La memoria es caprichosa y hay recuerdos que se apuntalan y resisten más que el hormigón. Lo curioso es que esa misma memoria que fija eso como un cuadro en la pared también quiere que olvides otros que te gustaría conservar, porque son emotivos y preciosos. Cuando más te esfuerzas, más se nubla y tu memoria sólo te permite recordar que han pasado, poco más. El alcohol de una noche puede acabar con el cuadro, el hormigón y con todo recuerdo posible.
De esos de hormigón tengo yo un recuerdo de niño. Mi memoria puede reconstruir perfectamente el humo de los cigarros Condal de mi padre, tabaco negro extralargo de ese que ahora asustaría. Puedo verlo sentado en un sofá raído tapizado con una especie de tela roja entre terciopelada y de pana, horroroso pero terriblemente obrero. Está leyendo junto a un mueble setentero, rojo también, de esos que se come todo el salón. Cree leer un libro pero en realidad devora un panfleto de la prensa de la época. En ese “libro” azul pequeñito un nombre me llama mucho la atención: Maastrich.
100 preguntas sobre el Tratado de Maastrich fue una obra publicada por la Oficina en España del Parlamento Europeo y patrocinada por BEX (Banco Exterior de España) y Argentaria. Yo no tenía ni idea en la época de lo que era todo eso pero con semejante patrocinio y presentación años después pude intuir el contenido.
En el 92 se firmó el Tratado y un año después entró en vigor. Fue la piedra angular para crear la actual Unión Europea. Ahí se fijaron entre otras cosas los objetivos de política exterior, la creación del euro y el Banco Central Europeo. No hace falta explicar mucho más, en dicho tratado se acordaba la política económica que hoy en día padecemos: aumentar o no los tipos de interés, la política monetaria y bancaria, la circulación de capitales…
Mi padre no fue el único comunista que pensó que el Tratado de Maastricht sería bueno. Hubieron muchos que en ese 92, acompañados de Curro, Cobi y el PSOE, quisieron ver en la UE un proyecto moderno lleno de derechos para la clase obrera. Treinta años después no hace falta relatar aquí cómo estamos ahora.
Nunca he podido discutir con mi padre en ese sofa rojo raído y lleno de nostalgia sobre Maastricht. Él no ha conocido cómo está la empresa de aluminio por la que luchó y trabajó toda su vida (Inespal que luego fue Alcoa). Los mineros que tanto admiraba son ahora un recuerdo glorioso y el campo andaluz que le vio nacer intenta no morir. Maastricht y la UE lo han engullido todo y han convertido nuestro futuro en un resort. No lo olvidemos.
La Unión Europea y su política social y económica no son más que el proyecto histórico de esos bancos que patrocinaban esos “libros”. Es un gran mercado en el que circulan capital, productos y mano de obra para que los de arriba sigan viviendo como siempre. Es su forma de competir contra otras potencias en el capitalismo contemporáneo y no es nada nuevo. La misma clase social ya lo hizo en toda Europa en el XIX cuando tomaron el poder y moldearon los estados y su dominio tal como los conocemos hoy.
Mi padre, y muchos comunistas, no quisieron responder por sí solos a esas 100 preguntas sobre Maastricht. No cometamos el mismo error.