Son matemáticas básicas, y el Gobierno sabe echar sus cuentas perfectamente. Una subida del SMI que hiciera frente a la cabalgada desbocada de los precios (luz, gas, combustibles, comida) no puede estar nunca por debajo de la inflación. De lo contrario, el pueblo es cada vez más pobre. Y es contra esa verdad irrefutable contra lo que el Gobierno ni puede, ni quiere luchar. Y resulta verdaderamente indignante la campaña de autobombo que el Ejecutivo pone en marcha en cada ocasión que necesita proyectar una imagen de protección social que es todo lo contrario a la realidad.
El anuncio de la irrisoria subida del SMI, con efectos desde la nómina de septiembre (ni siquiera desde inicios de año), se hace coincidir con un comienzo de curso político marcado por una subida de los precios, como decimos, del 4%, índice que no se alcanzaba desde septiembre de 2008 (¿les suena el año?), marcado por la obscena demostración de fuerza (no precisamente de empatía) de las eléctricas en lo que se refiere a quién manda en el capitalismo, batiendo cada semana récords del precio megavatio/hora, marcado por la extensión de los ERTE, sin derogar las reformas laborales (que entran de nuevo en el debate burlón de la negociación de los Presupuestos de este año), y con una reforma de las pensiones a medio hacer, con una segunda fase esperando en la oscuridad al dictado de las directrices europeas, que exigen atrasar la edad de jubilación de las “personas trabajadoras”.
En este contexto, la subida del SMI viene a ser para el Gobierno (y en especial para Yolanda Díaz, ya en competición interna con sus compañeros de partidos) como ese tupido velo que se corre para tapar las vergüenzas, o la verdad. Un tupido velo para negar u olvidar la realidad. Sin embargo, me temo que el velo, por mucho que se elogien sus supuestas cualidades, es cada día menos tupido, y transparenta. Detrás de la no muy tupida subida del SMI se ve la miseria de un pueblo que pronto debería hacer de todo esto jirones.