Historias del 8 de marzo y un hilo rojo a retomar

Más de 100 delegadas de 17 países diferentes aprobaban en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, reunida en Stuttgart en 1910, la celebración anual de un Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Un acumulado de movilización y trabajo organizativo de mujeres obreras y dirigentes revolucionarias se sellaba en esta promesa. La fecha tenía un carácter reivindicativo, pero también conmemorativo en un mes negro para la clase obrera femenina del mundo occidental: en marzo de distintos años, desde 1857, muchas trabajadoras habían muerto a causa de la explotación y de la represión policial de protestas.

Marzo empezó a teñirse de rojo el 8 de marzo de 1911, resultando de la primera convocatoria una impresionante movilización de mujeres en distintos puntos de Europa, que superó lo concebible hasta el momento. La propuesta de celebración de este día había venido de Clara Zetkin, dirigente comunista alemana y brillante teórica que arrojó mucha luz sobre la llamada “cuestión femenina”. Zetkin expuso cómo, paradójicamente, el grado de desarrollo de las fuerzas productivas alcanzado por el sistema capitalista posibilitaba la liberación de la mujer a la vez que la obstruía. Posibilitaba la incorporación de la mujer al trabajo y creaba las condiciones objetivas para reducir el trabajo doméstico y acabar con la esclavitud familiar; pero la propiedad privada de los medios de producción hacía que la beneficiaria de tal situación fuera la clase capitalista, y no las mujeres trabajadoras.

La historiografía feminista burguesa, en unos casos, incluye la obra de Zetkin y los orígenes del 8 de marzo en la tradición feminista; en otros, reprocha a las comunistas un “seguidismo masculino” y una minusvaloración de la problemática femenina. No ha de extrañarnos ni que el feminismo crecido a calor de la contrarrevolución mundial reproduzca en muchos casos lo que nació como ofensiva ideológica contra el comunismo; ni tampoco los intentos de apropiación, pues quienes dotaron de carácter de masas y potencial transformador al 8 de marzo y a la cuestión femenina fueron las mujeres trabajadoras y sus partidos revolucionarios.

Uno de aquellos reproches, acerca de que el movimiento comunista ha postergado siempre todo trabajo por la emancipación de la mujer a la futurible sociedad pos-revolucionaria, tropieza en su demostración en los primeros 8 de marzo. Zetkin fue una dirigente hábil al situar reivindicaciones parciales femeninas, pero no las contemplaba como frenos, sino como un motor más de la estrategia revolucionaria. Tal fue el sentido que dio a la reivindicación del sufragio femenino que propuso para estas jornadas: “el sufragio femenino no puede ser para nosotras un objetivo final como lo es para las mujeres burguesas, sino una conquista dentro de una de las fases de la batalla por nuestro objetivo final”.

Los primeros marzos rojos sacaban a las calles la necesidad de transitar todas esas batallas, dado que la incorporación al trabajo y la igualdad política entre hombres y mujeres dentro del sistema capitalista no era, como seguimos hoy comprobando, condición única de la igualdad ni de la libertad. Aunque nuestra historia queda hoy soterrada entre la calumnia y la apropiación ajena, el hilo a recuperar asoma resplandeciente, brindándonos experiencias tan didácticas para hoy como el marzo de 1917, en el que las obreras textiles de San Petersburgo iniciaron un levantamiento que, bajo la consigna “paz y pan” (por el fin de la Gran Guerra y contra la carestía y la pobreza), constituyó el preludio de la revolución bolchevique de octubre y la salida de Rusia de la guerra imperialista.

El hilo rojo con el que hoy nos disponemos a seguir tejiendo se lo debemos a Clara, a las obreras de Petrogrado, a aquellas dirigentes reunidas en Stuttgart, a todas las trabajadoras que participaron en los ochos de marzo rojos, a las que murieron en los marzos negros. Pero la reivindicación de nuestra historia no es un ejercicio de autocomplacencia estéril ni de nostalgia romántica. Este 8 de marzo y todo el trabajo pendiente por la emancipación de la mujer nos lo debemos a las que continuamos explotadas y oprimidas bajo los mismos —aunque renovados— paradigmas, y a las mujeres del porvenir. Volver a teñir marzo de rojo es una obligación del compromiso con la emancipación de la mujer trabajadora y del conjunto de nuestra clase.

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