“De Cádiz a Carlos Marx”, así resumía Umbral la parábola vital del poeta Rafael Alberti, condensada en aquella excelente obra de memoria lírica que es “La arboleda perdida” (1959). Autobiografía que, en este diciembre de 2022 en el que se cumplen 120 años de su nacimiento, recomiendo desempolvar o adquirir si no figura aún en su biblioteca. Porque el lirismo egregio de Alberti se pasea sobre su propia vida y sobre la historia de España como lo hacía sobre los escenarios, tribunas y trincheras; porque Alberti figura en la proa española (“a nadie le va mejor la terminología marinera” 1) de una nueva cultura que recién nacía fue apuñalada por la espalda… y qué difícil de perdonar es eso para algunos.
A Rafael no se le perdona. Lo digan con la boca grande o chica. No se le perdona que fue de los primeros intelectuales españoles que se posicionó claramente y puso la pluma al servicio de la clase obrera. Y no solo no le perdonan los herederos sin tapujos del franquismo, entre los críticos e historiadores adscritos a la “tercera España”, esa de la denominada burguesía “democrática” que no dudó en traicionar al pueblo en el 39, se le afea a Rafael que no se pusiese un poco más de perfil, que no fuese un poco más mediocre y dubitativo. La clase obrera, sin embargo, le da una y otra vez la bienvenida, como cantaba el grupo asturiano Nuberu.
Porque Rafael sufrió el exilio y no pudo volver hasta que el dictador había ya cerrado sus “ojos siniestros circundados de sangre” 2. Ese fue el precio que pagó mientras otros coqueteaban con el régimen y expiaban sus colorados “pecadillos” con evasivas, académicas y vulgares obras. Rafael emigró a Francia, desde donde ejerció de locutor en Radio París-Mondial hasta que el colaboracionista mariscal Pétain se encargó de expulsar a Alberti y María Teresa León, su eterna compañera, de la radio y, ya de paso, del país. La pareja residió en Argentina hasta su traslado a Roma en 1962, desde donde Alberti podía de nuevo contemplar, entre la rabia y la nostalgia, el litoral español.
El mar se interponía entre Alberti y su patria, aquel mar al que le dedicó sus primeros versos en “Marinero en tierra”, poemario premiado con el Premio Nacional de Poesía en 1924. Es cierto que el fulgor de aquel poemario condicionó la valoración del resto de la obra de un Alberti que siempre blandió mejor el tono popular y, para su desgracia, nostálgico. A su primera etapa, “de tradición española, pero sin retorno innecesario” 3, le siguió la aventura vanguardista con obras como “Sobre los ángeles” (1929). A partir de 1931 se inicia en el teatro, y ese mismo año se afilia al Partido Comunista de España. Desde entonces Alberti no fue solo un grandísimo escritor de poesía revolucionaria, fue, además, un organizador de cultura, un intelectual militante.
En 1933 fundó, junto a María Teresa León, la revista Octubre; al año siguiente se embarcó en una misión de recaudación de fondos para los presos de la insurrección del 34, tuvo un papel dirigente en la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura y en la elaboración de su órgano de expresión, El Mono Azul; durante la guerra colaboró en la evacuación de los fondos del Museo del Prado y dirigió el Museo Romántico; en el exilió editó el “Romancero general de la guerra española” (1944)… una labor inconmensurable por la generación, difusión y organización de la cultura proletaria que fue condecorada con el Premio Lenin de la Paz en 1965.
Alberti volvió a España unos años después de aquel premio. Una vida de “himnos, sangre y flores”4 fue puesta en valor por una clase obrera gaditana que no olvidaba a uno de sus más ilustres hijos: Alberti recibió la bienvenida de su pueblo siendo elegido diputado en el Congreso. El 28 de octubre de 1999 falleció en su casa en El Puerto de Santa María. Sus cenizas fueron esparcidas por el mar que fuera sueño de infancia y muralla durante el exilio.
En el 120 aniversario de su nacimiento se escribirá de nuevo sobre Rafael afeando o silenciando buena parte de su vida, concretamente aquella que no pueden perdonar: su compromiso inquebrantable, su labor militante. La clase obrera, sin embargo, volverá a darle la bienvenida, como se la dio el pueblo de Cádiz, como se la dio toda la clase obrera de España en el 77, como se la dio el mar en su muerte. Bienvenido, Rafael, a nuestra memoria de acero: de Cádiz a Marx y de Marx al corazón del pueblo.
1 Referencia al artículo de Francisco Umbral “La memoria fértil”, El Mundo, 1999,
2 Poema “El Espejo y el tirano” de Rafael Alberti
3 Palabras de Juan Ramón Jiménez
4 Poema “Primero de Mayo en la España leal de 1938” de Rafael Alberti