Hola Nacho, eres médico en una Residencia de mayores. ¿Cómo está siendo la experiencia de estos días?
Hay momentos en la historia en los que años de emociones se condensan y precipitan en unos pocos instantes; el tiempo acelera y se distorsiona, y los días pasan a ser la noche más larga.
El primer día de abril comencé a trabajar, junto a mi amigo Carlos, en una residencia de mayores, totalmente desbordada por la crisis sanitaria. Años de precarización, recortes y falta de personal han conducido, como es evidente, a la incapacidad para hacer frente al virus, y ahora la desesperación se apodera de la administración. La tragedia se repite a lo largo y ancho de la Comunidad de Madrid, pues la gran mayoría –casi el 95%– de sus residencias son de gestión privada y se rigen por la lógica capitalista de extraer, para el empresario, el máximo beneficio del trabajo ajeno.
¿Cuál es la carga de trabajo y las condiciones en esta situación?
En el trabajo las horas pasan mientras caminamos apresuradamente entre las numerosas habitaciones, piso por piso, paciente por paciente. Nos protegemos del virus con mascarillas no reutilizables que, sin embargo, reutilizamos debido a la escasez, con bolsas de basura que transformamos en improvisados trajes, con gorros, guantes y calzas que no resisten y se rompen con el ajetreo.
La ausencia de test diagnósticos del covid-19 es un tema muy serio. ¿Cómo podemos saber que la fiebre de un anciano se debe al coronavirus y no a otro proceso? No contamos tampoco con herramientas básicas para el diagnóstico –como analíticas de sangre o radiografías– ni para el tratamiento, como ciertos fármacos o equipos de soporte ventilatorio. Tampoco podemos derivar a los pacientes graves a los hospitales, pues la misma dinámica de saturación y escasez se ha adueñado de los mismos. No podemos garantizar, en algunos casos y a pesar de nuestros esfuerzos, ni siquiera una muerte digna. Ni siquiera podemos contar con el apoyo inmediato de las compañías de seguros, y en ocasiones los cadáveres permanecen varios días en las habitaciones.
No existen los turnos de trabajo porque no hay nadie que nos sustituya cuando decidimos volver a casa, y al llegar a ésta cae siempre la misma duda a martillazos sobre la cabeza: ¿morirá alguien mientras estoy fuera? Me siento culpable y lo que es peor, me siento insuficiente. La impotencia no me deja descansar, no duermo bien. Una compañera lleva semanas trabajando enferma con fiebre, tos y náuseas. Continúa trabajando porque no hay otra opción, es su vida o la de sus ancianos, y ella ha optado por las segundas. La admiro. El despertador golpea nuevamente de madrugada. Resistiré.
Es vuestra primera experiencia como profesionales entonces…
Esta es la realidad sobre la que vivo mi primera experiencia como médico, sí, puesto que soy recién graduado y carezco de experiencia previa. Mi compañero Carlos ni siquiera ha terminado aún la carrera. Ambos tratamos de ayudar hasta la extenuación, hasta gastar nuestra última gota de sudor.
¿Podéis decir que os está cambiando?
En estas semanas Carlos ha pasado a ser una parte indispensable de mi vida. Junto a él, «camarada» se ha convertido, como escribía Julio Cortázar, en una palabra lenta, feliz y necesaria. Ambos decidimos comenzar a vivir juntos para minimizar así el riesgo de contagio hacia nuestras familias, y ahora compartimos la carga de trabajo, las tareas domésticas y el escaso ocio que nos queda. En el trabajo ocurre algo similar: cocineros, limpiadores, enfermeros, auxiliares, médicos y administrativos, un tejido social organizado con una misma realidad y unos mismos intereses.
En definitiva, los compañeros del trabajo, los vecinos del barrio, la familia, los camaradas del Partido… el pueblo y nadie más es quien nos salva, puesto que el Gobierno, al mismo tiempo que aplaude nuestro trabajo y nos llama «héroes», nos niega también las condiciones laborales, las medidas de protección y la atención psicológica que necesitamos. El Gobierno, socialdemócrata o liberal, sigue teniendo un determinado carácter de clase, y bajo el capitalismo la vida de las personas sigue estando supeditada al interés de unos pocos.
¿Qué se comenta en el centro de trabajo sobre la realidad de las residencias que ha puesto de manifiesto el coronavirus?
Se hace más que urgente la necesidad de un cambio en la gestión de las residencias de mayores, pues estas no deben salvaguardar los intereses de la patronal, sino que deben cubrir las necesidades del pueblo. En mi trabajo, la posibilidad de nacionalizar las residencias de ancianos es un tema candente de conversación en los minúsculos descansos que podemos permitirnos, y a este respecto es fundamental entender que la intervención estatal de ciertos sectores responde únicamente a la necesidad temporal de protegerlos durante la tempestad, para luego devolverlos, a escondidas, a sus amos originales. El objetivo necesario es, por lo tanto, la socialización bajo control obrero de las residencias. Y para conseguir esto, la organización es el único camino válido, pero no una organización interclasista, como nos plantean insistentemente al reintroducir viejas ideas como los Pactos de la Moncloa. Nuestros intereses nada tienen que ver con los de Amancio Ortega, Ana Botín, Juan Roig o Florentino Pérez. Lo necesario es la organización de la clase trabajadora a nivel barrial y sindical. No una organización esporádica, que llame únicamente a la movilización de balcón durante la cuarentena y a la manifestación tras la misma. Lo necesario es la organización en torno al Partido y la Juventud Comunista.
¿Es esa la solución que tú contemplas, sería tu conclusión?
Sin duda. No una lucha reformista por conseguir el «mal menor». La gestión socialdemócrata está condenada a fracasar porque aspira únicamente a gestionar el capitalismo, y los límites del mismo dejan poco margen de maniobra. Lo necesario es la lucha revolucionaria que vaya a la raíz misma del problema.