Llevamos varios años en los que nos hemos acostumbrado a celebrar el Primero de Mayo en un ambiente especialmente convulso, con la pandemia y sus restricciones o la guerra en Ucrania mediante. Mientras tanto la inflación se ha disparado, hemos perdido poder adquisitivo y han cargado sobre nuestros hombros las consecuencias de la crisis. Este 2023, llegamos al Día Internacional de la clase obrera con un escenario económico internacional que sigue siendo terriblemente inestable e incierto, y que ha tenido un último episodio que nos ha hecho recordar el estallido de la crisis de 2008: la quiebra de varios bancos estadounidenses. Esta situación se añade a un cóctel ya peligroso de por sí, con una inflación galopante y las subidas de tipos de interés decretadas por los organismos monetarios con la intención de contenerla. De hecho, el Banco Mundial ha rebajado en 1,3 puntos su estimación de crecimiento del PIB mundial, haciendo cada vez más obvio que aquella crisis en “V” de la que hablaban era totalmente falsa, y lo sabían perfectamente.
Si cualquier situación inestable es utilizada como pretexto para rebajar las condiciones de vida y trabajo de la mayoría trabajadora, un contexto como el actual constituye la tormenta perfecta para aplicar nuevas medidas de ataque contra la clase obrera y los sectores populares. Desde los sectores ligados a las diferentes facciones de la socialdemocracia, llevamos tiempo escuchando que este escenario de sucesivas crisis que estamos atravesando ha sido afrontado por las instituciones europeas “de otra forma”, sin troikas ni hombres de negro, con gasto social y una política monetaria expansiva, dado que “han aprendido de los errores cometidos en la crisis de 2008”.
En nuestro país, esos mismos sectores socialdemócratas ponen en valor las medidas sociales y económicas adoptadas por el gobierno de coalición. Qué hubiera pasado de haber tenido un gobierno de derechas, se preguntan. La respuesta es simple y es que la respuesta a la crisis económica habría sido muy similar. Ni la UE ha cambiado su naturaleza ni el gobierno de España ha adoptado medidas diferentes a las de gobiernos europeos de otro signo. Sin embargo, tras todas esas medidas “sociales”, la realidad incuestionable es que la clase obrera es más pobre que hace unos años. Por contra, durante este último año, hemos visto cómo las cuentas de resultados de las grandes empresas españolas batían récords cada trimestre con las principales eléctricas, bancos y supermercados a la cabeza.
Ante un escenario como el planteado, cabría pensar que la incertidumbre, la devaluación salarial y las dificultades de vida de buena parte de la población, se traducirían en movilización social, pero lo cierto es que no es así. Al igual que la reforma laboral ha contribuido a la paz social, tal y como anticipó la CEOE al suscribir el acuerdo, las sucesivas medidas pactadas en el marco del “diálogo social” han servido para apuntalar esa paz social de la que tanto presume el Gobierno. Hace unos días, en un mítin electoral, Pedro Sánchez sacaba pecho y presumía de ser “el único gobierno en Europa que ha aprobado una reforma laboral y una reforma de las pensiones con paz social. Tenemos en España la mayor paz social de toda Europa.”
Y no le falta razón al presidente. La socialdemocracia, desde sus dos vertientes en el Gobierno, está cumpliendo a la perfección su función histórica: gestionar el capitalismo camuflando su naturaleza para evitar que la mayoría trabajadora que sufre sus consecuencias cuestione el propio sistema. Pero su influencia no se limita al marco gubernamental, sino que llega mucho más allá e inserta sus tentáculos en el seno del movimiento obrero y sindical. Las direcciones de las principales organizaciones sindicales de nuestro país están comprometidas con la corresponsabilidad en la gestión del capitalismo en España y con el pacto social; no plantean, ni siquiera en el horizonte más lejano, una alternativa sistémica al actual marco de explotación y asumen como propias todas aquellas medidas destinadas a la modernización del capitalismo español. Se sitúan de esta manera no como los defensores a ultranza de los intereses de los trabajadores, sino como unos mediadores entre éstos y los intereses de los capitalistas, como si situarse en una supuesta “posición intermedia” no significase, en realidad, apoyar al más fuerte.
Solo así se puede entender el entusiasmo con la rúbrica de la reforma laboral o la reforma del sistema público de pensiones, pero también con la reivindicación del llamado pacto de rentas que, tras el razonamiento de que ante una situación compleja, todos debemos arrimar el hombro, tiene como objetivo “moderar salarios y beneficios empresariales”. Cabe preguntarse qué moderación salarial necesitamos cuando 2022 terminó con una pérdida de poder adquisitivo de más de 5 puntos para los trabajadores.
A día de hoy la mayor aspiración sindical es la de suscribir un nuevo “contrato social”, tras la supuesta quiebra del actualmente vigente, construido en la Europa occidental durante la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, aquello no fue un contrato de ningún tipo, se trataba, ni más ni menos, del bloque capitalista occidental que tenía su contrapeso en la Unión Soviética y las democracias populares del Este europeo. Una vez consolidada la contrarrevolución en el bloque socialista, el capitalismo ha campado a sus anchas con cada vez menos oposición, arrasando con una parte de los derechos ya conquistados.
El único contrato que conocen los trabajadores es el que firman para vender su fuerza de trabajo, cada vez de forma más barata, por cierto. Y para defender sus condiciones de vida y de trabajo y avanzar hacia la conquista de nuevos derechos, la mayoría social trabajadora no requiere de nuevos contratos sociales ni de gestores políticos que digan mirar por sus intereses, sino de un movimiento sindical potente, combativo y con capacidad movilizadora. Necesita, más que nunca, de un sindicalismo de clase, alejado de la nociva influencia socialdemócrata, que lleva a la clase obrera a callejones sin salida.
Por tanto, este Primero de Mayo es un buen momento para reforzar las posiciones clasistas en las organizaciones sindicales. Desde cada centro de trabajo, desde cada fábrica, taller u oficina, podemos fortalecer la unidad sindical de clase frente a los intereses de la patronal y sus representantes políticos, con la convicción de que solo podemos confiar en nuestras propias fuerzas y que ningún avance se va a conseguir sin lucha y organización.