“Ya no me sentía triste, ya no me sentía sola. Nuestra Revolución (…) era una realidad”, así relataba una obrera de Gallarta (Euskadi), hija y esposa de mineros, sus primeras noticias sobre la Revolución de Octubre en 1917. El mundo negro que la rodeaba le impedía ver más allá, no era consciente de que ella misma junto a miles se convertiría en protagonista del partido nacido para hacer posible la Revolución en España.
Durante esos años, nuestro país conocía un auge del movimiento obrero sin precedentes, la afiliación sindical estaba en su punto álgido y en 1918 se abría el llamado Trienio Bolchevique: tres años de conflictividad social que evidenciaban una toma de conciencia entre las masas, un salto cualitativo. Los obreros rusos habían roto el hielo demostrando que sí era posible que los que trabajan en las fábricas pudiesen gobernar. Los desposeídos de todo el mundo hicieron suya esa victoria, ahora faltaba la herramienta que les permitiera quebrar el gran iceberg que era el capitalismo.
En diciembre de 1919 se dio el primer paso. La clandestinidad hizo que tuviera que ser en el lugar menos sospechoso donde encontrar comunistas. En uno de los emblemas del capitalismo español, el Hotel Palace de Madrid. “Borodín”, “Ramírez”, y en menor medida “Robert Allen”, fueron los encargados por la Komintern (III Internacional) para establecer contacto y crear la Sección Nacional de la Internacional Comunista. Un proceso que fue determinante para la historia española pero que todavía hoy sigue oculto bajo un manto de silencio y desconocimiento, incluso en la propia militancia comunista.
Su creación no fue lineal y estuvo llena de contradicciones. El parto era complejo y requería pasar del pistolerismo más izquierdista a construir un partido bolchevique. En diciembre de 1919 las conversaciones, reuniones y conspiraciones se centran en un objetivo claro, crear un PC en España generando la necesaria escisión en el PSOE, el cual lleva ya mucho tiempo siendo un partido republicano más. Las condiciones para el deslinde son maduras, hay desde hace tiempo una corriente tercerista (partidarios de la III Internacional) y de abierta crítica aglutinada en torno a la revista Nuestra Palabra y la Escuela Nueva y existe una gran parte de la juventud socialista que se declara también tercerista. Unos más audaces, otros más cautos a la hora de romper. El empuje inicial vendrá de la JSE el 15 de abril de 1920. El llamado de manera despectiva como “partido de los 100 niños” (en realidad eran más de 2000) decide erigirse como el Partido Comunista Español. El deslinde se hizo esperar en el seno del viejo partido, no llegará hasta otro Congreso Extraordinario, el III, y se hizo público el 13 de abril del año siguiente. Nacía así el Partido Comunista Obrero Español.
Durante un año convivieron de muy mala gana las dos organizaciones comunistas. Izquierdismo, informes, viajes a Rusia, etc. Recibieron muchas críticas, presiones y acusaciones, las habituales en estos casos, pero en ambos casos fue la necesaria ruptura con el pasado acorde al momento histórico.
En junio de 1921 en el III Congreso de la Comintern asisten delegados de ambos partidos, una de las decisiones cruciales es convertir los PC’s en organizaciones de masas. La fusión en España es vital. Graziadei será el encargado de dirigir el proceso. Así el 14 de noviembre nacía, ahora sí, la Sección Española de la Internacional Comunista, el Partido Comunista de España. La organización destinada a cambiarlo todo.
Se les criticó mucho pero sus decisiones fueron la clave para crear el Partido que lideraría la resistencia durante la guerra y el fascismo. El Partido de los camaradas que apretaron sus puños en cada alambrada, el de los camaradas en las cárceles. El que organizó la solidaridad en el exilio cruzando fronteras y océanos. El que alentó la resistencia en los 186 escalones de Mauthausen y cargó cada bala en el Valle de Arán. El que organizó de la nada a cada minero, a cada jornalero, a cada mujer en la fábrica más remota. Donde hiciese falta allí estaba. Cuando el resto de partidos que se decían antifascistas no fueron capaces de hacer nada, el Partido sí lo hizo.
Seguimos teniendo el mismo anhelo que tuvo esa obrera de Gallarta llamada Dolores Ibárruri y que hoy tiene más futuro que nunca; hacer que la historia marche a nuestro favor para tener un país para la clase obrera. Para ello hace un siglo que no estamos solos, tenemos al Partido.