El otro día, de visita en casa de mis padres, encontré entre algunos dibujos y papeles de cuando era niña una vieja carta dirigida a los Reyes Magos. Quería una nintendo DS; la primera, aquella que salió consecutivamente a la Gameboy Advance. Fueron las consolas de una generación, la misma que casi a la vez que dejó de escribirle cartas a los Reyes Magos se topó de bruces con la crisis.
Yo tenía, en 2008, 12 años y de entre los recuerdos de entonces se me aparecen la imagen y el sonido de los telediarios —en casa se veían las noticias todos los días—, monopolizados por la burbuja inmobiliaria, primero, los EREs y los desahucios, después, y el aumento de la conflictividad social más adelante. Recuerdo no entender muy bien lo que estaba ocurriendo y sentir la crisis como un fantasma que había aparecido en nuestras vidas y que traía consigo miedo y desasosiego.
El desempleo llamó a las puertas de nuestras casas, a las de nuestros vecinos y compañeros de clase. Entre 2009 y 2016, a la vez que dejamos de llevar pantalón campana y abrazamos los pitillo de tiro alto, vimos como la afiliación a la seguridad social descendía en algo más de dos millones de personas, reformas laborales mediante, y los desahucios crecían hasta superar el medio millón. Fueron los años en los que cada noche de reyes sonaba de fondo aquella estrofa: “sin carbón no hay reyes magos”. Fue entonces cuando algunos desempolvamos nuestros primeros libros de marxismo.
Pero entonces perdimos: y la mayor evidencia es que hoy una nueva crisis se cierne sobre una generación más joven que ha crecido en peores condiciones que en las que nosotros lo hicimos. Ni Marx ni Lenin pudieron, entonces, gobernar las batallas que el pueblo trabajador libró y fue el programa de reformas pequeño burgués el que finalmente capitaneó la lucha de masas. Programa que acabó sirviendo, como bien sintetiza el Manifiesto Programa de nuestro Partido, “en el proceso de reorganización y modernización del sistema político (…)”.
La crisis que en 2008 llegó como un fantasma ha tardando tanto en irse y tan poco en reaparecer que ha dado tiempo a toda una generación, prisionera de una vida en crisis, a darse cuenta de que ese fantasma no era tal, sino la “naturaleza” misma del capitalismo. Quienes en 2008 éramos aún niños nos hicimos adultos a través de la crisis. Las ilusiones que en 2008 pudo generar el proyecto socialdemócrata, fundadas además en la idea de representación que implica en el fondo una cesión del poder, se han convertido en la resignación de quien ya no escribe más cartas en Navidad.
Pero lo cierto es que los Reyes Magos siempre fueron mentira; y a la vez siempre fueron reales porque fueron nuestros padres, amigos o vecinos aún cuando no había carbón. No por padres, ni amigos ni vecinos, sino por encarnar la solidaridad de clase y las formas comunistas de relacionarse que existen hoy solo embrionariamente. En este nuevo año que comienza, transformar la resignación y el asistencialismo, las formas de accionar político burgués, en la sola confianza en nuestra propia fuerza, solidaria ya en su resistencia, es el reto.