35 mujeres asesinadas de enero a septiembre de este año, víctimas de la violencia machista, oficialmente. Veintidós de ellas no habían presentado denuncia (sólo denuncian entre un 2% y un 10% de los casos totales).
El 100% de los agresores eran conocidos de las víctimas siendo casi el 60% familiares, hecho que demuestra que las mujeres sufren algún tipo de violencia por el hecho de ser mujeres a lo largo de su vida en algún momento.
Entre los años 2016 y 2018, 22 hombres fueron asesinados por sus esposas o parejas (mujeres) frente a las 151 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas (hombres) durante el mismo período. La violencia contra las mujeres existe, por mucho que se intente negar desde algunos sectores reaccionarios. Por no mencionar la excusa de las famosas denuncias falsas: estas condenas representan un 0,03% del total de denuncias entre 2009 y 2020.
Y únicamente estamos aportando cifras de mujeres asesinadas, hay que tener en cuenta también a las supervivientes o a las que siguen sufriendo en silencio.
Pero la violencia machista no sólo es una cuestión de sexos, también es una cuestión de clase. Las mujeres en situaciones de mayor riesgo son aquellas que han sido testigos o víctimas de violencia en su infancia, que sufren o han sufrido aislamiento social por su condición de clase o que son dependientes económicamente y poseen un bajo nivel educativo. Es decir, las mujeres de clase trabajadora no sólo tenemos más riesgo de sufrir violencia machista, sino que no tenemos acceso a los mismos recursos económicos, sociales y educativos que las burguesas.
El acceso de las mujeres a los recursos está estrechamente vinculado con la distribución desigual de las actividades productivas y reproductivas entre hombres y mujeres, es decir, la división sexual del trabajo.
En comparación con los hombres, la participación de las mujeres en el mercado sigue siendo desigual. En la mayoría de los países, las mujeres ganan solo del 60% al 75% del salario de los hombres.
Además, tienen más probabilidades de dedicarse a actividades de baja productividad y a trabajar en el sector más precario, ámbitos con poca organización y con baja o nula representación sindical. Todo ello contribuye a una mayor dependencia económica con el hombre.
Es necesario mencionar también que las mujeres dedican entre 1 y 3 horas más a las labores domésticas y entre 2 y 10 veces más de tiempo diario al cuidado de personas dependientes.
Y más se complica esta cuestión cuando hablamos de mujeres inmigrantes. Si en general las mujeres sufren en silencio durante gran parte de su vida malos tratos, el caso de las mujeres inmigrantes es todavía más silencioso y encubierto. En esta casuística encontramos dificultades añadidas, económicas, sociales, lingüísticas y administrativas.
En España, desde 2013 hasta 2021, según el Instituto de la Mujer, la tasa de violencia machista en mujeres extranjeras es 5,97 veces superior a la de las mujeres españolas, aumentando en 2021 a 7,82 veces superior. Otra complicación que debemos considerar es que, para ellas, la denuncia es aún un proceso más complejo y que conlleva una serie de costes económicos y, además, el miedo de ser expulsadas del país en el caso de situación irregular. Las mujeres en situación irregular se encuentran además con la denegación al acceso a los centros de emergencia y a otros recursos.
Así pues, la realidad social y económica en la que viven se ve doblemente limitada: primero, por las dificultades a las que se enfrentan para acceder al mundo laboral por el hecho ser mujeres y segundo, por los obstáculos que afrontan por ser inmigrantes. En general, ocupan puestos socialmente desprestigiados como el servicio doméstico, cuidado de personas dependientes y limpieza; sectores con salarios y condiciones lamentables y poca presencia sindical. Esta situación les dificulta lograr una independencia económica de sus parejas. Y esto último provoca que estén más expuestas aún de ser objetivo de mafias dedicadas a la prostitución.
Dentro de la trata sexual, la mayoría de las víctimas son mujeres (67%) o niñas (25%), según la ONU. Los hombres representan un 5% y los niños varones, un 3%.
Actualmente, el mercado de la prostitución español se nutre, en mayor medida, de mujeres extranjeras. La mayoría son jóvenes, en situación irregular, casi siempre con hijos en el país de origen, sin haber ejercido la prostitución anteriormente y que ejercen para cubrir sus necesidades vitales y poder enviar dinero a sus familias.
Por todos los motivos expuestos, la prostitución debe ser entendida como lo que realmente es: el negocio millonario con el cuerpo de la mujer como mercancía y una forma particularmente letal de violencia masculina hacia la mujer y no debe haber otro camino para erradicarla que la abolición.
Por consiguiente, la violencia machista SÍ entiende de clase. Aunque todas las mujeres estemos expuestas a sufrirla, los factores de riesgo no son los mismos en la clase trabajadora que en la burguesa y las posibilidades de sobrevivir en una clase u otra son drásticamente desiguales.