, al conseguir la plena alineación de sus cúpulas con la agenda de las fuerzas políticas progresistas…

Aunque algunos no quieran o no puedan comprenderlo, a muchos y muchas les resultan insultantes, y a la postre eso se traduce en desafección y abstención electoral o preferencia por otras fuerzas políticas, cosas como incumplir la promesa de derogar la reforma laboral del PP; mandar tanquetas a un barrio obrero para reprimir la lucha de la clase trabajadora; citar al gigante Inditex en los peores meses de la pandemia como “un ejemplo”; referirse a ciertas medidas del gobierno de la principal potencia imperialista con las palabras «lo más maravilloso de Biden»; justificar la organización de una cumbre de la OTAN en Madrid afirmando que, al formar parte de una organización internacional y tener obligaciones, «hay que cumplirlas»; implicarse de lleno en la escalada belicista enviando armas a Ucrania; aplaudir efusivamente en el Congreso al presidente del gobierno de un país en el que tu formación política estaría ilegalizada; aceptar la infame traición al pueblo saharaui; y un largo etcétera.

Y es que el proceso de degradación de las fuerzas de la nueva socialdemocracia es también un proceso de vaciamiento ideológico que hoy vemos reflejado en el hecho de que Sumar apenas presente diferencias con su socio de gobierno mayoritario. Algunas líneas rojas que históricamente tenían presentes las formaciones a la izquierda del PSOE han terminado por difuminarse. Y, ante eso, precisamente con la apelación de Sumar al manido voto útil, muchos se habrán decantado por la socialdemocracia original, por el PSOE, y no por la copia. Si el gobierno de coalición que se pretende reeditar está plenamente alineado con las directrices de la UE, ha sido alumno aventajado de la OTAN, ha mantenido la presencia de bases militares estadounidenses en nuestro territorio, ha reforzado como ninguno otro las lógicas del pacto social en el movimiento sindical y ha apuntalado la paz social, no ha tocado los beneficios de los poderosos ni ha hecho nada por revertir la privatización y la infrafinanciación de la sanidad y la educación públicas, ¿para qué votar a Sumar?, habrán pensado algunos.

Algunos en «la izquierda del PSOE» nos reprochan a las y los comunistas nuestra “pureza ideológica», término lanzado de forma despectiva con el que pretenden esconder que ellos no tienen principios o que, como el otro Marx, un día tienen unos pero al día siguiente pueden abandonarlos y tener otros bien distintos. Llegan, incluso, a quejarse de que haya quienes, hartos de las traiciones de la socialdemocracia, rompan con la lógica del mal menor y escojan reforzar al partido comunista, a quienes sí tenemos unos principios y defendemos unas ideas independientemente del viento que sople en cada momento.

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