Uno de los parlamentos más famosos de Shakespeare es aquel de Macbeth que dice: “La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, y que nada significa”. El ruido y la furia son la especialidad del capitalismo. Y la burguesía es ese idiota contándonos un cuento cada vez más absurdo, y más siniestro.
Estos días, los telediarios abren y cierran con el Mundial de fútbol. A las crónicas deportivas se le añade algún aditivo que le aporte un leve toque crítico, algo apenas perceptible que embellezca la carta. El show y el negocio alrededor del deporte más popular del mundo hunde sus pies en sangre y fango, y es capaz de deglutir cualquier debate velando lo más importante y haciendo relucir falazmente lo accesorio. Resulta pues, el enésimo paradigma sobre el comportamiento corrupto y perverso del capitalismo.
A un tiempo que rueda el balón, siguen desarrollándose el resto de sainetes de la competencia burguesa en España. En nuestro país, el ruido se ha instalado alrededor de ciertos debates legislativos: la reforma del Código Penal en materia de orden público, sobre delitos como la sedición o la malversación, y en lo que tiene que ver con la aplicación de la conocida como Ley del “sólo sí es sí”.
En el primero de los casos, mientras el debate se ha centrado en la eliminación del actual delito de sedición, hemos visto introducirse una modalidad agravada de delito por desórdenes públicos. La cuestión de la sedición ha permitido llevar las coordenadas de la trifulca mediática al consabido terreno del patrioterismo, donde tanto el gobierno, como PP, VOX y Ciudadanos, se disputan eso que llaman “responsabilidad de Estado”, dejando bastante claro que la política de unos y de otros se diferencia por matices que sólo en lo discursivo se disputan cierta distancia.
Con todo, en el marco de los días previos al 25 de noviembre, Día Internacional contra la violencia machista, el debate que acaparó los principales titulares fue en torno a la aplicación de la recién aprobada Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual. Diga lo que diga el gobierno, es evidente que la ley resulta en determinados casos menos punitiva que la anterior legislatura. Pero su mayor problema no está en la lectura jurídica, sino en la política. El gobierno no parece tener ni la capacidad ni la voluntad de defender políticamente una de sus leyes más cacareadas. Dejan, de esta manera, el plato servido al populismo punitivo. La bronca mediática sobre este asunto, azuzada por las ya habituales disrupciones de la extrema derecha, esta vez atacando a Irene Montero en un tono de enorme agresividad machista, viene a confirmar la querencia de la política burguesa por el ruido y la furia.
Las divisiones entre socios de gobierno, escenificadas en las manifestaciones del 25N, la pelea entre Yolanda Díaz y Pablo Iglesias, o el conflicto de tácticas y estrategias entre los dos principales partidos de la derecha, dejan muestras de lo imprevisible de un situación dominada por los intereses más mezquinos, y más funcionales al capital. Algo bastante parecido a lo que pasa con ese show construido sobre la sangre de miles de obreros y de derechos cercenados…