El mundo en que vivimos es un despropósito. Cada año se tiran a la basura toneladas de alimentos mientras hay gente que pasa hambre. Se construyen pisos y más pisos mientras decenas de miles de personas no tienen techo. Se les ha ocurrido llamarnos fijos-discontinuos para que parezcamos menos precarios que si nos llamaran eventuales. Nos desmantelan el centro de salud del barrio para luego firmar acuerdos millonarios con clínicas privadas. El futuro pinta cada vez peor para cada vez más personas, pero nos dicen que la inestabilidad y la incertidumbre son bien, y que más nos vale acostumbrarnos.
Todo esto está pasando y lo vemos todos. En realidad, hasta ahora no os he contado nada que no sepáis. Lo que os quiero contar es qué podemos hacer para superar este despropósito de una vez por todas. No para hacer un arreglito temporal, no. Que ya llevamos muchos años viendo cómo se ponen parches y la situación no mejora. Bueno, ojo, mejora para algunos, pero no para nosotros.
Hay sectores a los que este despropósito les viene de perlas. Los que se enriquecen a través de las cadenas de distribución de alimentos, los que especulan con la vivienda, los patrones que te llaman para trabajar cuando a ellos les interesa y luego te mandan al ERTE, se llame como se llame tu contrato, los fondos que están detrás del negocio de la salud privatizada… Ya sabéis, esa gente.
Y luego están los que hacen las leyes y las ejecutan para garantizar que el despropósito continúe. También sabéis quiénes son, porque aparecen en la tele, en vuestro timeline o en un vídeo que os han pasado donde se les escucha una frase ocurrente, una propuesta que os suena bien o se les ve dando un zasca a algún contrincante parlamentario.
Entre sonrisas, bufonadas, provocaciones y promesas —muchas promesas—, el despropósito sigue y continúa habiendo gente que pasa hambre, que no tiene techo, que no puede salir de casa de sus padres si no es compartiendo piso o que no ha podido ir al médico a tiempo para saber qué era aquel dolor en el brazo. La situación en los centros de trabajo es cada vez más desigual a favor del patrón y además nos vamos a jubilar a los 67 por no sé qué de la sostenibilidad de un sistema de pensiones que alguien pensó una vez que tenía que autofinanciarse y no estar incluido en los Presupuestos Generales del Estado.
Lo que quería contaros al final es que está en nuestra mano que esto siga así o no. Podemos seguir pensando que la solución a todo este despropósito viene de la mano de sus protagonistas, aunque algunos de ellos te digan cosas chulísimas, o podemos mirar un poco más allá y ver que es precisamente sin ellos como se arreglan las cosas, como se acaba con el despropósito en que estamos atrapados. Ellos, todos, nos necesitan. Nosotros a ellos, no.