Gobierno y medios se han encargado de hacer que a raíz del tema Covid a los jóvenes se nos coja miedo. Y lo han hecho con todas las palabras y matices. Se nos culpa, se nos criminaliza. No se trata de que todos digan al unísono “los jóvenes son los culpables”.
Basta con una grabación, con una noticia donde se vea a unos jóvenes haciendo una fiesta. Luego los tertulianos se ponen a discutir y repiten “jóvenes, jóvenes, jóvenes”, que si son unos pocos, que si tenemos la culpa… eso no es lo importante. Lo importante es que se hable de esa grabación, que se haga referencia a esa imagen, a esa noticia. Que parezca que esa es la realidad. Que en todo momento encaje. Y que al hablar sobre eso, se piense en nosotros. En los jóvenes.
Y mientras tanto, el transporte público sigue abarrotado, ya sean buses o metros. Desde los más grandes centros de trabajo hasta los más pequeños la excepción es cumplir las normas sanitarias… las ya de por sí flojas normas sanitarias que el sistema guarda para su clase.
Pero son listos, saben que hablando sobre nosotros se sigue hablando sobre nosotros. Parece obvio, pero es estratégico. Eso es bueno para ellos, porque en todo momento debe estar presente esa realidad. Esa imagen. Debe encajar, debe estar presente en todo momento. Así se fabrica una buena cabeza de turco. Nosotros.
No es que nos odien. Es marketing. El peor tipo de marketing, el marketing político. En el que medios y gobiernos, con matices casi insignificantes, discuten mucho acordando lo mismo: “hay que buscar el culpable aparente más creíble, porque este sistema no se sostiene, pero este sistema es el que nos sostiene”.
Esto no quiere decir que no existan jóvenes que, efectivamente, ponen en riesgo nuestra salud anteponiéndola a sus propios deseos e impulsos. Y tal muestra de egoísmo e individualismo no debería ser concebida en nuestra sociedad. Debemos denunciarlo.
Pero no nos equivoquemos, la realidad es que tales comportamientos tienen una raíz profunda que excede a todos aquellos individuos y a su condición de jóvenes. El individualismo es el pilar fundamental de la sociedad capitalista. Esa concepción de libertad como ejercicio egoísta de todo aquello que se quiera, sin tener en cuenta las consecuencias para el resto, conforma la sangre que bombea en el corazón de la clase dominante.
Ningún acto individual puede ser comprendido si no es en relación a esta realidad, que es la que mueve los centros de trabajo, los de estudio, los centros sanitarios y, en general, el mundo.
No es una cuestión de naturaleza humana, sino de la naturaleza de la sociedad dividida en clases. Que se nos criminalice a los jóvenes es una artimaña del marketing político para asegurar la posición inmediata de tal gobierno o de tal editorial, pero en realidad es -o debería ser- un tiro en el pie. El comportamiento que señalan en aquellos jóvenes constituye el corazón de la sociedad capitalista, por la que ostentan la posición en la que están y por lo que nos hacinan para producir, aunque para vivir estemos confinados.
En su contra, el pueblo trabajador en su conjunto sufre las consecuencias de esta lógica del máximo beneficio. Una lógica que ningún gobierno ha puesto en duda y que nos sentencia como pueblo. Cada vez más aplastado por la fuerza de las ideas materializadas en privatización, explotación y falta general de recursos. Cada vez tiene más fuerza la contradicción entre su realidad y la nuestra.
Digo que debería ser un tiro en el pie porque ningún político ni tertuliano a sueldo va a señalarlo. Denunciarlo ante el conjunto de nuestro pueblo depende de nosotros, de que tengamos capacidad de respuesta general. De que nuestra voz retumbe con eco en todos los ámbitos de nuestra vida como pueblo trabajador. Depende de nosotros.
La pandemia no durará para siempre. Aunque suena atractivo para ellos hacernos pensar que la falta de futuro se deba al virus, lo cierto es que están germinando tiempos de guerra. No una guerra de generación contra generación, sino una guerra en la que la juventud obrera jugará un papel fundamental junto al resto de la clase trabajadora. La historia no es algo evitable, aunque quisieran.
Porque aunque guerra suena a disparos y bombas, lo fundamental de la guerra es la violencia. No tener casa, no tener trabajo, la represión laboral o no poder estudiar es violencia también, violencia de una clase sobre otra. Cuanto antes nos preparemos, más fuerte y alta será nuestra respuesta.