Juan Guaidó, el buque insignia de los EEUU para hacerse con el control de Venezuela, ha visitado recientemente España. Tras un año de diversas intentonas de golpe de estado, Guaidó es un político fracasado y desacreditado incluso por la propia oposición venezolana. Las movilizaciones que convoca en Venezuela tienen un seguimiento ridículo para alguien que se autodenomina “presidente encargado”. A pesar de eso, sigue llenando portadas de periódicos y minutos de televisión de los medios occidentales. ¿Por qué? Porque Juan Guaidó no es nadie, pero a la vez lo es todo.
Juan Guaidó representa el programa de máximos de la burguesía occidental. Representa sus intereses sin complejos ni cortapisas. Representa la ofensiva reaccionaria sin pudor ni vergüenza. Representa la consciencia de clase de los poderosos de una forma abierta. Representa a los reaccionarios que, cansados de justificarse bajo máscaras de “democracia”, van de cara y aceptan sin muchos problemas que los golpes de estado ultraderechistas están justificados para garantizar los intereses de los poderosos en su patio trasero. Guaidó es la extrema derecha internacional envalentonada que, debido a la debilidad de la clase obrera, se lanza violentamente a por todo el pastel sin preocuparse ni tan siquiera por cuidar ciertas formas que le garantizaban algunos consensos.
Pero pese a sus formas descarnadas, que recogen los aplausos y reconocimientos de toda la reacción, el fondo de lo que representa Guaidó no es nuevo, es la continuidad de una tradición política instaurada durante décadas con sangre y fuego en América Latina. Su tradición es la de los gorilazos reaccionarios o fascistas de la misma forma que la tradición de Abascal es el franquismo. Y si en pleno siglo XXI la extrema derecha latinoamericana mantiene sus impulsos golpistas, lo mismo hay que decir de sus amos europeos y yankees. Cuando los súbditos de los poderosos occidentales mandaban en Venezuela a las órdenes del FMI y el Banco Mundial, Felipe González no tenía reparos en apoyar a su presidente mientras éste asesinaba a centenares de manifestantes durante el Caracazo. Hoy, estos mismos apoyan el golpe de estado de Guaidó para restituir en el poder a los suyos. Pedro Sánchez y el “gobierno progresista”, siguen reconociendo a Juan Guaidó como legítimo presidente de Venezuela, siendo parte de la estrategia de toda la reacción occidental. Hoy corresponde que el pueblo trabajador de nuestro país exija al gobierno romper toda relación con los golpistas y la extrema derecha latinoamericana y reconocer al único gobierno real de Venezuela para tener unas relaciones de respeto a la soberanía de cada uno. Es una cuestión de principios con la que no cabe negociar o dejar pasar, puesto que lo que nos jugamos, en caso de que los golpistas triunfen, lo hemos visto demasiadas ocasiones en América Latina: masacres, torturas, persecuciones, empobrecimiento, etc. España está colaborando en poner una soga en el cuello a nuestros hermanos venezolanos. No lo deberíamos permitir.