Isabel Díaz Ayuso ha querido colocar el debate político de estos dos meses en unas claves fuertemente ideológicas al plantear, como arranque de su campaña electoral, el falso dilema entre comunismo o libertad.
La todavía presidenta madrileña se suma, una vez más, al coro de los que llevan años, últimamente con mucha virulencia, difundiendo difamaciones y calumnias sobre el movimiento comunista y sobre la construcción del socialismo-comunismo durante el siglo XX.
La paradoja de su formulación es que ella y quienes critican al actual Gobierno tildándolo de “social-comunista”, consideran que “comunista” es cualquiera que pretenda establecer unos límites – la mayoría de las veces mínimos e inútiles – a la voracidad capitalista y a la búsqueda de nuevos espacios de generación de beneficio por las empresas.
No extraña, por tanto, que cualquier personajillo de poca monta, que no sabemos cómo ha logrado dar el salto de gestionar la cuenta de una red social del perro de su exjefa a gestionar los intereses generales de la burguesía madrileña, confunda la socialdemocracia con el comunismo y utilice los mismos argumentos torticeros que en su día utilizaron la Iglesia, los terratenientes, los burgueses y su fuerza de choque – los fascistas – para legitimar su golpe de Estado contra la República.
Ciertos sectores utilizan la palabra “comunista” como un insulto. Es, quizás, la amarga vuelta de tuerca en un país donde se ha abusado mucho del término “fascista”, hasta el punto de que se llama “fascista” a cualquiera. No es, por tanto, de extrañar que ahora se tilde a cualquiera de “comunista”, sobre todo cuando las tendencias reaccionarias, en la economía y en la política, van a más, fomentadas por la cada vez más visible contradicción entre la realidad del capitalismo y el relato que los capitalistas difunden.
Las sucesivas crisis de los últimos años dejan muy claro que no hay futuro bajo el sistema capitalista. No lo hay para la mayoría trabajadora, pero la realidad es que tampoco lo hay para buena parte de la burguesía que, con cada crisis, desaparece ahogada bajo las contradicciones del sistema que les da la vida. Sí, la imagen de Saturno devorando a sus hijos ilustra bastante bien lo que supone el capitalismo para los capitalistas.
En su ansia por sobrevivir, los hijos del sistema necesitan contar con cada vez más espacios para generar beneficios, incluyendo – cómo no – un empeoramiento de las condiciones laborales y salariales para extraer más beneficio de los trabajadores y trabajadoras. Y lo hacen, como ha hecho siempre la burguesía, al grito de “libertad”.
Pero la libertad que gritaba la burguesía cuando era una clase revolucionaria era una cosa y la libertad que gritan hoy ellos y sus representantes políticos, es otra bien distinta. Entonces su libertad significaba acabar con todo un sistema que era incapaz de satisfacer las necesidades del pueblo. La libertad que enarbolaban prometía una vida mejor también a los sectores del pueblo que no eran propietarios. En cambio, hoy su libertad significa la defensa numantina de un modelo económico y social, el suyo, que tampoco puede satisfacer las necesidades del pueblo.
Para que ellos ejerzan la libertad que quieren es necesario que la mayoría trabajadora padezca una mayor explotación y que sus condiciones generales de vida empeoren. Al gritar “comunismo o libertad”, Díaz Ayuso y todos sus corifeos se colocan en el mismo lugar de la Historia que toda la nobleza de Versalles que defendía sus libertades y sus privilegios frente al pueblo.
Cabe señalar que, ante los despropósitos de Díaz Ayuso, han surgido voces que, incluso reclamándose comunistas, se defienden mal, demostrando que siguen atrapadas en la dicotomía ideológica que interesa al capitalismo. Responden a la presidenta madrileña con un “comunismo y libertad”, demostrando con ello que no han entendido que el comunismo supone la más alta cota de libertad para la clase obrera y que, en una sociedad dividida en clases, la libertad para unas clases significa la ausencia de libertad para otras.
Al asumir y actuar con las categorías de “comunismo” y “libertad” que utiliza la clase dominante, las fuerzas que se reclaman del campo obrero y popular tienen ya perdida la batalla. No pueden luchar en su mismo terreno con quien tiene todo el aparato estatal e ideológico a su servicio. Se convierten así en herramientas inútiles o, peor aún, en herramientas funcionales a los intereses de la clase dominante, sirviendo de barniz a un sistema carcomido por la podredumbre.
Comunismo es libertad con todas las de la ley. Por mucha propaganda que nos echen en cara cuando lo decimos, por mucha gusanera cubana que se oponga, por mucho guarimbero venezolano que se ría y por mucho que la campaña anticomunista fomentada por la UE siga empeñándose en esa estupidez histórica de que el comunismo y el fascismo son lo mismo.
El comunismo es la libertad de quienes hoy no tienen libertad, incluso de aquellos que hoy creen que son libres mientras no tienen otra opción que vender su fuerza de trabajo para comer y vivir. Incluso de aquellos que piensan que su libertad depende de la libertad de su patrón.
La libertad de la mayoría social es el comunismo. El capitalismo es su condena.