Si hace seis meses alguien nos hubiera preguntado “¿qué es el SARS-CoV-2?” casi todos y todas habríamos fallado en la respuesta… “¿Qué? ¿qué es eso? ¿de qué me hablas?”
Cómo son las cosas, que desde diciembre de 2019 hasta ahora hay un nuevo virus que recorre el mundo. La aparición a finales de 2019 en Wuhan de este virus, que genera la enfermedad Covid-19, ha desatado a nivel mundial una crisis sanitaria muy grave, que ha puesto al descubierto una tremenda crisis económica.
Esta crisis sanitaria ha evidenciado internacionalmente que el sistema capitalista tiene una gran cuenta pendiente con los sistemas sanitarios y con la salud de la población, especialmente de la salud de los y las trabajadoras y los sectores con mayores dificultades económicas y laborales.
Porque una cosa debemos tener clara en esta epidemia mundial: este virus no afecta por igual a todas las clases sociales. Las diferencias en cuanto a sector y condiciones laborales, en cuanto a situación en la vivienda, y en cuanto a la cobertura sanitaria disponible (o accesible) han sido determinantes a la hora de prevenir el contagio y tratar la enfermedad. Igualmente, las decisiones de los distintos gobiernos capitalistas respecto al empleo han sido insuficientes para abordar la magnitud de la crisis, y han estado claramente de uno de los lados, el de los capitalistas.
No es casualidad la coincidencia de datos a nivel internacional en cuanto a la desmesurada cantidad de profesionales sanitarios contagiados por el virus, por falta de medidas de protección y exposición directa al contagio. No es casualidad tampoco que cuando el virus se está controlando, y la “curva” está empezando a dominarse, los principales “rebrotes” (fiestas de monarcas y nobles aparte) se den en entornos laborales precarizados en los que apenas se pueden mantener las distancias de seguridad.
Es interesante destacar recientes casos: el reconfinamiento en el distrito de Gütersloh de Alemania, tras el contagio de 1.500 trabajadores, principalmente extranjeros, en el matadero de una empresa cárnica; el mercado de Xinfadi de Pekín, que está protagonizando un nuevo brote del virus, especialmente entre trabajadores del mercado y de centros de trabajo próximos al mismo; o Singapur, que tras un débil confinamiento y un estricto control social, están sufriendo fuertemente una segunda oleada originada entre la población emigrante que vive hacinada en barracones en los que es imposible el distanciamiento social.
Además, en estos meses también hemos visto cómo se han hecho universales muchas reivindicaciones anteriores y contemporáneas a esta crisis sanitaria y económica. Las exigencias relacionadas con una sanidad pública, universal y de calidad tan urgentes como habituales en todos los continentes han aumentado en estos meses su dosis de realidad entre la clase obrera. Se han evidenciado claramente las consecuencias de una sanidad con pocos recursos materiales, pocos sanitarios, con malas condiciones laborales para los profesionales que hacen que esta sanidad funcione, con pocas instalaciones, etc. y hacen un combo perfecto si además se le añade la estrategia de promoción de la sanidad privada y la especulación con los seguros sanitarios que está presente en muchos países.
También han sido comunes internacionalmente las reivindicaciones de protección a las personas, de forma gratuita y contra la especulación con el material sanitario, así como las luchas por los derechos laborales y sindicales en esta nueva crisis, para impedir que las consecuencias de ésta sean pagadas, de nuevo, por los trabajadores y trabajadoras.
Nuestra salud, y la de todos los trabajadores y trabajadoras de todos los países, exige el fin de la explotación capitalista. Con ese virus también debemos de acabar y cuanto antes, mejor.