La gasolina y el gas, ¿topes o topos?

La tradición bíblica narra la llegada de cuatro jinetes del Apocalipsis. Perdí toda fe religiosa en mi tierna preadolescencia, pero esos pasajes nos sirven como alegoría de estos últimos años. Conocimos al de la muerte en 2020, de la mano de la nefasta gestión sanitaria de la pandemia. En febrero de este año nos visitó el de la guerra y todo parece indicar que pronto recibiremos al del hambre.

Palabras como “subidas sin precedentes del precio de los combustibles”, “excepcionalidad ibérica”, “carestía de cereales” o “precios topados” se han colado en todos los noticieros e, incluso, en las conversaciones casuales que se escuchan por la calle.

Pero, si bien se identifica correctamente el problema, pocas veces se señala su origen y, sobre todo, si hay alguien que se esté beneficiando de esta situación. ¿Estamos ante una catástrofe que nos afecta a todos o hay un topo?

Los mercados internacionales de hidrocarburos

Las subidas de precios de los combustibles tienen un carácter mundial. Washington y Bruselas acusan a la guerra de Putin de las mismas, mientras que Moscú pone el acento en las sanciones contra sus hidrocarburos. En todo caso, en términos económicos, estamos ante una restricción de la oferta.

La Unión Europea aprobó en su sexto paquete de sanciones un embargo parcial sobre el petróleo ruso, que terminará con la importación de crudo en 6 meses y de sus derivados en 8, exceptuando las que tienen como destino a Chequia, Hungría y Eslovaquia.

Esta decisión no impide a Rusia vender a terceros países, pero sí desacopla su economía de la Unión Europea y lleva a una reconfiguración de los mercados energéticos mundiales. El bloque europeo ha incrementado sus importaciones desde Nigeria, Angola y Camerún, mientras que Rusia ha multiplicado por 8 sus ventas a la India. Nueva Delhi tiene un descuento de 35 dólares por barril y, una vez refinado el crudo, lo reexporta hacia Europa. En la postmodernidad, con sus batallas por el relato, llamar indio al petróleo ruso tiene más peso que un bloqueo económico efectivo.

Pero prosigamos. La venta de hidrocarburos no sólo no se ha reducido por parte de Moscú, sino que durante los 100 primeros días de guerra, el país ingresó 93.000 millones de dólares en este concepto. La previsión para el año 2022 es que Rusia logre unas exportaciones históricas de 320.000 millones de dólares en energía, muy por encima de las de 2021, que ascendieron a 211.000. El factor clave son los precios a los que se venden. Rusia no sólo exporta a la India: sus ventas a China han aumentado desde los 600.000 barriles diarios a 2 millones. En definitiva, Bruselas busca nuevos vendedores y Moscú nuevos compradores. En un mercado en reconfiguración, la volatilidad de precios es la norma.

Uno de los factores que encarecen el petróleo es que cada refinería está adaptada a un tipo de crudo concreto, con cantidades de sulfuro y densidad específicos. Esto, sumado a la reducción de hasta un 30% de la capacidad de refinado en todo el mundo tras la pandemia, agrava los problemas derivados de la restricción de la oferta. Actualmente, las refinerías que aún subsisten, están a un 93% de su capacidad.

El caso del gas es más complejo. Mientras que el suministro de crudo se hace fundamentalmente por vía marítima, el mismo tipo de transporte en el caso del gas natural implica añadir entre un 35 y un 50% al coste, debido al proceso de licuación y regasificación. Este ha sido el mayor problema de Estados Unidos para competir en el mercado energético europeo frente a Rusia, que cuenta con varios gasoductos. Pero el país eslavo ha sabido especializarse en el sector, contando con refinerías y almacenes de gas en el Viejo Continente -como la de Schwedt en Alemania- y proyecta su apuesta a futuro, siendo el principal inversor en una gigantesca tubería que conectará Nigeria con la UE, en que el bloque europeo tenía esperanzas para su desacople con Moscú.

Mientras que Alemania mantendrá su dependencia del gas ruso al menos hasta 2024, Polonia y Bulgaria no han renovado sus contratos y se han negado a pagar en rublos, por lo que Gazprom les cortó el suministro.

Surge, como siempre, el eterno debate de otras fuentes de energía. En otros confines del mundo, Japón ha dejado de importar carbón ruso y planea la reapertura de sus centrales nucleares, paralizadas en algunos casos desde el desastre de Fukushima. Pero en Europa, la gran potencia atómica -Francia-, ya ha anunciado que en el próximo invierno tendrá que importar electricidad, ya que la mitad de sus 56 reactores están en parada técnica por mantenimiento.

La UE, por tanto, no sólo busca nuevos suministradores de petróleo, sino que ha aparcado la tan cacareada transición verde en favor de un viejo conocido: el carbón. Eso sí, ya no será de la difunta minería asturleonesa, sino de Sudáfrica y Colombia. ¿Será por la pronosticada recesión del 5% en Alemania, si Rusia decidiera cortar el gas, tal como ha proyectado el Bundesbank? ¿O será porque la transición ecológica depende de importaciones de zinc, cobre y níquel, que proceden precisamente de Rusia?

En todo caso, uno de los ganadores de la nueva geopolítica es Estados Unidos, que se ha convertido por fin en el principal suministrador de energía para la UE. Eso sí, lo ha hecho a costa de sus propias reservas estratégicas, que hasta el 1 de octubre de este año se habrán reducido a la mitad: el negocio, antes que la seguridad.

Washington ha tratado de encontrar nuevos suministradores que inunden el mercado de los hidrocarburos y rebajen los precios, sin resultados. El nombre de Juan Guaidó –“¿quién?” respondió Nancy Pelosy– ha desaparecido de boca de los políticos estadounidenses y Venezuela ya no se asocia con dictadura, solo con petróleo. Igualmente, la administración Biden ha intentado cerrar el nuevo acuerdo nuclear con Irán para retirar las sanciones al crudo. Pero ambos países tienen más lazos -y deudas- con Moscú y Beijing que lo que la Casa Blanca puede ofrecerles. Es probable que pronto veamos a Estados Unidos recomponer -mediante un amplio volumen de venta de armas- su maltrecha relación con Arabia Saudí, momento en el que la OPEP anunciará el tan ansiado aumento de la producción.

Sea como fuere, las ayer denominadas energías sucias son hoy el salvavidas de la Unión Europea y Estados Unidos. Y conviene comparar dos datos, en el que encontraremos al verdadero topo en la catástrofe que se avecina.

El mercado mayorista del crudo, a través del valor del barril de Brent, marcaba un precio de 95,42 dólares el día que comenzó la guerra: el 24 de febrero. El 17 de junio estaba a 113,61 dólares. La subida, por tanto, ha sido del 19,06%. No hay un aumento de los costes de producción, únicamente “incertidumbre” en el mercado.

Mientras tanto, el precio de la gasolina subió en el mismo periodo de tiempo desde 1,7 euros el litro hasta los 2,3. Es decir, el incremento es de un 35%.

Y, por fin, hemos hallado al verdadero topo: la burguesía y sus intereses, en sentido amplio. La burguesía rusa, que modula sus ventas de trigo e hidrocarburos para encarecer su precio; la de Estados Unidos, que por fin ha conseguido un poder hegemónico en el mercado europeo de la energía; la de la Unión Europea, que lejos de tener sufrir la crisis de precios, ha multiplicado sus beneficios por venta de combustible.

No son solo palabras, en el primer trimestre Repsol duplicó sus beneficios con una ganancia de 1.392 millones de euros, mientras que Shell (8.620 millones), BP (6.200 millones) o Total (9.000 millones) los triplicaban.

Las medidas de la socialdemocracia en España: más para el topo

El gobierno de coalición socialdemócrata en España ha tomado dos medidas estrella en relación a la subida de precios, ambas típicas de su forma de hacer gobierno: el relato, lo primero; los beneficios, para el burgués.

Pero antes de adentrarnos en ellas, no olvidemos que el contexto en el que se han tomado ha sido el de la continua provocación contra el principal suministrador de gas que tiene España: Argelia. Entre el reconocimiento de la posición marroquí respecto a la ocupación del Sáhara, las acusaciones que Nadia Calviño ha hecho contra Argelia de seguidismo hacia el Kremlin y la reventa de hidrocarburos al reino alauita, cabe preguntarse: ¿es simple sumisión a las alianzas de Estados Unidos, torpeza o ambas? Y, si no, ¿qué descubrió Marruecos en los móviles del gobierno español a través de Pegasus? En ocasiones, la errática política de Sánchez se explicaría mejor a través de un chantaje de sus rivales que de decisiones conscientes propias.

La primera medida de la coalición PSOE-Podemos fue subvencionar 20 céntimos de cada litro de combustible, en respuesta a la huelga del transporte. Nadie negará que la decisión suena bien: rebaja el precio y, aparentemente, es equitativa. El problema es que se toma en una sociedad que está lejos de serlo. Una subvención de este tipo beneficia, en primer lugar, a quien más consume: al que tiene cuatro camiones, antes que al que tiene uno; a la empresa, antes que a la familia obrera. A esto se añade que, en la sociedad capitalista de mercados liberalizados, la espiral inflacionista pronto se comió todo el margen ganado por la subvención.

La segunda medida fue topar el precio del gas, proclamando una isla energética con la que nacería la “excepcionalidad ibérica”. Eso sí, previo permiso de Bruselas.

El tope del precio del gas se fijó en 40 euros el megawatio por hora, en una primera fase, elevándose hasta los 50 euros en la segunda mitad del año. Nuevamente, el aprovechamiento es mayor según crece el consumo eléctrico: beneficia a la industria electrointensiva antes que al consumo doméstico del trabajador de la misma. El gobierno, con fondos públicos, compensa a las empresas gasísticas el margen de beneficio que dejan de ganar y así se completa el cuadro de otro gran engaño con tintes propagandísticos.

Mientras tanto, Iberdrola anuncia grandes beneficios y reparto de dividendos históricos. El gas topado sigue siendo la energía más cara y, según el sistema de beneficios caídos del cielo, marca el precio al que se venden todas ellas, incluso si el 99% de la producción se hace con otras fuentes. Si los beneficios están al alza, los pantanos comienzan este verano en mínimos.

En las guerras entre intereses burgueses, unos grupos se imponen sobre otros, pero los perdedores siempre son los obreros de todos los países. ¿Qué hacer, entonces?

Volviendo al inicio, en la mitología bíblica había un cuarto jinete: el del arco y el caballo blanco. Es el jinete vencedor, que toma la corona, conquista y vence. Probablemente ningún teólogo cristiano avalaría esta analogía, pero la clase obrera es hoy el jinete que puede y debe poner fin a toda guerra y enfrentamiento entre intereses de las burguesías, mandarlas al basurero de la historia y vencer. Solo entonces, viviremos en una sociedad en que comida y energía sean necesidades básicas que se aseguren mediante la producción y distribución planificadas y no mercancías con las que se extraigan beneficios.

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