A principios de julio, una nota de prensa del líder de la patronal anunciaba el despido de 400 personas (sobre un total de más de 1100) en LM, en El Bierzo (León). A los pocos días, de forma totalmente deshonesta, la empresa notifica esa cifra de salidas —entre despidos y recolocaciones en Francia y Castellón— al Comité de Empresa. Un Comité que ya estaba preparado para cuantas acciones fueran necesarias en un centro acostumbrado a la lucha. El motivo dado por la empresa se debía a que no tenían tanta producción, elemento introducido en una de las reformas laborales que el gobierno sigue sin derogar. El objetivo a conquistar era el de cero despidos, claro. Pero no por ello fácil.
Los trabajadores y trabajadoras de la factoría de palas eólicas, a través de sus sindicatos y en unidad, iniciaron el binomio presión-negociación. Aunque las asambleas, los paros con seguimiento total, los piquetes masivos, la huelga indefinida o las manifestaciones multitudinarias por las calles de Ponferrada no fueron suficientes para conseguir la meta planteada, sí permitieron reducir el alcance del ERE y mejorar las condiciones de salida. El acuerdo alcanzado se ratifica el 15 de agosto por amplia mayoría de la plantilla en asamblea.
Si bien pudiera ser el resumen de un conflicto obrero más, hay un par de comentarios a destacar. Por un lado, su organización, derivada de su alta afiliación y participación sindical. Prácticamente la totalidad de la plantilla pertenece a uno u otro de los cuatro sindicatos existentes en la planta. Esto ha supuesto que siempre cuenten con músculo suficiente para plantar batalla, como demostraron hace 10 años cuando la empresa estuvo a punto de desaparecer si no hubiera sido por sus trabajadores. En 2011, con apenas 200 trabajadores, la patronal anunció el cierre definitivo. Desde entonces, se inició una lucha por parte de los trabajadores que demostró que la fábrica sí era viable y que había un futuro. En 2015 ya había triplicado la plantilla y en 2019 superaba los 1000 trabajadores.
Por otro lado, su tamaño, que la convierte en la mayor empresa industrial de la provincia con mucha diferencia. Las similitudes con Vestas —cuyo conflicto hace tres años coincidió con el cierre de la minería, como recogían en su lema “Sin Vestas ni carbón, se muere León”— hicieron saltar todas las alarmas. Su cierre significaría un duro golpe para la comarca y un agravante en la vertiginosa pérdida de población de toda la región.
Muchas comarcas, al igual que El Bierzo, fueron obligadas durante décadas casi en exclusiva a la extracción del carbón usado en la producción energética de todo el país para, después, ser olvidadas durante la “transición energética”. La excusa ambiental sólo ha servido para justificar cuantas decisiones se han tomado contra la clase obrera en defensa del aumento de beneficios de los capitalistas. Sólo así se explica que, con 24 megaproyectos eólicos en desarrollo en la provincia, se opte por reducir producción en el territorio y fabricarlo a cientos de kilómetros. Demuestran, una vez más, que este sistema es totalmente irracional para el medio ambiente y un peligro para la humanidad.
Mientras la patronal, en especial las eléctricas, cada día obtiene más beneficios, el precio de la luz alcanza máximos históricos y los trabajadores no dejan de perder derechos o su sustento. Sin carbón, sin trabajos, sin luz, pero preparados para contraatacar. La clase obrera no puede seguir esperando por las eternas promesas de ninguno de los parlamentarios burgueses para poner fin a los abusos. Es el momento de elevar cada lucha económica y sindical a una lucha política por la derogación de las reformas laborales, por un futuro para la clase obrera.