Decía el dramaturgo griego Esquilo que “en la guerra, la verdad es la primera víctima”, ¡y cuán ciertas siguen resonando sus palabras varios miles de años después! Dos meses han pasado ya desde el inicio de la guerra en Ucrania y mientras la población trabajadora del país se ahoga en sangre, la verdad de lo que sucede se ahoga también entre las mentiras de la propaganda de guerra de uno y otro bando.
Hechos innegables los hay a patadas. Innegable es que la guerra en Ucrania, tal y como la conocemos hoy, empezó el 24 de febrero del presente año; innegable es que Rusia fue el país agresor. Pero no es menos innegable que el 21 de noviembre de 2013, Estados Unidos y la Unión Europea promovieron un golpe blanco en Ucrania que cambió al gobierno violentamente y que es imposible entender el conflicto sin aquel acontecimiento.
Como en todos los conflictos bélicos, los contendientes en Ucrania exigen lealtad absoluta. Rusia sólo habla del 21 de noviembre de 2013 y del Euromaidán; en Europa no se menciona más que a los tanques rusos cruzando la frontera ucraniana el 24 de febrero de 2022. Las posiciones díscolas con las de los dos bandos enfrentados, críticas con la guerra, son tachadas de centristas, de tibias o de colaboracionistas con alguno de los rivales.
Pero la verdad es verdad por muchas paladas de arena que le arrojen encima y lo cierto es que la guerra de Ucrania, como todas las guerras, es “la continuación de la política por otros medios”, en palabras de Von Clausewitz. En un mundo capitalista donde la política es controlada por las grandes empresas, la guerra sirve a los intereses de los capitalistas y los capitalistas sólo entienden el lenguaje del beneficio.
Las guerras por dinero nunca se hacen en nombre del dinero. Hoy unos dicen luchar por la desnazificación de Ucrania, otros por la democracia, pero lo que realmente se dirime es quién distribuye el gas a Europa, quién posee el grano ucraniano, quién controla importantes puertos del Mar Negro como Sebastopol u Odesa. El único bando bueno es el pueblo trabajador, eterna víctima de la guerra y hoy luchando entre sí bajo dos banderas ajenas.
Dos banderas ajenas, la bicolor ucraniana y la tricolor rusa, enseñas de naciones que antes estaban unidas bajo la hoz y el martillo en un país donde el conflicto nacional no era más que un eco del pasado y que hoy vuelven a enfrentarse enmarañadas en complejos discursos plagados de mentiras o de falsas verdades.
Los trabajadores españoles, que también pagamos la guerra desde la distancia con el incremento de los precios del gas y del petróleo, de los alimentos y de los productos básicos; con el despilfarro de dinero público en armas y la “contención” de nuestros sueldos, hemos visto cómo nuestro país se metía de lleno en la guerra y, en concreto, en el bando de la defensa de Ucrania, de la democracia y la libertad.
De la democracia y la libertad que permitió que el Euromaidán de 2013 y 2014 asesinase a una cuarentena de sindicalistas en Odesa, cuyos ejecutores todavía no han sido juzgados ni se espera que lo sean; de la libertad y la democracia que prohibió a las organizaciones y partidos comunistas ucranianos, que representaban prácticamente una quinta parte de los votos del parlamento. Que tira las estatuas del Mariscal Zhukov y de Zoya Kosmodemyanskaya, héroes de la resistencia antifascista, y levanta otras nuevas a Stepan Bandera, colaboracionista nazi y exterminador de judíos.
En esta guerra que no es justa, esta guerra que es de los capitalistas y para los capitalistas, pero hecha por el pueblo, no hay un bando bueno y un bando malo. Los dos son bandos criminales y pierden los trabajadores. Los comunistas hemos estado señalando aquí, en nuestro país, a Rusia como potencia imperialista, criminal y defensora de sus monopolios y lo hemos hecho contra viento y marea, enfrentándonos a quiénes utópicamente defienden un mundo multipolar con la vana esperanza de que las potencias imperialistas se equilibren entre sí en vez de matarse a cuchillazos.
Pero va siendo hora de que alguien levante la voz también contra el régimen de Kiev, que pone sus armas al servicio de la OTAN, genocida de pueblos; que integra a bandas paramilitares nazis como Azov en sus organismos policiales y militares; que censura los medios de comunicación e ilegaliza a todos los partidos de la oposición, ya no sólo a los comunistas; que permite que a los niños, a las mujeres, a los inmigrantes se les ate a las farolas y se les golpee hasta morir por disentir políticamente o, simplemente, por hablar un idioma diferente.
El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, ese cómico reconvertido en adalid de los derechos humanos es la viva caricatura de lo que representa el gobierno ucraniano. Con increíble flexibilidad de cadera, Zelenski interviene en el Congreso de los Diputados en Madrid ensuciando la memoria de los civiles vilmente masacrados en Gernika por la aviación nazi y lo compagina con su intervención en el hemiciclo de Atenas en la que cede la palabra a un combatiente neonazi de su ejército.
La guerra, dura y cruel, no sólo arruina vidas y destruye a las familias obreras, sino que también pone las cartas sobre la mesa y hoy, más que nunca, la jugada de los capitalistas está clara. Quieren salir de la crisis económica actual sobre nuestra miseria, amontonando miles de cadáveres en nombre de la patria. Tenemos que romper la baraja.