No fue (sólo) Gagarin

1961. 12 de abril. Yuri Gagarin se convierte en el primer humano en estar en el espacio. Uno de los principales hitos de la carrera espacial y también un gran paso en todo el desarrollo científico-técnico que vendría después. Pero éste no es un artículo para exaltar la figura de un hombre, porque ese éxito no pertenece sólo a Gagarin. Porque él no habría podido conseguirlo sin un cambio radical en su país.

19La Rusia zarista tiene grandes nombres en la historia de la cultura y de las ciencias, muchos de ellos referentes históricos en sus respectivas disciplinas y que van muchísimo más allá de los nombres más conocidos como los de Fyodor Dostoievsky o Dmitri Mendeleiev, Y sin embargo, aún en 1917 el analfabetismo superaba el 62% para los hombres y el 87,5% de las mujeres. Son los bolcheviques los que, tras tomar el poder, deciden acabar con la lacra del analfabetismo y acercar la cultura a millones de trabajadores y campesinos. En 1919 comienza la likbez, la “eliminación de la alfabetización” para personas entre 8 y 50 años. En menos de 10 años, se elaboran alfabetos nuevos para más de 50 idiomas hablados en el país que utilizaban alfabetos complejos o ni siquiera tenían alfabeto, para que todos los ciudadanos soviéticos pudieran aprender a leer en su lengua natal y posteriormente en ruso. Se reforma por completo el sistema educativo y se garantizan por primera vez condiciones de vida dignas para el profesorado.

Los resultados no tardan en llegar. En los años 20, comienzan a surgir los primeros científicos soviéticos (Oparin, Semiónov, Landau, Túpolev, Vavilov, Losev…), que complementan a todos aquellos que ya existían durante los últimos años del zarismo y que recibieron de parte del gobierno soviético un enorme impulso a sus investigaciones. A partir de los años 30, despuntan las nuevas generaciones de científicos educados en el sistema soviético y la URSS comienza a brillar en varias disciplinas, destacando especialmente en las ciencias agrícolas, la geología, las matemáticas, la química y la física.

La Unión Soviética no dejaría de producir y difundir conocimiento durante la II Guerra Mundial, con enormes esfuerzos logísticos para mantener varias investigaciones, trasladando personal y equipos a lugares alejados de la guerra. A pesar de una reticencia que duraba décadas, después de la Victoria ni siquiera las potencias occidentales pudieron renegar de las aportaciones que venían desde la URSS: decenas de científicos soviéticos fueron nombrados miembros honorarios de las Academias de Ciencias no sólo de otros países socialistas, sino de las de países capitalistas como Reino Unido, Francia, Alemania Federal, Bélgica o incluso los propios Estados Unidos.

Desde finales de los 40, la URSS también avanzaría en dos de las ramas más innovadoras: la física nuclear y la astrofísica. Sobre la primera de ellas, no sólo recuperaron en poco tiempo la distancia que mantenía Estados Unidos, sino que la Unión Soviética sería el primer país del mundo en dotar a la energía nuclear de un uso no militar: en 1954, se crearía la primera central nuclear, cerca de Moscú. Dos años después, científicos soviéticos crearían el tokamak, un dispositivo necesario para realizar la fusión nuclear: un proceso capaz de generar una enorme cantidad de energía sin residuos radiactivos y usando un combustible prácticamente inagotable.

Sobre la segunda, las aportaciones siguen siendo imprescindibles para conocer el universo: principios matemáticos, cómo nacen y se desarrollan cuerpos celestes, métodos de detección de radiaciones, telescopios, satélites, estaciones espaciales… tanto a nivel teórico como práctico se constituyeron en la vanguardia de este campo científico. Los programas Sputnik y Vostok —como posteriormente el programa Soyuz—, y con ellos el viaje de Gagarin, no fueron más que la imagen visible de todos los avances que se seguían dando en la Unión Soviética.

Pero estos resultados no sólo se explican desde la inversión económica del estado soviético. También se explican desde la enseñanza del marxismo-leninismo en las escuelas. El hecho de que los alumnos fueran educados en el materialismo dialéctico, de que se aplicase la filosofía como lo que es —un método para guiar el conocimiento—, también fue clave. Como declararía Viktor Ambartsumyan, uno de los principales astrofísicos soviéticos: “Cada paso adelante en la ciencia y la tecnología, cada nuevo descubrimiento científico, atestigua irrefutablemente la certeza y utilidad del materialismo dialéctico y confirma la exactitud de la enseñanza marxista-leninista sobre la capacidad de conocer el mundo.” Se dotó a millones de personas, en definitiva, de herramientas para hacer Ciencia, con mayúscula.

Todo esto nos obliga a considerar que, 60 años después, sigue siendo necesario celebrar la hazaña de Gagarin. Porque no fue sólo Gagarin. Como tampoco fue sólo Valentina Tereshkova después. Ni fue sólo Sergei Korolev como diseñador jefe del programa espacial soviético. Ni los miles de ingenieros del programa o los obreros que construyeron la plataforma de despegue. Porque en vez de Yuri Gagarin, podría haber sido Guerman Titov, Andrian Nikolayev, Pavel Popovich o cualquiera de los 154 aviadores seleccionados. Porque, en realidad, fue todo un país en el que se garantizó el acceso libre a los mayores avances conocidos por la humanidad.

José Reguera

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