Toda guerra encuentra una justificación, un “casus belli” que dirían los romanos. Es un proceso gradual, progresivo. No se ciñe exclusivamente a la agresión militar sino que conlleva una serie de fases previas y posteriores, guerra de propaganda, guerra psicológica, manipulación histórica… La continuación de la política por otros medios que siempre se ha dicho.
El caso de Venezuela encaja a la perfección. Desde la autoproclamación de Juan Guaidó como presidente interino, la guerra propagandística no ha cesado. Cada medio de comunicación se ha encargado de construir un relato para poder justificar el golpe. Llevan años así pero el órdago ahora parece un muro infranqueable.
La “ayuda humanitaria” ha sido parte de ese entramado en el que es difícil, tremendamente complejo, entablar debates y justificar por qué estás en contra de que se hable de ayuda humanitaria y del golpe de estado de Guaidó en Venezuela. Y digo difícil porque hay que elaborar todo un discurso y aportar pruebas que justifiquen que esa ayuda no es más que una excusa, una fase más de la guerra.
El bombardeo mediático es brutal y, contra eso, hay que ser capaz de armarse de ideas, argumentos y hechos históricos que demuestren que lo que se vive en Venezuela no es sino una parte más de la guerra propagandística. En esas cosas es donde se concreta la continuación de la política por otros medios. No son medicamentos y comida lo que quieren enviar, no les interesa el hambre, los precios, la educación o la salud de los venezolanos, nunca les interesó. Lo que quieren meter son doctrinas, Monroe y Truman. Esa “bienintencionada” ayuda es una parte más de la política exterior de los EEUU y la llevan utilizando desde hace décadas, más de un siglo.
En la fase de guerra psicológica, guerra mediática, poco a poco se cocina una justificación que ayudará a que veas, a que veamos, la intervención y el derrocamiento de Maduro con buenos ojos. El cambio de gobierno será una cuestión humanitaria a la que no podrás negarte. Habrá imágenes de gente llorando porque tienen Twitter pero no tienen medicamentos, porque no hay arepas, pero sí Facebook.
En los últimos días, y al cierre de la edición de este periódico, son varios los acontecimientos que van en esa dirección. Se han dado ataques a las misiones diplomáticas en Costa Rica y Ecuador y maniobras militares de los EEUU, con ayuda española, muy cerca de Venezuela. Provocaciones y amenazas que poco a poco van tensionando, aclimatando la opinión pública para que la guerra de agresión sea vista como algo lógico para ayudar al pueblo.
Es imposible saber cuándo se producirá el punto culminante, el clímax en el que la intervención militar se hace efectiva y entra el primer soldado. Mientras tanto, la campaña no cesa, cantantes que recogen medicamentos y comida en Cúcuta, Miami, Madrid… Guaidó concediendo entrevistas como “presidente” de un país que no preside, que no gobierna y “trending topic” para dar de “comer” a la población famélica de Venezuela.
Pues bien, Graham Greene escribió una novela titulada “El americano impasible” en los años 50. De ella se han hecho dos versiones cinematográficas, la última protagonizada magistralmente por Michael Caine. La novela nos enseña cómo la ayuda humanitaria de los EEUU en Vietnam era la exigencia planteada a los vietnamitas de que entregasen voluntariamente la llave de su propia casa (de todo el país) a aquellos que les iban a matar. Lo que le imprime mayor valor a la obra es que es contemporánea a los hechos y es gratificante ver cómo el autor supo leer lo que esa ayuda humanitaria iba a suponer en unos años para ese pueblo.
Esa lección no puede caer en el olvido. Al intervenir militarmente Vietnam, el país estaba ya repleto de esa “ayuda” en forma de bombas y armamento. El pueblo vietnamita pagó con un precio muy alto una guerra de muchos años, de mucho sacrificio. Eso sí, pasó a la Historia como el David de los pueblos y los oprimidos. Los EEUU también ganaron algo, una pesadilla con la que todavía duermen muchos soldados. La Historia tiene esos giros y casi siempre sonríe a los pueblos.