De la vecina Italia nos llega un mensaje de esperanza: “andrá tutto bene”, todo va a salir bien. Debemos reflexionar al respecto, porque la hora es grave. El pasado sábado el Consejo de Ministros aprobaba el Real Decreto 463/2020, de 14 de marzo, por el que se declara el estado de alarma para la gestión de la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19, en aplicación del artículo cuarto, apartado b) de la Ley Orgánica 4/1981, de 1 de junio, de los estados de alarma, excepción y sitio, que habilita al Gobierno para ejercer las facultades previstas en el artículo 116.2 de la Constitución.
Tras la publicación del Decreto en el Boletín Oficial del Estado, el estado de alarma entró en vigor el 14 de marzo, coincidiendo con la fecha en que hace 137 años fallecía K. Marx. Fue el Genio de Tréveris quien, en el Manifiesto del Partido Comunista, le dijo por vez primera a la burguesía: “vuestras ideas mismas son producto de las relaciones de producción y de propiedad burguesas, como vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase erigida en ley; voluntad cuyo contenido está determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra clase”. Y conviene que nadie lo olvide.
El Gobierno ha ido a salto de mata. Han respondido con lentitud, descoordinación y una nefasta política comunicativa. Sobre estos aspectos parece que hay un amplio consenso, salvo con quienes se empeñan en defender acrítica y militantemente cualquier tipo de despropósito. Pero la cuestión esencial no es esa. No debemos perdernos en debates coyunturales. Lo esencial en este momento es resaltar que las medidas que viene adoptando el Gobierno, y las que adoptará en un futuro, sólo pueden tener un carácter capitalista. Debemos separar el trigo (las medidas reales) de la paja (su justificación político-ideológica), pues volviendo a Marx, “…así como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas hay que distinguir todavía más entre las frases y figuraciones de los partidos y su organismo efectivo y sus intereses efectivos, entre lo que se imaginan ser y lo que realmente son”.
Los clásicos del marxismo señalaron con toda claridad que incluso en las repúblicas burguesas más avanzadas democráticamente, se recoge constitucionalmente el derecho a adoptar medidas excepcionales restringiendo los derechos fundamentales y las libertades públicas. El artículo 116 de la Constitución española incluye ese tipo de medidas: los estados de alarma, excepción y sitio, regulados en la Ley Orgánica 4/1981.
La rápida expansión del Covid-19 ha obligado al Gobierno a declarar el estado de alarma. Pero la pregunta que cabe hacerse es si las medidas extraordinarias adoptadas se hacen en beneficio de toda la población o si, por el contrario, se hacen en beneficio de unos y en perjuicio de otros.
No, el Estado no nos protege a todos. El Estado, en todo momento y lugar, es el instrumento de un poder político determinado, es la violencia organizada de una clase social para la opresión de otra. A su vez, y siguiendo con lo indicado en su día por los padres del marxismo, “el Gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”. Eso es lo que se manifiesta en cada una de las medidas gubernamentales, que van dirigidas, en lo esencial, a preservar la producción capitalista y la apropiación de plusvalía, fuente de toda ganancia capitalista y límite absoluto a las políticas de confinamiento acordadas. Los empresarios mandan y, tras un fin de semana de confinamiento, la clase obrera se ha visto obligada a retornar masivamente a los puestos de trabajo, con el consiguiente peligro de contagio para los trabajadores y trabajadoras y para su entorno social y familiar.
No olvidemos que el ordenamiento jurídico laboral el vigor, a excepción del famoso artículo 52 d) del Estatuto de los Trabajadores, es el de las reformas laborales impuestas a la clase obrera durante la última década, tanto por ejecutivos del PSOE como del PP, y que el actual Gobierno de coalición no ha querido derogar. Por eso, la patronal ha exigido volver al trabajo sin adoptar las necesarias medidas de seguridad e higiene en el trabajo; extinguiendo contratos temporales (fraudulentos en su mayor parte); declarando “vacaciones obligatorias” para las plantillas; imponiendo despidos colectivos a través de EREs o, en muchísimos casos, imponiendo Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTEs) mediante los cuales, alegando la existencia de causas de fuerza mayor, se suspenden los contratos de miles y miles de trabajadores y trabajadoras.
Había otras alternativas, pero chocaban con el carácter de clase del Estado y del Gobierno. El Real Decreto por el que se declara el estado de alarma podía y debería haber adoptado, entre otras muchas, las siguientes medidas:
– El cese de la producción, salvo en los sectores estratégicos cuya actividad resulta imprescindible para garantizar los suministros y el abastecimiento de la población.
– La toma de control de todas las empresas estratégicas, garantizando el derecho a la salud de las plantillas a través de la organización de un transporte adecuado, de la organización de turnos de trabajo, de la provisión de los equipos de protección individual necesarios.
– La toma de control de todos los recursos que durante las últimas décadas han acumulado los mercaderes de la sanidad privada, implantando un único sistema sanitario completamente público, universal y gratuito.
– La adopción de medidas sociales como la suspensión del pago de hipotecas y alquileres; la movilización de las viviendas en manos del Estado; la organización del suministro alimenticio; la prohibición del corte de todo suministro en caso de impago; la creación de una prestación básica para familias sin recursos, etc.
A la espera de las medidas que apruebe mañana el Consejo de Ministros, la situación es de alarma, sí, pero de alarma para la clase obrera, pues es a los trabajadores y trabajadoras de nuestro país a quienes quieren hacer pagar la crisis. De nuevo, es la clase obrera quien asume la vanguardia social exigiendo la paralización de la producción, demostrando ser la clase que se encuentra al frente del pueblo, la única que puede dar una respuesta definitiva a los muchos interrogantes que plantea el futuro.
Porque, junto al carácter timorato y tremendamente cobarde del Gobierno, si algo está quedando en evidencia en estos momentos críticos es el agotamiento y los límites de la formación social capitalista. Ninguna sociedad se plantea las tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias o no estén éstas, cuando menos, en vías de aparición y desarrollo. También es cierto que ninguna formación social a lo largo de la Historia se ha avenido nunca a confesar que está superada. Pero en la vida crece lo nuevo y el pueblo trabajador está comprobando en sus propias carnes algunas cuestiones que serán esenciales en los tiempos que están por venir:
– El papel central que en la vida de todos y todas -en la vida social- tiene la clase obrera. La clase de quienes son aplaudidos desde los balcones, la de quienes todo lo producen y todo lo deben decidir. Es urgente situar como tarea inmediata de las verdaderas fuerzas de progreso, aquellas que trabajan para la superación del capitalismo, la construcción de un país para la clase obrera, una España socialista- comunista.
– La incuestionable superioridad de la centralización estatal para resolver los problemas principales del pueblo. Pero no una centralización al modo burgués, dirigida a aplastar a sus adversarios capitalistas y muy especialmente a la clase obrera. Sino una centralización democrática, basada en el poder de la única clase social que, liberándose, libera al pueblo; la de aquellos sin cuyo trabajo la vida para. Los inmensos beneficios de una República Socialista, regida por los principios del centralismo democrático, está a la vista que quien tenga ojos y quiera utilizarlos.
En los próximos días, tras el análisis de las medidas que mañana apruebe el Consejo de Ministros y con una mayor perspectiva del desarrollo de los acontecimientos, tendremos la oportunidad de analizar más a fondo estas cuestiones. También el desarrollo de la crisis a escala internacional, donde todo confirma la vía muerta en que ha entrado el imperialismo, su completa bancarrota.
Concluyo dando una primera respuesta a la pregunta que da lugar a esta serie de artículos: ¿todo va a salir bien? Depende, todo irá bien si la clase obrera y sus organizaciones damos un paso al frente. Todo apunta a que las masas deberán elegir nuevamente entre socialismo o barbarie. De nuevo habrá que elegir lo necesario, para garantizar nuestra supervivencia y la de toda la Humanidad.