En algún oscuro despacho de La Moncloa alguien debió pensar que era buena idea establecer nuevas tarifas eléctricas en el mes de junio, por aquello de las buenas temperaturas y el mayor número de horas de luz. Además, seguirían razonando, el anuncio del final de la obligación de usar mascarilla en exteriores y la participación de la selección de fútbol en la Eurocopa ayudarían a extender esa especie de clima posbélico, medio eufórico, que hace que la población no piense tanto en los problemas, sino que se centre en el disfrute de lo poco que tiene.
Llegamos a un nuevo verano de desescalada y, como el año pasado, parece que todos se han puesto de acuerdo en hacer como que aquí no ha pasado nada y en tratar de estimular, una vez más, el consumo veraniego de las masas. Aunque no hubiera datos positivos en las UCI y aunque la campaña de vacunación fuera más lenta que un caracol, las instituciones capitalistas estarían insistiendo día sí y día también en lo oportuno y conveniente que es consumir, gastar o ir de vacaciones. Y todo ello para salvar a un sector turístico y hostelero que supone una parte sustancial del PIB español.
Pero de lo que las instituciones capitalistas se preocupan poco es de si realmente la mayoría de la población tiene qué gastar, con qué consumir y con qué pagar esas vacaciones.
La reactivación del ciclo capitalista exige, después de tantos meses de parón y de contracción brutal de la producción, un festín de gasto público y privado a mayor gloria de esos capitalistas que lloran por las esquinas diciendo lo mucho que han perdido con la crisis y la pandemia. Pero, ¿qué pasa si no tienes qué gastar porque has estado en ERTE hasta hace dos días o porque te encuentras con que el recibo eléctrico de junio está por las nubes o que te cuesta llenar el depósito del coche unos cuantos euros más que hace un año? Endéudate, que la banca está deseosa de conceder préstamos porque no tiene forma de dar rentabilidad al capital acumulado. Y no te preocupes por el futuro, porque tras la pandemia es tiempo de disfrutar.
En esta época en la que prima el presentismo y la inmediatez, convendría tener ya la vista puesta en el otoño y en las consecuencias de cómo pretenden los capitalistas salir de la crisis. Es difícil, pero puede hacerse, porque los planes de ataque contra la mayoría trabajadora se ejecutan siempre a largo plazo y las señales de peligro son más que evidentes desde hace meses. Convendría ir sentando las bases para responder a todas las medidas que se van a ir desplegando y que no tendrán otra consecuencia del empeoramiento – de nuevo – de las condiciones de vida y trabajo de nuestra clase y de las capas populares.
El retroceso constante en derechos laborales, democráticos y sociales es una realidad que no se puede negar, ni con purpurina, ni con campañas mediáticas ni con sonrisas. Hay quien, consciente de esta realidad, se conformaría con volver a un momento del pasado sobre el que le han contado que lo que ahora parece casi imposible (tener un trabajo estable o la emancipación juvenil antes de los 30 años), entonces era la norma. Esta postura, comprensible en un momento donde buena parte de la producción cultural se basa en la nostalgia de no se sabe muy bien qué, no debe marcar la agenda de ninguna fuerza que se considere revolucionaria, básicamente porque siempre que se sueña con volver al pasado se rompe con la posibilidad de conquistar el futuro. Y ahí está el gran peligro.
Hincar rodilla en tierra y decir basta es una necesidad, pero más lo es que ese acto de resistencia, ese “hasta aquí hemos llegado”, no sea para dar marcha atrás hacia un capitalismo anterior, menos salvaje, sino que vaya acompañado de un planteamiento general de ofensiva, de planificación de nuevas conquistas, de acumulación de fuerzas y de difusión de la conciencia de que ningún modelo de gestión capitalista va a ser capaz de poner remedio a todos los males que generan las sociedades basadas en la explotación y, sobre todo, que ningún Gobierno capitalista va jamás a anteponer los intereses de los explotados a los de los explotadores.
Hay que resistir, pero con la condición de saber que es posible vencer. ¿Y qué es vencer?, preguntará alguien. Vencer es garantizar las condiciones materiales para que todas las personas puedan desarrollar su vida sin estar sometidas a la dictadura del paro, de la preocupación por llegar a fin de mes o de si alcanzará o no el dinero para encender la calefacción o el aire acondicionado. Eso, que parece tan simple, jamás se ha conseguido en los países capitalistas, donde la preocupación básica de Gobiernos e instituciones no ha sido nunca garantizar nada a la mayoría trabajadora, sino garantizar a los capitalistas unas condiciones determinadas para ejecutar de la forma más eficaz posible la explotación de esa mayoría trabajadora.
Vencer, en resumen, no es que nos exploten menos. Vencer es que no nos exploten más.
Redacción Nuevo Rumbo