Editorial

En las última semanas, quienes viven de titulares han decretado por dos veces el fin de una época: la que abrió y condensó el ya distante siglo XX. Sucedió primero con la muerte de Gorbachov, y unos días después con la de Isabel II. Casualidades de la vida, reapareció también por los medios Francis Fukuyama —quien decretara el fin de la historia hace treinta años—, que se encuentra estos días de gira mundial con un nuevo libro, desdiciéndose amargamente de algunas certezas del pasado. Los panegíricos de Gorbachov y de Isabel II, sin embargo, más que decretar ningún punto y aparte histórico, han venido a constatar la permanencia y maduración de una época histórica caracterizada por el poder de los monopolios y la agudización acelerada de sus contradicciones imperialistas.

Los sonrojantes relatos hagiográficos de los líderes capitalistas de nuestro tiempo no dejan de ser el correlato propagándístico de una época que avanza vertiginosamente hacia cotas más y más altas de crisis. Las tensiones bélicas se multiplican día a día por todo el planeta. La guerra en Ucrania se prolonga y su resolución ni está a la vista ni, por lo tanto, es sencillo pronosticar su resultado. No obstante, de las conclusiones que hasta la fecha se pueden sacar, destacan un par de datos incontrovertibles: desde el estallido del conflicto, Estados Unidos ha visto reflotar su influencia política y su capacidad de liderazgo como exportador energético, y Rusia ha sorteado con tal éxito las sanciones económicas occidentales que los beneficios de sus exportaciones energéticas también han aumentado —para mantener esos beneficios, se moviliza ahora militarmente a gran parte de la población rusa.

Quienes han salido perdiendo en estos meses de guerra también está claro: los trabajadores ucranianos, primero de todo, y el resto de trabajadores del mundo a quienes los efectos inmediatos de un mundo que se prepara para una gran guerra les hacen cada día más pobres.

Las tensiones bélicas se reproducen con creciente violencia casi cada semana: Taiwan, Serbia, Malí.. y recientemente Armenia y Azerbaiyán. En la mayor parte de los casos, los conflictos arraigan en cuestiones étnicas, el nacionalismo entra como lo que es, una ideología destructora de pueblos, que se demuestra el más eficiente vehículo de exacerbación de odios y división de trabajadores que haya propiciado el capitalismo.

El mundo huele a fuego. Pero en España la diatriba política sigue centrada en la carrera electoral de cara a 2023, con los partidos centrados en preparar sus filas para enfrentar el que sin duda será el ciclo electoral más burdo y alienante en muchos años. Nos esperan meses de insoportables y vanas encuestas, de noches de cuchillos largos en muchos partidos, de cosmética y marketing, de mentiras y falsos debates para todos los gustos. Entre tanto, un coste de la vida que va mucho más allá de la cesta de la compra y del precio del litro de combustible, un coste de la vida que es literalmente una deuda imposible de saldar que conduce al hambre de final de mes, a la siniestralidad laboral en aumento, a una sanidad pública desbordada, a una educación pública en ruinas y al frío de un invierno que pague la huida hacia delante de un sistema criminal.

Esta época que cada cuanto muere o resucita, según los medios, no ha dejado de ser la época del imperialismo y, por lo tanto, la de las necesarias revoluciones socialistas. Cuanto más tiempo transcurra sin que se se avance hacia y se produzca ese cambio revolucionario en la sociedad, más se extenderá la barbarie. Una sociedad nueva es posible y necesaria. El PCTE presentó en primavera los documentos de su II Congreso, entre los cuales destaca un Manifiesto-Programa que analiza y explica el camino para que una sociedad nueva tome forma en España. Durante esta segunda parte del año los actos de presentación del Manifiesto-Programa se suceden por toda la geografía española. Tiene lugar en los barrios obreros. En los sitios donde el legado que prevalece no es el de ilustres criminales como Isabel II o Mijaíl Gorbachov, sino el de una clase social que, por más propaganda imperialista que le echen, ni desapareció ni aceptará jamás ser esclava.

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