Las imágenes son de un costumbrismo entrañable y aterrador. Es viernes, 3 de julio, una maravillosa mañana de verano en Benidorm, un Benidorm, dicen, solitario y desacostumbrado. Pero los reyes de España, Felipe de Borbón y Letizia Ortiz, han salido a pasear por el paseo de la playa de Levante. Pantalón vaquero blanco él, con camisa rosa palo arremangada y cinturón y zapatos negros a juego. Fresco vestido de flores blanco y rojo ella, con informal peinado de cola de caballo. Los pocos habitantes de la playa se acercan en bañador a echarles una foto con el móvil; al otro lado, una multitud de periodistas hace lo propio, echarles la foto a los reyes y a los más circunspectos que entusiasmados bañistas que observan detrás. Algunos, que se dan cuenta de que están siendo fotografiados, sonríen a cámara. Mientras tanto, los reyes saludan al infinito, perfectamente sincronizados. Luego el rey tomará helado de turrón sin azúcar y la reina activará y desactivará su sonrisa impertérrita, lo sabremos todo por los magacines, la prensa escrita y los telediarios. La imagen se repetirá durante todo el verano.
Cualquiera diría que una pandemia que obliga a decretar un estado de alarma con confinamiento de todo el país no son las mejores circunstancias para lidiar con una crisis en la jefatura del Estado de magnitudes no vistas en décadas. Sin embargo, quizás la pandemia y el caos generado no le pudo llegar en mejor momento a Felipe VI. El primer día del estado de alarma se despacha con un comunicado nocturno en el que renuncia a la herencia de su padre (imposible legalmente) y por el que retira la asignación que el rey emérito recibe. Publicaciones en la prensa extranjera informan de que Felipe VI figura como beneficiario en al menos dos fundaciones creadas por su padre e investigadas en Suiza bajo sospecha de blanqueo de capitales. Ese primer comunicado de la Casa Real, del 15 de marzo, día 1 del estado de alarma, dará inicio a una campaña de propaganda de largo aliento. Los próximos meses, mientras las morgues y los hospitales de campaña crecen por doquier, mientras los ancianos mueren por miles en la residencias, las informaciones sobre los negocios ocultos de Juan Carlos I salen a la luz.
El 3 de agosto, “con profundo sentimiento, pero con gran serenidad”, el rey emérito abandona el territorio español, o así lo anuncia en un comunicado la Casa Real. Lo cierto será que Juan Carlos de Borbón ya estaba fuera de España cuando el comunicado se hace público. En dicho comunicado, Felipe VI transmite “su respeto y agradecimiento por la decisión” de su padre. Pasarán dos semanas hasta conocerse el paradero del rey emérito, que descansa en los Emiratos Árabes Unidos.
Que la crisis de la corona como institución es histórica, es una evidencia que todo el mundo percibe. Ahora bien, la crisis de la corona en la jefatura del Estado es menos grave, por extraño que pueda parecer. No serán los helados de turrón sin azúcar y la ropa de tonos pastel, los niños que espontáneamente se saltan el cordón y saludan a los reyes con una banderita de España en la mano, ni los paseos por todas las plazas y playas del país lo que apuntale a Felipe VI como Jefe del Estado. La campaña mediática, anacrónica y burda, no la toma nadie muy en serio. Lo que apuntala, de momento, a los Borbones en la Jefatura del Estado es el Estado en sí mismo. No sólo la defensa activa de los partidos monárquicos (de VOX al PSOE), sino la ineficacia e hipocresía de los supuestos partidos republicanos (Unidas Podemos y nacionalistas periféricos). La farsa sobre este tema entre unos y otros es manifiesta, y se expresa con claridad en los imaginativos desencuentros que escenifica la propia coalición de Gobierno. La verdadera y más astuta estrategia de propaganda en defensa de la monarquía es ésta, superficial y falaz por lo que tiene de falso dilema. El debate entre monarquía y república se plantea en términos de mera catarsis democrático-burguesa, no cambia nada la naturaleza del sistema, sólo la denominación del mismo. Y de esta manera, como cabe esperar, es el bando formalmente monárquico quien lleva todas las de ganar, para mayor gravedad de la complicidad con la mentira de los otros.
En el paseo por Benidorm (o por cualquier otro sitio) de los reyes, no son los bañistas los que llaman la atención por ir en bikini o sin camiseta, sino los reyes, que siguen sin darse cuenta de que son ellos lo que están desnudos. El sentido del conocido cuento de Andersen adquiere fuerza si el niño que desvela la verdad no sólo la manifiesta señalando al rey, sino a los cortesanos que se ocupan de hacer creer que el traje que no existe es real. Ese es el papel que los trabajadores debemos cumplir.