Como mucho, quebrarán uno o dos bancos

El pasado mes de marzo vio cómo las nubes negras de la tormenta financiera comenzaban de nuevo a amenazar con una crisis generalizada. El tratamiento mediático siguió los parámetros habituales: solo son problemas puntuales de uno o dos bancos, con mala gestión y se necesita tranquilidad, sobre todo, esto último: que nadie saque sus depósitos, que aquí no está pasando nada. Las declaraciones de Joe Biden suelen generar más memes que calma, pero el mero hecho de que el presidente de la primera potencia mundial salga en rueda de prensa por la quiebra del decimosexto banco del país, hizo saltar las alarmas. Más aún, cuando se negó a responder preguntas.

¿Estamos ante la quiebra de un banco o frente a algo más grande? ¿Podemos permitirnos la serenidad o estamos escuchando otra predicción a lo Fernando Simón?

El banco que ha concentrado la atención mediática ha sido el SVB (Silicon Valley Bank). Este, al igual que otros muchos, había recibido un océano de liquidez de los paquetes de estímulo que los gobiernos capitalistas inyectaron durante la pandemia. El problema, lejos de solucionarse, engordó y ha llegado en diferido.

Antes de la pandemia, el SVB contaba con un capital aproximado de 60.000 millones de dólares, que creció a más de 200.000 millones, a través de los mencionados incentivos. Pero el propio funcionamiento de los bancos capitalistas hace que ese dinero no pueda mantenerse parado, y el niño mimado de las start ups californianas, decidió invertir los depósitos en búsqueda de un spread positivo. La rentabilidad, pensaron, estaba en los paquetes de hipotecas de vivienda y bonos de deuda pública, los llamados activos HTM, que garantizaban beneficios del 1,5%. Una vez encontraron la fórmula del dinero gratis, el SVB invirtió casi 90.000 millones de dólares en ella.

Lástima -sigue la versión oficial que medios de todo el orbe han reproducido- que la inflación obligase a los bancos centrales a subir los tipos de interés, reduciendo la rentabilidad de las inversiones anteriores. La necesidad de liquidez se encontró con que las arcas del banco se habían vaciado, por lo que, de repente, hubo que deshacerse de hipotecas y letras del tesoro antes de su vencimiento, provocando pérdidas. Intentaron sobrevivir con una ampliación de capital, pero esta es un arma de doble filo: anunciarla fue como gritar por un altavoz que no había dinero. El hecho de que los depósitos superiores a 250.000 dólares (el 90%, en un banco dedicado a empresas tecnológicas) no estuviesen asegurados generó el pánico en redes sociales, mientras el pez grande (JP Morgan) llamaba uno a uno a los clientes del pez chico. En una sola noche, se fugaron 40.000 millones de dólares.

¿Es esta toda la historia? En realidad, no. Estamos ante un problema de acumulación y crisis capitalista, aunque los hagiógrafos del sistema traten de hacerlo ver como errores de gestión.

Según los mismos, tras la crisis de 2008, se aprobaron las regulaciones de Basilea III, que hubiesen salvado al SVB, de no ser porque Donald Trump (ergo, Putin) sacó a los bancos medianos estadounidenses de las mismas. Contrariamente a estas afirmaciones, el SVB cumplía sobradamente con Basilea III y haber sido considerado un banco grande no lo hubiese salvado de la quiebra.

El primer gran aporte de Basilea III fue el ratio CET1, que requiere que los bancos puedan respaldar con capital propio al menos el 4,5% de sus inversiones. Sin embargo, el SVB tenía un ratio tres veces superior al exigido por el CET1.

La segunda medida fue otro ratio, el LCR, que exige que los bancos deban tener liquidez para que los clientes puedan retirar depósitos durante 30 días. Este requisito se calcula en función de la retirada de efectivo en cajero y sucursal, propias del funcionamiento bancario de 2008, pero no de los mundos de la banca online. Aún así, el SVB hubiese superado el LCR.

La última innovación fueron los test de estrés, que miden si los bancos pueden superar situaciones económicas extremas. El escenario de los exámenes de estrés de la Reserva Federal en 2023, presentaban una situación mucho más favorable que la actual, con inflación del 2,3% y tipos de interés del 1,1%. El SVB lo hubiese superado, pero no ha sobrevivido al examen del capitalismo real.

Mientras que los voceros de gobiernos de toda Europa nos tranquilizaban a nosotros también, diciendo que el Atlántico nos protegería del tsunami norteamericano, el Credit Suisse y el Deutsche Bank se empeñaban en desmentirles.

La afirmación de que estamos ante el inicio de una nueva crisis del capitalismo -y no ante errores de gestión de entidades concretas- se respalda también en datos.

Los tipos de interés afectan a la financiación a largo plazo a través de los bonos del tesoro. El problema ante el que se encuentran los bancos centrales es que, si se suben, baja la inflación, pero se perjudica a las inversiones del capital financiero. Al mismo tiempo, si se mantienen o bajan, mejoran la estabilidad de los bancos, pero seguiremos con una inflación al alza, perjudicando el consumo. Lo que todo esto nos muestra es que el capitalismo está maniobrando entre dos males.

Por ahora, el mal mayor es la inflación, pero las consiguientes subidas de tipos han puesto en riesgo 632.000 millones de dólares de inversiones bancarias pendientes de vencimiento (held to maturity) en el sistema financiero estadounidense: el 30% del total. Alrededor de 190 bancos están en riesgo de sufrir fugas de depósitos que les lleven a la quiebra, con monopolios como JP Morgan listos para abalanzarse sobre sus presas, siempre que la liquidez permita una mayor concentración de capital.

Si los activos tóxicos y las quiebras bancarias ya le están poniendo al 2023 cara de 2008, esperen a ver la recesión a la vista que existe en la economía productiva. El índice bursátil S&P 500 (el “IBEX yanki”) se ha multiplicado por 4 en los últimos diez años, pero especialmente en los dos últimos, en que se ha duplicado. Desde el segundo semestre de 2022, ha iniciado su caída.

Mientras tanto, el precio de la vivienda en EEUU se ha duplicado en los últimos 10 años, desde precios ya muy altos, y ha empezado su derrumbe en el tercer trimestre de 2022.

Este rápido crecimiento se ha sostenido a través de imprimir billetes, generando una burbuja que ahora empieza a pinchar. Si la Reserva Federal inyectó la semana de la caída de Lehman Brothers unos 11.000 millones de dólares en los bancos, en la semana del SVB, la cifra se ha elevado a 160.000 millones, un astronómico récord histórico.

De esta magnitud es la crisis que podría estar llegando. Pero ya saben, al menos por el momento, solo quebrarán uno o dos bancos, como mucho.

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