El pasado 15 de febrero tuvo lugar en Madrid la IV Asamblea de Movimiento Estudiantil a la que acudieron militantes de todos los territorios con el objetivo de debatir y actualizar nuestra intervención en este frente.
Y es que, si bien para los comunistas el movimiento obrero es prioritario, para la Juventud lo es también el movimiento estudiantil. Lo es por una cuestión estratégica: los estudiantes de hoy son los trabajadores del mañana y la lucha contra el capitalismo va necesariamente ligada a la lucha por una educación pública al servicio del pueblo trabajador. Pero lo es también porque todo aquel que se llame comunista, si lo es consecuentemente, lucha por transformar su realidad allá donde desarrolla principalmente su vida, y en el caso de la juventud es muchas veces en sus centros de estudio donde la militancia se emplea a diario, ya no solo para luchar contra los ataques a la educación, sino para organizarse junto a sus compañeros y construirla en positivo.
A partir de estas máximas, a nadie se le escapa que no es lo mismo hacer movimiento estudiantil durante el gobierno de los partidos más neoliberales o durante gobiernos socialdemócratas. En años anteriores, con el gobierno del Partido Popular, los descarados ataques a la educación pública eran respondidos por el conjunto de la comunidad educativa. A la LOMCE en medias y al 3+2 en universidades siguieron movilizaciones estudiantiles multitudinarias, en muchos casos apoyadas por el profesorado y por el resto de trabajadores de la educación, así como padres y madres, siendo el mayor exponente la huelga educativa de 2017. Sin embargo, esas movilizaciones multitudinarias y esa creencia en la movilización y organización como única herramienta verdaderamente capaz de asegurar los derechos en educación parecen diluirse con la llegada al gobierno del PSOE primero (tras la moción de censura) y de PSOE y UP después (tras las últimas elecciones).
En esta situación, los sindicatos de trabajadores entran muchas veces en dinámicas de diálogo y confianza con los nuevos gestores del capital mientras las mejoras en los institutos y universidades no llegan, mientras la comunidad educativa sigue sin tener apenas voz y nunca voto en las nuevas leyes y decretos que directamente les afectan y mientras la cantidad de dinero destinado a la privada-concertada aumenta año tras año entre otras muchas cosas.
Por eso mismo la mayoría de los debates giraron en torno a una cuestión clave para mantener el movimiento estudiantil tensionado y a la ofensiva aún en estos momentos de reflujo: el trabajo de base y el papel de los comunistas en él.
Hacer del trabajo en cada centro de estudios la fuerza elemental de todos los estudiantes, allá donde se sienten en primera persona las claras deficiencias. Luchar por las reivindicaciones más pequeñas y la solución de los problemas que nos afectan diariamente. Hacerlo junto a la comunidad educativa fundiéndonos con ella. Darle al estudiantado la voz protagonista, haciendo uso de las asambleas multitudinarias para abordar problemas comunes. Mostrar a cada vez más estudiantes la utilidad y necesidad de la organización en aquel sindicato estatal que sea, real y objetivamente, una herramienta al servicio de los intereses de la mayoría. Estas son las tareas que tenemos por delante en los próximos años. Todo ello sin olvidar las luchas más generales contra las nuevas leyes y decretos educativos que estén por venir y que (a pesar de poder ser presentados como algo positivo para la educación en abstracto), previsiblemente favorecerán la mercantilización de la educación en concreto. Eso sí, de manera menos descarada que con anteriores gobiernos y con el beneplácito de muchas organizaciones sindicales. Pero para explicar eso y desenmascarar los intereses que estén detrás de cada medida también estaremos los comunistas dando la batalla ideológica en cada centro de estudios.