“La característica esencial del socialismo burgués es que pretende conservar la base de todos los males de la sociedad presente, queriendo al mismo tiempo poner fin a estos males.” Así de claro lo decía Engels analizando el problema de la vivienda hace más de 150 años. Hoy, por mucho que haya llovido y aunque los actores no sean los mismos, nos encontramos ante la misma situación, con una socialdemocracia que se dedica a poner tiritas para frenar una hemorragia.
Que la vivienda bajo el capitalismo es una mercancía más es algo que debemos tener claro desde el primer momento. La planificación urbana de las ciudades poco tiene que ver con la satisfacción de las necesidades de sus habitantes y mucho con la insaciable voracidad del capital. La realidad es que, a día de hoy, el precio de la vivienda es prohibitivo para la mayor parte de los jóvenes de clase obrera que estamos en busca de una. Los sueldos de menos de 1000 euros al mes, en combinación con alquileres que rondan los 700, generan un cóctel explosivo cuyo resultado es que tan solo el 14,9% de los jóvenes están emancipados a día de hoy. La imposibilidad de los jóvenes de encontrar una vivienda digna, como resultado de las penosas condiciones laborales a las que nos empujan y del rentable negocio que es el suelo, choca con el hecho de que hay, según datos del INE, más de 3 millones de viviendas vacías en España.
Y es en este contexto en el que se entra a legislar con el Bono Alquiler Joven, la enésima cortina de humo. Ante el problema estructural de la vivienda, el Gobierno viene a prestar una exigua ayuda de 250 euros mensuales para el pago del alquiler. El problema de la medida es la medida en sí misma y es que, a fin de cuentas, un pago de 250 euros por parte del estado destinado a sufragar los costes del alquiler o, dicho de otro modo, dirigido directamente al bolsillo de los propietarios, no deja de ser una transferencia indirecta en forma de ayuda de las rentas del trabajo al capital. Pero es que, para mayor descaro, este bono ni siquiera sirve para aliviar de manera significativa a la juventud obrera, ya que el real decreto anunciado a bombo y platillo tiene numerosas limitaciones. La temporalidad de la ayuda es un problema en sí mismo pero, además, para poder acceder al bono joven se requieren de unos ingresos regulares y de un contrato de alquiler, dejando fuera de la ecuación justamente a las personas más vulnerables. A esto hay que sumarle que, para poder optar a la ayuda, los alquileres no deben exceder los 600 euros mensuales (900, si así lo habilitan las comunidades autónomas), la cuál cosa es prácticamente imposible en ciudades como Madrid o Barcelona.
Una vez más queda al descubierto que el Estado no es un agente neutral, no es un mero administrador sino que es, ante todo, una herramienta de dominación. Si para salvar las inversiones de los grandes propietarios hay que privatizar dinero público camuflándolo de ayuda se hace sin ningún problema, obviando además la subida de los alquileres que supondrá la medida, ante la que imaginamos que se limitaran a pedir “empatía social”. La realidad es que mientras ellos se enriquecen a nuestra costa, nosotros pagamos las consecuencias, obligados a vivir hacinados en pisos minúsculos, en una jaula de acero y hormigón y rodeados de áreas que no están pensadas para socializar, sino para almacenarnos cual engranajes de una maquinaria. La solución para el problema de la vivienda no puede venir de una medida parcial que desenfoca su origen, no basta ni con ayudas ni con la regulación de los alquileres, ni mucho menos, sino que pasa por la expropiación de los rentistas, la creación de una vivienda pública y la planificación de su construcción y distribución de arreglo a nuestras necesidades.
Un bono joven, que no nos permite emanciparnos, que llegará a menos del 1,7% de los posibles destinatarios y que va a engrosar directamente las cuentas de los propietarios, fomentando aún más la especulación, mientras se juega con nuestro futuro y con nuestras vidas, y se nos envía a vivir a contenedores habilitados de 25m², ¡es la promesa estrella de la socialdemocracia en cuestión de vivienda! El lazo de rescate que dicen lanzarnos resulta ser una soga al cuello, mientras continúan obligándonos a escoger entre comer o pagar el alquiler. Nos toca a nosotros mover ficha, nos toca a nosotros dejar claro que la vivienda ha de ser una auténtica garantía y no un modo de enriquecimiento de los parásitos capitalistas, nos toca a nosotros denunciar los espejismos con los que nos pretende atrapar la socialdemocracia, porque sabemos bien, porque lo sufrimos a diario, que el mal menor de hoy es el mal mayor de mañana.