Hay voluntad

Es septiembre y comienza el curso. Para muchos el inicio de una nueva y bonita etapa: la mudanza a una ciudad diferente donde empiezas a estudiar, el olor a libros y libretas nuevas, la vuelta a la rutina del trabajo o un nuevo horizonte laboral en el que vivir experiencias desconocidas. Hay ilusión y hay voluntad de que este año sea un punto y aparte en tu vida.

Ha pasado un mes y las primeras hojas del otoño invaden el suelo. Con ellas descubres, poco a poco, que todo no es tan maravilloso como esperabas. La búsqueda de piso te ha supuesto un quebradero de cabeza: los precios de los alquileres están por las nubes y el encarecimiento de la vida en general te lleva a un primer mes en el que sólo puedes alimentarte a base de pasta, tomate y, en el mejor de los casos, latas de atún. Pero piensas que todo irá a mejor, que ha sido un mes en el que has pagado alquiler, fianza y agencia y que la próxima vez llegarás menos apurado.

La vida universitaria no es tan idílica como pensabas. El año pasado estuviste currando y no tuviste mucho tiempo para sacar algunas asignaturas, ahora pagas segundas o terceras matrículas y gran parte de tu dinero se va en unas tasas universitarias que están disparadas. Para colmo tu habitación no tiene ventana, bueno, sí que tiene, pero a un patio interior, y los pensamientos sobre esforzarte más este curso se entremezclan en una atmósfera de preocupaciones, ansiedad e incertidumbre con aroma a tabaco de liar y café de ayer.

La vuelta a la rutina se hace un poco cuesta arriba. Este mes sólo has currado 15 días. Tienes un contrato fijo-discontinuo que no ha acabado con tu precariedad ni con la temporalidad, a pesar de que, supuestamente, es un contrato indefinido. Con medio mes trabajado el sueldo no te da para casi nada. Tu jefe te envía tu horario cuando le viene en gana y tan siquiera puedes planificarte la vida con una semana de antelación. Todo es un caos. Pero te dicen que es tu culpa, que si hubieras acabado el segundo máster ya tendrías trabajo de lo tuyo. Tú no querías dejar el máster, pero tuviste que coger el curro en la tienda para seguir pagando el alquiler del piso.

Has entrado en la empresa que querías, pero tu contrato es de becario. Trabajas a destajo, la mayoría de compañeros están en tu misma situación, pero desde arriba os repiten que los mejores serán contratados en unos meses. Pasa el tiempo y en un año y pico no ha habido contrataciones fijas. Pero tú piensas que si pones más empeño, un poquito más de esfuerzo, te contratarán muy pronto.

Los problemas se hacen más y más grandes. Antes de dormir das vueltas en la cama pensando en si tienes la culpa de todo esto. Piensas que todo son casualidades, que tienes mala suerte y que en algún momento el viento soplará a tu favor.

Este relato no es una ficción. Se repite insoportablemente en la vida de miles y miles de jóvenes trabajadores y estudiantes. A primera vista es un paraje desolador, lleno de incertidumbre, rabia y conformismo. Pero todo lo contrario. En la bruma hay todavía un halo de esperanza de una juventud que ni se rinde ni se resigna. La huelga estudiantil del pasado 24M, los recientes actos impidiendo la entrada de la ultraderecha en la universidad pública, las huelgas del metal en Cádiz y Euskadi y el incesante trabajo de presentación de los CJC en todo el país demuestran que hay futuro. Todo esto son sólo ejemplos de la voluntad firme y consciente de una juventud que ha decidido dar forma y salida a la rabia contenida.

Efectivamente, hay ilusión y hay voluntad. Voluntad de transformarlo todo, y conocimiento de que tan sólo organizados, esa voluntad se hará carne. Porque esa es la única forma de que este año sea un punto y aparte en nuestra vida.

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