La reacción está avanzando en todos los niveles. La extrema derecha se consolida en muchos países, la bestia fascista vuelve a mostrar sus garras, las guerras se extienden a más países con formas no convencionales y se difunde el odio al diferente mientras miles de hombres y mujeres mueren ahogados en el mediterráneo. El marxismo defiende que los cambios en la política vienen precedidos normalmente de cambios en la estructura económica, o dicho de otro modo, los grandes sucesos sociales ocurren porque hay intereses económicos que los promueven. El aumento de la reacción a escala internacional nos indica que los poderosos están inquietos, que la competencia entre burguesías de distintos países se está recrudeciendo y se preparan para lo peor.
La burguesía española no se está quedando atrás. Los ricos se preparan ya para afrontar la siguiente crisis y que vuelva a ser la clase obrera la que íntegramente pague los platos rotos, evitando que ésta se rebele y le genere problemas de inestabilidad. Golpear a la clase obrera y evitar que ésta se queje es un equilibrio difícil, y para ello los partidos políticos “constitucionalistas” están afinando los mecanismos de poder y dominación.
Una de las vías por las que se pretende avanzar es la centralización del Estado. Esta centralización, propugnada por los partidos de derecha y buena parte del PSOE, no tiene nada que ver con una gestión más eficiente en beneficio de los sectores populares, sino con una necesidad del capitalismo español moderno. La burguesía española pretende cerrar definitivamente la construcción del Estado-nación español avasallando las distintas culturas, identidades y lenguas existentes. El nacionalismo español, expresión política de estas necesidades burguesas, se materializa como idea especialmente virulenta e irrespetuosa con la diversidad cultural.
A caballo de la reacción y del nacionalismo cabalgan PP, Ciudadanos, VOX y parte del PSOE. La carrera por encabezar las posiciones más duras contra el independentismo es trepidante. Las reglas de funcionamiento de la democracia burguesa van saltando por los aires y va calando el odio. Se deshumaniza al adversario, se repiten mentiras hasta la saciedad y se considera la diferencia política respecto al orden constitucional como un problema de orden público. Se considera que ponerse una nariz de payaso al lado de un policía es un delito de odio, que tener un debate en clase es adoctrinamiento en el odio y que cortar una carretera es terrorismo. Aceptado este mantra, todo vale: meter en la cárcel a alguien por rebelión sin el menor indicio de violencia, acusar de terrorismo a una joven por encontrarle en casa unas caretas de cartón y unos silbatos, romperle la nariz a un periodista sin que al reconocido policía nacional le pase nada, ilegalizar partidos y movimientos sociales o denegar las garantías de defensa más básicas a los presos independentistas.
Las posiciones reaccionarias están avanzando, como siempre hacen, gracias al odio al diferente. En este caso, el odio al vecino catalán. El nacionalismo español lo tiene fácil, pues en la mayoría del territorio del estado pocos se suman a defender una causa independentista que no les incumbe. Pero debemos tener claro que los avances reaccionarios sobre la cuestión catalana no se van a limitar a ser aplicados contra el independentismo. El avance de la reacción tiene como objetivo una gestión más férrea del poder contra toda la clase obrera y la expresión de contestación social. Cataluña es la excusa, pero el objetivo somos todos.
¿Son culpables los dirigentes independentistas del avance reaccionario y del nacionalismo español? No. Para ser culpable de algo debes tener la voluntad de que ocurran las consecuencias que acarrean tus actos. Pero el independentismo sí que es responsable, junto a otros actores, del camino hacia el abismo que se está transitando. En política se deben tener muy claras las consecuencias de los propios actos y estar preparado para hacerles frente. La historia de España del siglo XX nos indica que un foco de rebelión en un territorio aislado no solamente es fácilmente neutralizable por el Estado, sino que además le es útil en su cohesión social. Dos ejemplos claros son la revolución de Asturias del 34 y la historia del movimiento independentista vasco. Quien conociendo la historia repite sus errores es un gran irresponsable, y el independentismo ha trazado una estrategia de confrontación sin ningún tipo de apoyo fuera de Cataluña. La burguesía española, que tiene una gran experiencia y habilidad en la gestión del poder, está sabiendo aprovechar este error.
El callejón sin salida en que está instalado el independentismo genera crispaciones en su seno. Ya no es tan importante si se van a conseguir los objetivos de máximos o no, sino quién va a capitalizar el descontento tras su derrota. Los CDR y la derecha reaccionaria se retroalimentan y practican una potente pinza sobre los gobiernos de Sánchez y Torra. Los CDR, con una importante influencia de la CUP, buscan desgastar a Torra con escenificaciones de violencia de baja intensidad o acciones que se salen de los márgenes del sistema con el objetivo de alejar al movimiento independentista de las posiciones pactistas/pacifistas y ponerlo contra el gobierno de la Generalitat por la vía de la provocación de conflictos con los Mossos. Estas acciones son exageradas y criminalizadas por la derecha y sus medios de comunicación, presionando a Sánchez para que se niegue a cualquier tipo de diálogo y concesión, cosa que a la vez retroalimenta al independentismo que aboga por la vía unilateral. Una espiral nacionalista endiablada.
La vía de diálogo que supuestamente tratan de abrir Sánchez y Torra es una vía muerta, pues no podrá nunca contentar las peticiones del independentismo. La vía unilateral ha quedado demostrada como inviable y para lo único que realmente sirve es para fortalecer las posiciones nacionalistas reaccionarias y debilitar la unidad de la clase obrera. En época de exacerbación del nacionalismo quien pierde es el pueblo. Un proyecto de unidad obrera basado en la solidaridad y el respeto a la pluralidad es más urgente que nunca.