Tradicionalmente se cree que la proclamación de Emancipación de 1 de enero de 1863 consiguió liberar a la población afroamericana. Se piensa que Abraham Lincoln era un profundo liberal luchador por la libertad de la población negra. Que en la Guerra Civil que asoló el país entre 1861 y 1865 ganó el norte industrializado y que su principal consecuencia fue la unidad del país y el fin de la servidumbre de los afrodescendientes. Una visión que los historiadores desmontan día a día y que es ajena a la realidad.
El 9 de abril de 1865 el general confederado Robert E Lee rindió su ejército frente al general unionista Grant. Rindió su ejército pero no sus ideas. Se abrió un proceso histórico conocido como Reconstrucción, una década en las que el gobierno norteamericano fortaleció la unidad nacional mirando al sur. Una unidad donde el racismo y la segregación estuvieron igual de presentes que con anterioridad. Del sistema esclavista quedaban coletazos pero la realidad es que en el sur se construyó una segregación racial que fue marca blanca, nunca mejor dicho, de los EEUU durante más de un siglo.
En el siglo XIX los “códigos negros” existían junto al esclavismo. La Emancipación de 1963 y enmiendas posteriores acababan con la esclavitud pero no con el racismo. En los estados del sur se crearon las llamadas leyes “Jim Crow”, todo un cuerpo legislativo que potenciaba una cultura racista que se extiende como una mancha de aceite hasta hoy. Se basaban en la afirmación “separados pero iguales”. Todos los tipos de desigualdad legal posible se multiplicaban en las escuelas, transportes, lugares públicos del sur, afectaban a derechos y trabajos y se creaban con la permisividad y beneplácito del norte. Es decir, que por la vía de los hechos la reconstrucción nacional tras la guerra la marcó el sur.
EEUU a finales del siglo XIX era ya una potencia imperialista. Esa cultura de segregación fue un arma fundamental de la burguesía para debilitar a la clase obrera norteamericana. La lucha interracial entre la clase obrera existía y la burguesía usó el racismo para fomentar esa división. Fue un argumento más para dividir y vencer.
Mientras los EEUU abrían el siglo y se convertían en potencia internacional tras el Tratado de Versalles, los afrodescendientes seguían luchando contra el KKK, los linchamientos masivos, ataques, asesinatos, falta de derechos y toda una segregación racial que marcaba el devenir del país. Esta segregación no era una anécdota sino la norma. Numerosos historiadores defienden que pese a que en el sur era más acusada, en el norte también se expresaba. Estas prácticas son una de las raíces que ayudan a entender por qué la población negra sigue siendo la que menos recursos tiene en el país. Décadas de desigualdad no se borran con un presidente con antepasados africanos. Hace falta mucho más. Esta es la otra historia de los EEUU que pocos cuentan.
Para luchar contra esta ideología surgieron numerosas organizaciones y movimientos, gracias en gran parte al trabajo de los olvidados en esta otra historia, el Partido Comunista de los EEUU. El CPUSA jugó un papel determinante en la sindicación y lucha de los afrodescendientes durante décadas cruciales, los años 30 y 40, el germen de lo que luego sería el movimiento por los derechos civiles y políticos en los años 60 y 70. Cuando el 1 de diciembre de 1955 Rosa Parks se carga de valor y no le cede el asiento a un blanco, su gesto revolucionario es el resultado del acumulado de luchas anteriores.
En 1980 el presidente Jimmy Carter lidera el boicot contra la URSS en los JJOO de Moscú. Dice defender la democracia y los Derechos Humanos en Afganistán. Ese mismo año en su país se aplicó la llamada “one drop rule” (regla de una gota), una ley que establecía que tan sólo una gota de sangre negra, es decir un antepasado lejano de color, establecía que eras negro. Así descubrió Sussie Phipps al pedir su partida de nacimiento que para el estado ella era negra.
Las leyes por los derechos civiles de los 60 establecieron la igualdad formal y puede que la aplicación de la “one drop rule” fuera anecdótica, pero no lo son las desigualdades crecientes en los barrios obreros o los asesinatos racistas de la policía. Todo ello demuestra que las leyes “Jim Crow” fueron algo mucho más profundo que una simple legislación racista.