Termina la primavera dejando un regusto a cambio de ciclo político. Pero un cambio de ciclo que no es el que están pregonando columnistas y opinólogos de la prensa domesticada. Ellos hablan de cambio en la tendencia de voto al PSOE y al PP, que puede poner en riesgo la continuidad de Pedro Sánchez en La Moncloa en 2023. Pero no, estamos ante algo un poco más profundo que tiene que ver con la recuperación del modelo bipartidista que conocíamos antes de que llegaran a los parlamentos los artefactos políticos derivados del 15M, que además se produce en un contexto de fuerte desmovilización obrera y popular.
No se acaba un ciclo porque parezca que a Sánchez y al PSOE se les ha agotado el crédito electoral, sino porque los partidos que canalizaron aquella indignación pequeño-burguesa, más o menos radicalizada, que explotó hace once años fagocitando la lucha obrera y que ponía el acento en los principales partidos del sistema y no en el sistema mismo, han acabado como el rosario de la aurora.
No hay que buscar sesudas interpretaciones al porqué de la fugaz vida política de los personajes y los partidos que representaron las aspiraciones de ciertos sectores de la pequeña burguesía que se sentían maltratados o infravalorados por sus padres políticos. En menos de diez años, aquellos que estaban indignados por las promesas incumplidas del sistema, porque su parte del pastel no era lo suficiente grande, han cambiado sus condiciones materiales y lo de asaltar los cielos o hacer sorpassos ya lo ven como aquél “yo corrí delante de los grises” de sus padres.
Seguramente ya habrá estudios y trabajos académicos que analicen la rapidez con la que PODEMOS y Ciudadanos nacieron, crecieron, se reprodujeron y están al borde de la muerte. Puede que haya también alguno que estudie las razones por las que, de presentarse como supuesta antítesis de PSOE y PP, acabaron fagocitados por ellos, de forma, en ocasiones, bochornosa.
Inés Arrimadas ha anunciado una “refundación” de Ciudadanos que va directamente encaminada a pactar una rendición ante el PP. Por el flanco izquierdo, las disputas se centrarán ahora en ver quién pone el esqueleto, los músculos y los asesores a la macrocefalia de Yolanda Díaz, cuyas propuestas y estilo cada vez se parecen más a los de la socialdemocracia clásica.
El PSOE y Unidas Podemos se muestran muy sorprendidos de que sus “políticas sociales”, desplegadas a golpe de talonario y a costa de transferir rentas del trabajo al capital durante la crisis catalizada por la pandemia, no se hayan traducido en votos ni en Madrid, ni en Castilla y León, ni en Andalucía. Están convencidos de que lo están haciendo muy bien, reivindican su papel y aspiran a su continuidad en el Ejecutivo, porque pisar moqueta es más cómodo que pisar asfalto o tierra. Anuncian una nueva batería de “medidas sociales” para tratar de retener a su electorado mientras su electorado (al menos ese que creen que es suyo, los sectores obreros y populares) tiene cada vez peores condiciones de vida y trabajo entre otras cosas gracias a la gestión de los partidos capitalistas y, en concreto, gracias a la gestión de quienes dicen representarlos políticamente.
Quien se la juega, y mucho, en los próximos meses, es Pedro Sánchez, pero no el PSOE. Entre sus socios, en cambio, se la juegan todos, porque un mal resultado electoral puede acabar no solamente con los líderes, sino también con las organizaciones que los apoyan. Un inciso: quizás alguien tenga que analizar por qué razón ha penetrado tanto en la nueva socialdemocracia esa concepción tan yanki de la política de que los partidos son meros ejércitos de machacas dedicados a promover y defender al candidato de turno… pero eso para otro día.
Para poder renegociar los términos de su acuerdo en 2023, los actuales socios de Gobierno necesitan tener con qué negociar. Cada vez se parecen más entre sí y en lo esencial sabemos que están de acuerdo, pero eso no le viene bien a ninguno. Por eso, a partir de ahora, vamos a asistir, con mucha mayor frecuencia que hasta el momento, a divergencias crecientes por cuestiones que, para un espectador externo, serán puramente de matiz, mientras en lo esencial sigue su proceso de unificación. Y todo hasta que alguna lumbrera política plantee que, puestos a sumar, donde se suma de verdad es en el PSOE.
Y todo esto mientras las consecuencias de la crisis —agravadas por la guerra imperialista— van afectando cada vez con mayor profundidad a la mayoría trabajadora, con los precios por las nubes y los salarios por los suelos. Debemos estar alerta, porque las cosas no van a ir a mejor y hay mucha gente interesada en que la clase obrera y los sectores populares sigan bajo la disciplina de la socialdemocracia, en cualquier de sus formas.