Parece ser que el brote de coronavirus ha disparado las ventas de “La peste” de Camus en las librerías (físicas y online) de Italia, Francia y España. En nuestro país se publicará también en formato audiolibro a finales de este mes. Y no es para menos, ya que se relatan los sentimientos cotidianos, temores y anhelos de los conciudadanos de Orán cuando una epidemia de peste irrumpe en la ciudad: la inconsciencia inicial de los vecinos, los amantes separados por los muros que confinan la ciudad, el tedio del día a día, la preocupación y dolor ante la repentina pérdida del ser querido al que no es posible despedir, el exceso de muertos sin sitio para enterrar, la solidaridad y entrega de los vecinos en la ayuda al prójimo, las desigualdades entre familias ricas y pobres, la locura sobrevenida por el encierro, la picaresca para burlar las medidas restrictivas impuestas por la prefectura, la especulación de los bienes de primera necesidad, la pereza de mantener los protocolos profilácticos y la consecuente infección…
Sin embargo, lo más impactante para mí llegó cuando terminé la novela (no spoiler con lo que voy a decir) y se instaló en mí la sensación de un paréntesis anodino. Después de todo, vuelta a la normalidad. Jolgorio de los bares abiertos. Lo mismo que ansiamos desde el confinamiento de nuestros hogares. Abrazar bajo cielo abierto a nuestros seres queridos y comer perdices o tomar unas cervezas. Y fin de los sufrimientos. Sin embargo, por desgracia, me atrevo a decir que no será ese nuestro final, porque nuestra particular epidemia no es el Covid-19 sino esa misma irracionalidad del capitalismo más agresivo que pretendía simbolizar Camus en la peste que azotó Orán y que conllevó la ocupación nazi de París.
Un desvarío mayor que el propio coronavirus porque antepone el rendimiento económico a las vidas humanas, permitiendo despedir a empresas que ganan a costa de los trabajadores miles de millones de euros de beneficio al año, especulando con los alimentos y material sanitario, dejando que mientras doce mil ancianos mueren en residencias, la sanidad privada tenga más de dos mil camas UCI y respiradores sin usar…
Irracionalidad llamada capitalismo, que para existir necesita mucha retórica. De la derecha y de la izquierda. Del “no vamos a dejar a nadie atrás” de Sánchez a la realidad del millón y medio de trabajadores afectados por ERTE y despidos, al abuso empresarial aprovechándose de la vulnerabilidad, a las colas de las familias obreras para recoger alimentos por falta de recursos…
Al respecto del arte de la persuasión, dice Tarrou, personaje de “La peste”, “historiador de cosas sin historia”, después del elocuente discurso del padre Paneloux que cae en el artificio del profeta loco: “al principio de las plagas y cuando ya han terminado, siempre hay un poco de retórica. En el momento de la desgracia es cuando se acostumbra uno a la verdad”.
La realidad llama a la puerta. Que se desvanezca la retórica. La peste es el capitalismo.