Una vez más, y ya he perdido la cuenta, estamos a vueltas con la organización de las “mujeres”. Que si somos un ente homogéneo por la simple razón de ser mujeres. Que si somos una clase sexual. Que si el “hombre” nos explota porque tiene unos privilegios superiores que nosotras.
Y todo esto estaría muy bien si el análisis fuese acertado. Porque las mujeres ni somos un grupo homogéneo, ni somos una clase social en sí, ni nos explotan los hombres por el simple hecho de serlo. Que no, que nada tenemos que ver las mujeres trabajadoras con las mujeres burguesas: más en común tenemos con nuestros compañeros, aquellos que son explotados día tras día, con unas condiciones de miseria, que con aquellas que se organizan en los círculos empresariales para buscar nuevas formas de explotarnos.
Claro que las mujeres tenemos que organizarnos, pero acorde a nuestros intereses de clase. Las trabajadoras, las mujeres de la clase obrera, tenemos muchas razones para unirnos y organizarnos en nuestros propios grupos, al igual que en los sindicatos de clase.
Y las trabajadoras tenemos el deber de organizarnos para luchar por lo que nos corresponde. Porque si no nos estructuramos en torno a un proyecto clasista, nuestras reivindicaciones, por legítimas que sean, no van a encontrar ningún espacio.
Pero ¿por qué luchamos las trabajadoras? Luchamos para tener unas condiciones dignas de trabajo, sin precariedad, sin salarios de miseria, sin empleo parcial, con posibilidades reales de conciliación. Luchamos para que los depredadores capitalistas no nos esclavicen, junto al conjunto de la clase obrera, para seguir sacando el máximo beneficio posible a costa de nuestro sudor y esfuerzo. Luchamos para participar en la organización de la producción de nuestras fábricas, de nuestros centros de trabajo. Luchamos para garantizar una vida digna que merezca la pena ser vivida. Luchamos para que la prostitución deje de existir. Luchamos para que los cuerpos de las mujeres no sean mercancías de las que lucrarse. Luchamos para que las mujeres de la clase obrera podamos decidir sobre nuestra propia vida.
Y para esto es fundamental, como ya he dicho más arriba, organizarnos. Y no nos sirve cualquier tipo de asociación, colectivo o grupo. No nos sirve organizarnos con cualquier mujer por el simple hecho de ser mujer. No y mil veces no. Nosotras nos organizamos con las mujeres de nuestra clase, con aquellas que no tienen nada que perder salvo sus cadenas.
¿Qué hubiera sido de la participación de las mujeres en la Comuna de París, hace 150 años, si no se hubieran organizado en torno a la Unión de Mujeres para la Defensa de París y los cuidados de los heridos? ¿Y de las mujeres rusas que participaron en la Revolución de Octubre de 1917? ¿Y de las mujeres antifascistas en la lucha contra el nazi-fascismo?
Y algo tienen todas en común: eran conscientes de que pertenecían a una clase, la obrera, la clase explotada, la clase oprimida, aquella que todo lo produce pero que en el sistema capitalista no puede decidir absolutamente nada, más que dónde va a ser explotada para conseguir un salario escaso para poder sacar adelante a su familia.
Entonces, ¿cómo es posible que todavía estemos discutiendo sobre la organización de las mujeres en abstracto y no sobre cómo organizarnos como trabajadoras? Sabemos que nuestra lucha es inseparable de la lucha general por la emancipación de la clase obrera. Pero también tenemos claro que las proletarias tenemos unas problemáticas específicas por ser mujeres, no lo negamos. Y por eso es todavía más necesario insistir en nuestra propia organización como trabajadoras.
Porque si tenemos unas dificultades determinadas por ser mujeres, se agravan por ser de una clase social en concreto… Sufrimos la violencia machista por ser mujeres, pero somos las trabajadoras las que no tenemos los recursos suficientes para poder hacerle frente; sufrimos una brecha salarial enorme por ser mujeres, pero entre las que nos explotan no existe este problema porque cobran lo mismo que sus compañeros.
¿Qué más razones hacen falta para dar un golpe sobre la mesa, cogernos de la mano y caminar juntas, unidas hacia nuestra propia organización de trabajadoras?
La herramienta más poderosa que tenemos las trabajadoras es la organización. Sí, organizarnos en nuestros centros de trabajo a través de los sindicatos, organizarnos en nuestros centros de estudio en un movimiento estudiantil fuerte, organizarnos en nuestros barrios, allí donde vivimos y sufrimos las contradicciones del sistema capitalista, en nuestras propias asociaciones y agrupaciones, allí donde las trabajadoras luchamos por lo que nos pertenece.
Es un deber urgente de las mujeres de la clase obrera la construcción de un movimiento clasista, reconocido por todos los trabajadores y trabajadoras, es nuestro deber adherirnos a las filas de aquella organización que lucha por nuestra emancipación, el Partido Comunista.
La sociedad que soñamos, por la que luchamos todos los días sin descanso, no puede crearse ni mantenerse sin la participación consciente, activa, enérgica y comprometida de las mujeres trabajadoras. Hagámoslo realidad.
Cristina González