El 16 de noviembre se incendiaban las redes sociales con imágenes de barricadas, humo y cargas policiales en los astilleros de Cádiz; la clase obrera del metal gaditano se levantaba en huelga indefinida contra los salarios de miseria.
El seguimiento masivo de la huelga, especialmente en las subcontratas de las grandes empresas del sector como Navantia, Dragados o Acerinox, puso en jaque la producción de estos grandes monopolios, que vieron peligrar la continuidad de sus contratos comerciales. He aquí la primera lección que nos dejan los obreros gaditanos del metal y es que por mucho que se empeñen los voceros de la patronal en demostrar lo contrario, los trabajadores somos los únicos indispensables en la producción. Sin nuestra fuerza de trabajo no hay ganancias para los capitalistas.
Es en este punto donde entra en juego el Estado. Ante la imposibilidad de que los patrones saquen adelante la producción, son las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado los encargados de romper la huelga, disciplinar con violencia y miedo a los trabajadores y obligarles a volver a sus puestos de trabajo. Aquí no caben medias tintas y la Policía Nacional, mandatada desde el Ministerio de Interior y la subdelegación de gobierno, se esmeró en su cometido: porrazos, bolas de goma, gases lacrimógenos, cargas policiales por los barrios obreros y hasta una tanqueta irrumpiendo en la barriada del Río San Pedro en Puerto Real. Todo para garantizar los beneficios de un puñado de capitalistas.
Esa es la segunda lección que nos legan los proletarios metalúrgicos de Cádiz: que el Estado no es ningún árbitro neutral en la lucha de clases, como pretenden hacernos creer algunos falsos amigos. Con independencia del color que vistan los sillones del Consejo de Ministros, el papel del Estado en la lucha de clases es el de garantizar a toda costa que la máquina capitalista sigue funcionando, a saber, que la clase obrera produce para que la burguesía se apropie del fruto de su trabajo.
A pesar de la intensa represión desatada desde las instancias socialdemócratas, atravesada por los vergonzantes llamados a la desmovilización por parte de los jefes del oportunismo patrio, el pueblo gaditano salió en masa a las calles en apoyo a la huelga. Manifestaciones multitudinarias recorrieron las calles de las principales ciudades de la provincia demostrando que junto a la voluntad de las plantillas de no ceder en sus reivindicaciones, había un pueblo digno dispuesto a luchar y hacer frente a la represión. Como en otros conflictos obreros de calado en nuestro país, se demostró como la clase obrera, precisamente por su papel central en la producción capitalista, tiene el potencial de convertirse en un núcleo movilizador que arrastre tras de sí a importantes sectores populares. He ahí la tercera lección que debemos extraer de las jornadas de Cádiz.
La cuarta lección que podemos reseñar tiene que ver precisamente con la solidaridad. Conforme se sucedieron los días de conflicto, cientos de miles de trabajadores por toda España empezaron a levantar la voz en apoyo a los huelguistas y contra la represión gubernamental. Comienzan a organizarse acciones de solidaridad en distintos puntos de España, se reseñan otros conflictos obreros coincidentes en el tiempo, se calumnia a los partidos y dirigentes políticos responsables de la represión, se exige el respeto del derecho a huelga… Lo que comenzó como un conflicto provincial por la mejora de los salarios empieza a extenderse como una mancha de aceite por todo el país.
Todo ese proceso es una lección en su conjunto que revela cómo las luchas de resistencia de la clase obrera tienen el potencial de desarrollarse hasta el grado de conflictos políticos y, por el camino, elevar la consciencia del conjunto de una clase que comienza a percibirse a sí misma como sujeto colectivo en el reconocimiento de las luchas que emprenden sus semejantes. Si Cádiz nos ha vuelto a demostrar el enorme potencial del movimiento obrero, la historia nos enseña que es necesario un último elemento para que todo ese torrente desemboque en el caudal adecuado y es la necesidad de contar con una organización política revolucionaria, independiente tanto en lo político-ideológico como en lo organizativo, que pueda orientar toda la fuerza de la clase obrera hacia su completa liberación y, junto con ella, la de todo el pueblo trabajador: el Partido Comunista.
En Cádiz se ha constatado aquello de que la práctica es el criterio de la verdad. Al gobierno del PSOE y Unidas Podemos no le ha temblado el pulso a la hora de reprimir a los obreros, mientras les invitaba a claudicar en nombre de la confianza en el mismo gobierno que enviaba tanquetas a sus barrios. Es la Policía bajo su mando quién, una vez alcanzado el acuerdo que puso fin a la huelga, ha ido casa por casa a detener a los huelguistas, tratando de cobrarse venganza por la dignidad demostrada en la lucha. El palo y la zanahoria, ese es el papel que históricamente ha jugado la socialdemocracia.
Esa es la última lección que nos deja la huelga del metal en Cádiz: un aviso de lo que nos espera en un futuro cada vez más presente. Ante un horizonte de ataques, recortes y privaciones, sólo podemos organizarnos y luchar bajo la confianza de que serán nuestras propias fuerzas las que nos permitirán vencer.