Empiezan tus esperadísimas vacaciones y decides celebrarlo yendo a tomar algo al chiringuito. Este año han contratado a menos camareros. Te sirven tarde y la comida fría. Años anteriores ponían música en directo y este año se lo han ahorrado. Sales ya cabreado, pero al menos mañana coges un vuelo para ir al pueblo.
En el aeropuerto te das cuenta de que han limitado todavía más el equipaje de mano y tienes que pagar un recargo. Dentro del avión, el enojo va en aumento, han reducido las distancias entre asientos para poder añadir dos filas adicionales, y tu vas incómodo todo el trayecto mientras te bombardean con incitaciones al consumismo desde el personal del vuelo. Al llegar, te das cuenta de que se ha roto la maleta. Vas a las oficinas a hacer la reclamación, pero la compañía ya no tiene habilitado ese servicio, obligándote a rellenar un formulario por su web que, curiosamente, no funciona. Al llamar a la compañía te aparece un robot que te dice que, ¡oh mala suerte!, sus líneas están especialmente ocupadas, y te cuelga la llamada. Deberás ir a hacer una reclamación a la agencia de consumo, pero es una burocracia tediosa, y ya tienes interpuesta una reclamación contra tu compañía de telefonía y tu compañía de gas.
Son tus vacaciones, no tienes el tiempo para todo ello, y lo dejas pasar. Lo mismo pasa con el último recargo del banco de 5,50 euros que no sabes a qué se debe, pero para resolverlo necesitarías una hora de tu poco tiempo libre, así que también lo dejas pasar. Llegas al pueblo y has hecho una compra del regalo de tu madre por internet que cumple años en dos días, y resulta que, después de anular tus planes de esta tarde para esperar el paquete, éste no llega. Recibes un correo: “receptor ausente”. Te cabreas. 20 minutos más hablando con otra máquina sin solución.
A los trabajadores de reparto se les obliga a hacer un número de entregas creciente e inabarcable; y cuando no llegan, se pone como “ausente” y se obliga al receptor a ir a la oficina a recogerlo. Has pagado para la entrega en casa, has reservado tu tiempo para la entrega y finalmente debes invertir un tiempo extra en ir a recoger a coste prácticamente cero para la empresa de reparto. Y así, cada día.
Los burgueses tratan a los obreros como una mula de carga en su tiempo de trabajo, a la que explotar hasta la extenuación. Y en su tiempo libre, como una vaca bajo la cual se agolpan todos los chupópteros a exprimir hasta nuestro último euro de nuestro mísero salario y hasta el último minuto de nuestro poco tiempo libre para ahorrarse costes de sus empresas. Son pequeñas decisiones que poco a poco van empeorando nuestras vidas y que su único objetivo es aumentar la cuenta de resultados. Es la otra inflación, la que no sale en las estadísticas oficiales.