Para hacer pan hacen falta harina, agua, levadura y sal, además de una fuente de calor suficiente. Si juntamos esos ingredientes, lo habitual es que nos salga pan y no una fabada. De la misma manera, si juntamos propiedad privada de los medios de producción, explotación del trabajo asalariado y mercado, lo habitual es que nos salga capitalismo y no otra cosa.
Hay panaderos que usan cierto tipo de levadura, una sal especial o una harina de tal cereal y no de otro, pero el resultado suele ser una barra de pan que puede tener buen o mal sabor, más miga o más corteza, estar más cocida o menos, pero que no deja de ser una barra de pan. De la misma forma, un país puede tratar de limitar la explotación laboral, poner algunos topes al derecho de propiedad o penalizar ciertas conductas en el mercado, pero el resultado sigue siendo un país capitalista, puesto que los ingredientes dan para lo que dan y, por mucho que se empeñe el panadero y por muy hábil que sea, con harina, agua, levadura y sal no te sale una fabada.
Así las cosas, el nuevo Gobierno socialdemócrata se empeña en hacer creer a la mayoría trabajadora de nuestro país que, con los ingredientes mencionados, le va a salir una fabada suculenta. Y llaman agoreros a quienes les contestamos que no va a ser posible.
El nuevo Gobierno ha comenzado su andadura realizando muchos gestos, pero no sólo hacia los sectores sociales que más han sufrido las consecuencias de la crisis capitalista. A la subida del salario mínimo, el incremento salarial para empleados públicos y la revalorización de las pensiones, las han acompañado una visita al Foro Económico Mundial para “tranquilizar” a los “inversores”, la clarificación de que ni siquiera se va a derogar en su integridad la reforma laboral de 2012 o el compromiso de compensar con dinero público la subida del SMI a las empresas que son contratistas de las administraciones.
Pero la convicción y el conocimiento de que muchas de las promesas y gestos del nuevo Gobierno hacia los sectores obreros y populares van a ser papel mojado en un corto espacio de tiempo no pueden hacer que los trabajadores y trabajadoras las rechacemos. Subir el SMI, las pensiones y los sueldos públicos era necesario, pero lo han hecho de forma tan timorata, tan sometida a la coyuntura y a futuras negociaciones con la patronal, y tan sin tener en cuenta que el escenario económico mundial apunta a una nueva crisis, que es evidente que los mismos que hoy anuncian algunos avances son los mismos que en un tiempo defenderán la necesidad de nuevos recortes. Recuerden a Zapatero y verán que no nos inventamos nada. Recuerden desde ya que nadie en el Gobierno habla de recuperar los derechos perdidos desde 2008, sino desde 2012, y no todos.
La mayoría trabajadora no puede permitirse ningún retroceso más, la pérdida de ningún derecho más, y no puede confiar en que cualquier avance o mejora de sus condiciones de vida y trabajo que se pudiera producir durante el período de gobierno socialdemócrata vaya a estar garantizado.
Los más avispados dentro de la coalición ya ven que no va a ser posible cumplir con lo que han prometido, y por eso plantean ese oxímoron que es que el mismo partido haga a la vez de gobierno y de oposición, que se autocritique por incumplir sus promesas y exija en las calles lo que se niega a ejecutar en los despachos. Es una jugada hábil pero sumamente torticera, encaminada a tratar de canalizar el descontento que la gestión capitalista de la coalición socialdemócrata va a generar entre la mayoría obrera y popular.
Igual que el refrán dice que no se puede estar a misa y repicando, no se puede estar con la clase obrera y con la patronal al mismo tiempo, no se puede contentar a todos y no se puede legislar para todos. Creerlo es de ingenuos. Actuar como si fuera posible es de delincuentes. Por ello, mientras luchamos para no dar ningún paso atrás en materia de derechos, debemos tener una muy clara conciencia de que no es posible confiar en la socialdemocracia, de que con los ingredientes del pan haces pan, no fabada.