Abascal por las Américas

El pasado mes de septiembre, Santiago Abascal (VOX), visitó México, donde se reunió con una delegación de senadores del PAN, partido que gobernó México entre los años 2000 y 2012, bajo las administraciones de Vicente Fox y Felipe Calderón. Antes de su periplo mexicano, toda la relación con el país habían sido unas declaraciones en que calificaba 300 años de colonialismo español como una liberación frente al “régimen sanguinario y de terror de los aztecas”. Ahora, en su interés se sitúa la conocida como “Carta de Madrid”, un documento anticomunista que pretende establecer un «foro organizado contra lo que se ha conocido como Foro de Sao Paulo y el grupo de Puebla… una estructura internacional que opere como una auténtica oposición.»

La Carta de Madrid, en sus propias palabras, pretende enfrentar al “narco-comunismo” en la “Iberosfera”. La relación entre el narcotráfico y los partidos comunistas en España o América Latina no deja de ser parte de la demencial cosmovisión conspiranoica de la ultraderecha. Pero en un “sujétame el cubata” de órdago, se califica de comunista a gobiernos socialdemócratas como el español, el venezolano o el mexicano, e incluso a movimientos liberales como el de Argentina. La confusa referencia al comunismo y a marcos territoriales artificiales como la Iberosfera —con un propósito no disimulado de buscar las raíces imperiales y católicas— no resta peligro al anticomunismo.

El anticomunismo es una ideología reaccionaria que no solo se dirige contra los comunistas, sino también contra demócratas y revolucionarios. Va, en general, contra cualquier progreso en la historia y, en la medida en que se agudiza la lucha de clases, con ella se justifican auténticos baños de sangre contra el pueblo.

No es casualidad, por tanto, que entre los firmantes de la Carta de Madrid no sólo estén el propio Abascal, Hermann Tertsch y los senadores del PAN, sino también Eduardo Bolsonaro, Arturo Murillo (ministro golpista de Bolivia) o Antonio Ledesma (ex-alcalde prófugo de Caracas).

Pero el anticomunismo no es patrimonio exclusivo de la ultraderecha y es peligroso asociar las prácticas más reaccionarias del capitalismo únicamente con esta. La gestión que el gobierno socialdemócrata español ha hecho de los conflictos migratorios en Ceuta y Melilla, o la del gobierno de López Obrador contra los haitianos, son buena muestra de que las distintas gestiones del capitalismo cambian en la forma, pero no en lo esencial. El discurso antiinmigración es más evidente en Abascal, pero igual de claro en la práctica diaria de la socialdemocracia.

El peligro está, por tanto, en exagerar la amenaza “fascista” sin desenmascarar el capitalismo que la sostiene, en cualquiera de sus formas. Quienes la exageran, suelen acompañar su discurso con una invitación a que se elija el mal menor: mejor una alianza con la socialdemocracia a que lleguen al poder VOX y sus aliados. ¿Suena familiar, verdad?
El programa de VOX —y el que impulsa, ahora también, en la “Iberoesfera”— no es otra cosa que el programa de máximos del capitalismo. No es casualidad que en agosto se revelasen documentos que probaban la financiación de los de Abascal por parte de grupos como EULEN (seguridad privada), FCC (infraestructura y limpieza), El Corte Inglés, los hoteles Ritz-Carlton, Nestle (que ya tenía relaciones con grupos paramilitares en Colombia) y OHL (construcción).

La burguesía cuenta, de un lado, con partidos que abiertamente presentan un programa que defiende sus intereses y, de otro lado, con la socialdemocracia, que aplica matizadamente el mismo programa, pero aglutinando bajo sus faldas a todo aquel que la eligen porque si no, llegarían los “fascistas” al gobierno.

Para este juego, que no cuenten con los comunistas, que seguiremos explicando a la clase obrera y el pueblo que el origen del problema no está en una gestión u otra del capitalismo, sino en el sistema mismo.

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