El nuevo gobierno de coalición PSOE-Podemos, en un acto digno del mismísimo Robin Hood, ha aprobado el pasado martes 18 de febrero la famosa “Tasa Tobin”. Se trata de un impuesto que grava con un 0,2% las transacciones comerciales de compra-venta de acciones de empresas españolas que tienen una cotización de más de 1.000 millones de euros.
La idea original del propio Tobin era regular los mercados financieros, limitando el volumen especulativo y reduciendo la demanda de financiación especulativa. En su versión española, esta medida afectaría a la compra-venta de acciones de aproximadamente 60 empresas españolas, entre ellas: Inditex, Iberdrola, Banco Santander, BBVA o Telefónica. Es decir, todas las compañías del Ibex35 y 29 empresas más, la gran mayoría del ámbito financiero (bancos), energético, constructoras, farmacéuticas, etc.
El objetivo del gobierno “progresista” es que Hacienda recaude unos 850 millones de euros anuales. Así, si pensamos en positivo, esta recaudación podría ser devuelta a la población a través de mayor inversión en sanidad, educación, servicios públicos, pensiones, etc.
Algunas grandes empresas ya han criticado esta medida, incluso la Comisión Nacional del Mercado de Valores ha manifestado su oposición argumentando las negativas consecuencias que va a traer para la competitividad financiera de España.
Por otra parte, Bankinter ha sido pionera en dar un paso hacia adelante y reconocer, abiertamente, que si le es posible hará partícipes del pago de este impuesto a sus clientes. Otras empresas informan que elaboraron sus cuentas anuales teniendo en cuenta dicho impuesto y que no va suponerles ningún cambio significativo.
Cuando los grandes monopolios se muestran tranquilos ante una tasa que grava su sistema de financiación es por algo. El imperialismo como fase superior del capitalismo permite a los monopolios actuar en una estructura global y trasladarse a mercados más interesantes o asumir directamente la tasa, que representa una cuantía ridícula en comparación con el volumen de capital que manejan estas multinacionales.
Este impuesto no es algo nuevo. El caso de Suecia ha sido ejemplo del escaso impacto recaudatorio y mucho menos regulador de la Tasa Tobin. En 1983 (con una tasa mayor que la propuesta en España (0,5%), el resultado fue una recaudación un 65% más baja que la esperada y un crecimiento proporcional en la actividad de la bolsa de Oslo y Londres, lugar al que decidieron trasladar sus negociaciones los inversores de Estocolmo.
Y así, señores y señoras, encontramos dos potenciales repercusiones de esta medida: una sobre los bolsillos de los trabajadores/as; y la otra, eludiendo la tasa desde otros mercados financieros más atrayentes, con menos impuestos.
A la primera la podríamos llamar “vía Bankinter”. Las empresas que puedan, harán lo posible por lavarse las manos y hacernos pagar el bendito impuesto. Con esta vía los capitalistas trasladarán el recargo al consumidor final, pues no están dispuestos a perder su valiosa ganancia.
La segunda la podríamos llamar “vía de escape”, que reduce al mínimo las recaudaciones para las arcas del Estado. Por esta vía los grandes capitalistas trasladarán a otro país la negociación de capital financiero para no tener que pagar la Tasa Tobin que se instalará en nuestro mercado, como lo hizo el capital de la bolsa de Estocolmo hacia su bolsa vecina.
En el mejor de los casos esta tasa es una medida recaudatoria robinhoodiana (con enormes limitaciones y posibilidad de ser fácilmente eludida), de redistribución de la riqueza en un marco del capitalismo “progresista”, al estilo keynesiano. Así, se crea la ilusión de que se nos devuelve parte de la riqueza que como trabajadores/as generamos (y de la que nos despojan los capitalistas). En el peor de los casos, la clase trabajadora volverá a pagar los platos rotos. Desde luego, lo importante es conocer de qué va esta tasa para que no nos den una vez más “gato por liebre” o nos confundan en un juego de trileros.