Acabo de terminar el estudio del Real Decreto-ley 11/2020, de 31 de marzo, por el que se adoptan medidas urgentes complementarias en el ámbito social y económico para hacer frente al COVID-19. Leo las noticias del momento y veo las primeras filtraciones de datos relativos al desempleo del mes de marzo. Los datos serán demoledores. Si uno los analiza fríamente junto a las medidas adoptadas hasta el momento, sólo cabe alcanzar una conclusión política: el Gobierno fracasará, y debemos prepararnos para un nuevo escenario.
No se trata de lo que queramos o no. No se trata de enzarzarnos en debates metafísicos sobre la voluntad real del Gobierno o sobre la bondad o maldad de las fuerzas políticas que lo conforman. Tampoco de quedar atrapados en la tramposa lógica del mal menor, que en estos días surge como autojustificación ante los claros síntomas del fracaso socialdemócrata. Se trata de analizar la realidad para poder transformarla.
Sabido es que, con una amplia riqueza de matices, hay dos formas básicas de gestión del capitalismo contemporáneo: la liberal y la socialdemócrata, que se alternan en el poder sin cuestionar, en ningún caso, su naturaleza de clase. Y, gestionar el capitalismo, no es otra cosa que garantizar la reproducción ampliada del capital y las ganancias capitalistas. Hoy, en el seno del Gobierno, nadie se plantea la superación del capitalismo y su sustitución por otro tipo de formación socioeconómica. En el mejor de los casos, y no lo pongo en duda, algunos ministros aspiran a limar las diferencias sociales, a adoptar algunas medidas en favor, como ellos dicen, de los de abajo. En eso, precisamente, centran todos sus esfuerzos comunicativos, eso que ahora se denomina la disputa por el relato. Pero no sólo de relatos vive el hombre, y la cosa se está poniendo muy fea.
En las bases de Unidas Podemos y del PSOE reina el desconcierto. Esto no era lo que tenían previsto. Y, por muy partidista que se sea, en el sentido peyorativo del término, los errores y la improvisación del Gobierno están a la vista de todo el mundo, también de los militantes. Entiendo perfectamente la subjetividad de esa militancia, tan necesitada como el resto de creer que hay una salida a los inmensos sufrimientos que el pueblo está afrontando. Entiendo que se enfaden ante las críticas que los comunistas hacemos al Gobierno, y ante nuestros llamamientos a la clase obrera a desconfiar de la socialdemocracia y su Gobierno. Pero las cosas van a caer muy rápido por su propio peso, y de hecho ya lo están haciendo. Esos sectores militantes, compuestos por miles de honrados luchadores, deben contrastar sus deseos con la realidad, contrastar las aspiraciones y promesas de sus dirigentes con los hechos. Sólo así los trabajadores y trabajadoras podrán contar con una base suficiente para hacer frente a lo que sin duda se nos viene encima.
El Gobierno, en los estrechos márgenes capitalistas, podía hacer poco más de lo que ha hecho. Eso sí, podía haberlo hecho mucho mejor y no debería haber tratado de engañar al pueblo. Confiaron y en parte todavía confían en que estamos ante una crisis en V, con una rápida caída y una rápida recuperación. Se equivocaron en el diagnóstico, sobre todo al obviar que la crisis económica no es consecuencia exclusiva de los efectos de la crisis sanitaria, sino del cáncer de la sobreproducción que se venía manifestando desde hacía tiempo en distintos sectores productivos y que, con la crisis del Covid-19 como catalizador, está haciendo que el organismo económico capitalista entre rápidamente en metástasis.
Ese error de análisis les condujo a adoptar medidas temporales, de ahí que facilitasen a las empresas la tramitación de cientos de miles de ERTEs, intensificando los mismos mecanismos que fueron introducidos por las reformas laborales que tanto criticaron en campaña electoral. De ahí que la mayor parte de las medidas consistan en moratorias (hipotecas, alquileres, cuotas empresariales…) y el inyectar liquidez a las empresas a través de nuevas líneas de crédito y de avales estatales. Pero lo cierto es que todo ello se hace a costa de un inmenso endeudamiento público y privado que, con uno u otro interés o incluso a interés cero, supone socializar las pérdidas de la patronal y, a medio plazo, hipotecar la posibilidad de implementar cualquier tipo de política social.
Esos son los límites de la socialdemocracia. Y una vez más les llevarán al fracaso. El PCTE propuso desde un inicio ciertas medidas que el Gobierno, en cierta medida y con los límites propios de una gestión capitalista, trató de poner en marcha. Entre ellas, como se puede leer en la resolución publicada el 18 de marzo, el cierre de todas las empresas de los sectores no estratégicos de la economía, con obligación del pago íntegro de los salarios por aquellas empresas que hubieran dado beneficios en 2019; el refuerzo inmediato de la Inspección de Trabajo y Seguridad Social; la moratoria en el pago de hipotecas y alquileres; la suspensión de las obligaciones fiscales para los trabajadores autónomos, etc. Como digo, parte de esas medidas se pusieron en marcha, aunque muy tarde y haciendo que en la mayor parte de los casos sean los trabajadores quienes paguen la crisis. Ha quedado claro que, para afrontar la crisis sanitaria y económica con garantías, eran imprescindibles el resto de medidas que proponíamos: la intervención y nacionalización de las empresas de los sectores estratégicos y, muy significadamente, de las empresas privadas del ámbito sanitario; todo ello, unido a la inmediata paralización de los despidos y de los ERTEs. Por supuesto, habrá quien nos diga que ¡eso no es posible! Y contestaremos: eso no es posible cuando tan sólo se aspira a gestionar el capitalismo.
Que nadie nos pida que nos callemos las críticas, que nadie nos pida que no llamemos a la movilización y a la lucha. La clase dominante, como siempre a lo largo de la historia, cuenta con alternativas a la gestión socialdemócrata. Más o menos duras, en función de cómo se desarrollen los acontecimientos. Y esas alternativas comienzan ya a gestarse en los verdaderos centros de poder. La historia no es un camino de sentido único, no son lentejas (liberales o socialdemócratas). La lucha de clases no se ha cancelado, y sigue siendo el motor de la historia. Cuanto más tiempo dure la supeditación disciplinada al gobierno capitalista de ciertos sectores militantes del campo popular, más difícil se volverá la situación. Es el momento de la unidad de los trabajadores y trabajadoras, de la unidad de todo el pueblo, para defendernos, para levantar un proyecto alternativo al capitalismo y a los defensores de la explotación, para defender la vida. No se debe seguir pinchando con alfileres lo que hay que derribar a mazazos. Mañana, quizás, sea demasiado tarde.